EL CULTURAL.ES Antonio Muñoz Molina ha sido galardonado este miércoles con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. El escritor se ha impuesto a nombres como John Banville, Luis Goytisolo y Francisco Brines. El premio, dotado con 50.000 euros, se concede a aquellas personas cuya labor represente una contribución relevante a la literatura universal. El jurado ha ensalzado del trabajo de Muñoz Molina "la hondura y la brillantez con que ha narrado fragmentos relevantes de la historia de su país, episodios cruciales del mundo contemporáneo y aspectos significativos de su experiencia personal. Una obra que asume admirablemente la condición del intelectual comprometido con su tiempo".
Habían transcurrido 13 años desde que el galardón no se entregaba a un autor en lengua española. En 2000 se lo llevó el escritor guatemalteco Augusto Monterroso. Y quince sin que el reconocimiento recayera en un español (en 1998 lo ganó Francisco Ayala). Muñoz Molina pasa a engrosar una nómina en la que figuran Günter Grass, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Margaret Atwood, Carlos Fuentes, Francisco Ayala, Juan Rulfo, Claudio Rodríguez, Leonard Cohen, Philip Roth.
Muñoz Molina (Úbeda, 1956) se licenció en Historia del Arte en Granada y estudió periodismo en Madrid. Su trayectoria literaria comenzó precisamente con El Robinson urbano, una recopilación de artículos publicados en periódicos locales y que daban cuenta de su afición a errar por la ciudad, aguzando sus sentidos para atrapar su pulso. Su primera novela, Beatus Ille, mereció el Premio Ícaro, y la segunda, El invierno en Lisboa (1987), el Premio Nacional de Narrativa. En esta se sumergía en una de sus grandes aficiones: el jazz. El mismo galardón recibiría en 1991 con El jinete polaco, donde evoca su adolescencia en la Sierra Mágina, cuando atrapado entre olivares soñaba con salir de su entorno rural y llevar una existencia agitada al estilo de Bob Dylan, banda sonora de sus ilusiones. Luego vendría Beltenebros, una historia sobre los bajos fondos madrileños llevada al cine por Pilar Miró.
Entre su producción literaria destaca, además, La noche de los tiempos, de 2009, una mastodóntica novela, en la que se adentra en la España del 36 y del exilio, raíces del país en que vivimos en el presente. Aunque para Muñoz Molina "a pesar de la clase política la España de la guerra y la de hoy no tienen nada que ver". Para Santos Sanz Villanueva el tremendo esfuerzo creativo del escritor supuso "un firme alegato contra los vicios -simplificaciones, flojeras sentimentales, oportunismos varios o tributo pagado a la moda- de muchas recapitulaciones últimas de aquella época seminal y les opone tanto un trabajo exigente como la profundidad de una conciencia moral estricta y conmocionada".
Otro esforzado ejercicio de memoria histórica lo trazó en Sefarad (2001), una sucesión más o menos ensamblada de 16 relatos independientes centrados en personajes históricos, unos anónimos y otros famosos, como Primo Levi y Franz Kafka. El libro es un catálogo de los horrores y oprobios sufridos por el pueblo judío a lo largo de su historia, víctimas de todo tipo de prejuicios y represiones. Muñoz Molina pretende mantener encendida así la llama de la memoria para que salvajadas como la expulsión de los sefardíes de España o el Holocausto no vuelvan a tener cabida en la faz de la tierra.
En el El viento de la Luna, de 2006, retomaba su narrativa memorialística (Beautus Ille, Ardor guerrero, El jinete polaco) y volvía al territorio de sus ancestros, Mágina, justo en el año (1969) en que el Apolo XI se convertía en la primera misión espacial cuyos tripulantes ponían el pie en la luna. La novela está construida a partir de evocaciones de ese periodo en que dejaba atrás la infancia y la vida empezaba a ir en serio. El viento de la luna es también un guiño/homenaje a su padre, que le llevaba al cine de verano a ver películas como Los hermanos Marx en el Oeste.
Su homenaje a Nueva York, ciudad en la que vive buena parte del año y en la que imparte clases en Princeton, llegó con Ventanas de Manhattan (2004), una metrópolis fascinante para cualquier voyeur urbano, con todas esos escaparates abiertos a una trepidante intimidad. Muñoz Molina se situaba con esta obra en la estela de otros escritores que habían recibido el brutal impacto de la metrópolis norteamericana y habían intentado dejar plasmada su propia visión de la misma: Juan Ramón Jiménez, Morand, Pasolini, José Hierro, Federico García Lorca, Julio Camba...
En 1995 fue elegido miembro de la Real Academia Española, donde ocupa el sillón u. Ha sido director del Instituto Cervantes de Nueva York, y en 2012 donó su archivo personal a la Biblioteca Nacional, con el convencimiento de que "a nadie se le mete en la cabeza que la cultura es sinónimo de prosperidad".
En esa línea crítica se inscribe su libro más reciente, Todo lo que era sólido, un repaso a los signos premonitorios de la crisis. En él afirma: "este libro es un ejercicio de defensa de las cosas fundamentales que no pueden perderse y que nos serán arrebatadas si no las defendemos: las libertades públicas, la legalidad democrática, la sanidad y la educación de todos".
Hace apenas unos meses se vio en medio del ojo del huracán de la polémica al recibir el Premio Jerusalén. Una serie de artistas e intelectuales entre los que se encontraban Stéphane Hessel, Roger Waters, Ken Loach, Paul Laverty, Luis García Montero, John Berger, Alice Walker y Breyten Breytenbach le acusaron de aceptar galardón avalando así la política del gobierno de Israel. El escritor jienense se defendió en El Cultural: "Tienen derecho a meterse conmigo y yo a solicitar que examinen sus razonamientos".
El jurado ha estado presidido por el director de la RAE, José Manuel Blecua, y formado por Luis María Anson, Carmen Riera, Andrés Amorós Guardiola, Xuan Bello Fernández, Amelia Castilla Alcolado, Juan Cruz Ruiz, Luis Alberto de Cuenca, José Luis García Martín, Álex Grijelmo García, Manuel Llorente Manchado, Rosa Navarro Durán, Fernando Rodríguez Lafuente, Fernando Sánchez Dragó, Diana Sorensen, Sergio Vila-Sanjuán y José Luis García Delgado.
Habían transcurrido 13 años desde que el galardón no se entregaba a un autor en lengua española. En 2000 se lo llevó el escritor guatemalteco Augusto Monterroso. Y quince sin que el reconocimiento recayera en un español (en 1998 lo ganó Francisco Ayala). Muñoz Molina pasa a engrosar una nómina en la que figuran Günter Grass, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela, Margaret Atwood, Carlos Fuentes, Francisco Ayala, Juan Rulfo, Claudio Rodríguez, Leonard Cohen, Philip Roth.
Muñoz Molina (Úbeda, 1956) se licenció en Historia del Arte en Granada y estudió periodismo en Madrid. Su trayectoria literaria comenzó precisamente con El Robinson urbano, una recopilación de artículos publicados en periódicos locales y que daban cuenta de su afición a errar por la ciudad, aguzando sus sentidos para atrapar su pulso. Su primera novela, Beatus Ille, mereció el Premio Ícaro, y la segunda, El invierno en Lisboa (1987), el Premio Nacional de Narrativa. En esta se sumergía en una de sus grandes aficiones: el jazz. El mismo galardón recibiría en 1991 con El jinete polaco, donde evoca su adolescencia en la Sierra Mágina, cuando atrapado entre olivares soñaba con salir de su entorno rural y llevar una existencia agitada al estilo de Bob Dylan, banda sonora de sus ilusiones. Luego vendría Beltenebros, una historia sobre los bajos fondos madrileños llevada al cine por Pilar Miró.
Entre su producción literaria destaca, además, La noche de los tiempos, de 2009, una mastodóntica novela, en la que se adentra en la España del 36 y del exilio, raíces del país en que vivimos en el presente. Aunque para Muñoz Molina "a pesar de la clase política la España de la guerra y la de hoy no tienen nada que ver". Para Santos Sanz Villanueva el tremendo esfuerzo creativo del escritor supuso "un firme alegato contra los vicios -simplificaciones, flojeras sentimentales, oportunismos varios o tributo pagado a la moda- de muchas recapitulaciones últimas de aquella época seminal y les opone tanto un trabajo exigente como la profundidad de una conciencia moral estricta y conmocionada".
Otro esforzado ejercicio de memoria histórica lo trazó en Sefarad (2001), una sucesión más o menos ensamblada de 16 relatos independientes centrados en personajes históricos, unos anónimos y otros famosos, como Primo Levi y Franz Kafka. El libro es un catálogo de los horrores y oprobios sufridos por el pueblo judío a lo largo de su historia, víctimas de todo tipo de prejuicios y represiones. Muñoz Molina pretende mantener encendida así la llama de la memoria para que salvajadas como la expulsión de los sefardíes de España o el Holocausto no vuelvan a tener cabida en la faz de la tierra.
En el El viento de la Luna, de 2006, retomaba su narrativa memorialística (Beautus Ille, Ardor guerrero, El jinete polaco) y volvía al territorio de sus ancestros, Mágina, justo en el año (1969) en que el Apolo XI se convertía en la primera misión espacial cuyos tripulantes ponían el pie en la luna. La novela está construida a partir de evocaciones de ese periodo en que dejaba atrás la infancia y la vida empezaba a ir en serio. El viento de la luna es también un guiño/homenaje a su padre, que le llevaba al cine de verano a ver películas como Los hermanos Marx en el Oeste.
Su homenaje a Nueva York, ciudad en la que vive buena parte del año y en la que imparte clases en Princeton, llegó con Ventanas de Manhattan (2004), una metrópolis fascinante para cualquier voyeur urbano, con todas esos escaparates abiertos a una trepidante intimidad. Muñoz Molina se situaba con esta obra en la estela de otros escritores que habían recibido el brutal impacto de la metrópolis norteamericana y habían intentado dejar plasmada su propia visión de la misma: Juan Ramón Jiménez, Morand, Pasolini, José Hierro, Federico García Lorca, Julio Camba...
En 1995 fue elegido miembro de la Real Academia Española, donde ocupa el sillón u. Ha sido director del Instituto Cervantes de Nueva York, y en 2012 donó su archivo personal a la Biblioteca Nacional, con el convencimiento de que "a nadie se le mete en la cabeza que la cultura es sinónimo de prosperidad".
En esa línea crítica se inscribe su libro más reciente, Todo lo que era sólido, un repaso a los signos premonitorios de la crisis. En él afirma: "este libro es un ejercicio de defensa de las cosas fundamentales que no pueden perderse y que nos serán arrebatadas si no las defendemos: las libertades públicas, la legalidad democrática, la sanidad y la educación de todos".
Hace apenas unos meses se vio en medio del ojo del huracán de la polémica al recibir el Premio Jerusalén. Una serie de artistas e intelectuales entre los que se encontraban Stéphane Hessel, Roger Waters, Ken Loach, Paul Laverty, Luis García Montero, John Berger, Alice Walker y Breyten Breytenbach le acusaron de aceptar galardón avalando así la política del gobierno de Israel. El escritor jienense se defendió en El Cultural: "Tienen derecho a meterse conmigo y yo a solicitar que examinen sus razonamientos".
El jurado ha estado presidido por el director de la RAE, José Manuel Blecua, y formado por Luis María Anson, Carmen Riera, Andrés Amorós Guardiola, Xuan Bello Fernández, Amelia Castilla Alcolado, Juan Cruz Ruiz, Luis Alberto de Cuenca, José Luis García Martín, Álex Grijelmo García, Manuel Llorente Manchado, Rosa Navarro Durán, Fernando Rodríguez Lafuente, Fernando Sánchez Dragó, Diana Sorensen, Sergio Vila-Sanjuán y José Luis García Delgado.