La Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla o el ascendente clamor de un júbilo desprovisto de edades

Nuestra impertérrita capacidad de observación absorbía las trazas de cada carroza a través del catalejo de una gemela -¿antigua?- ilusión redescubierta. ¿Ilusión redescubierta… o reconquistada? ¿Reconquistada o reescrita como un manual de prenatales pálpitos acaso no siempre arracimados en los gravitatorios entrecruces de la memoria? Este año –cimentadora decisión adoptada sobre la marcha, casi improvisadamente (o no, habida cuenta mi sobrina Loreto formaría parte de la comitiva)- optamos por la Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla. Y… ¡atiza: menudo hallazgo! Allí imperó la participación –la actitud, la compostura, la elegancia cívica, la radiante implicación- del público observador, de las gentes, de los multitudinarios anfitriones, el tótem de un ascendente clamor expresado afinadamente -al unísono y desde las aceras- conforme se aproximaba el cortejo. Algo así como un consolidado estruendo que, in crescendo, de bóbilis bóbilis, apenas sin esfuerzo, significaba el grito unánime de la consustancial alegría –esa campanuda alineación de la multitud- ante la llegada de los Magos de Oriente. Ningún mínimo asomo de gamberreo distorsionador. Ninguna salida de tono. Ninguna instrumentalización política de la visita Real.

Lo cierto y seguro –y avanzo con el pernil musculado de certezas interiores- es que Sevilla sabe hacerse destinataria de la magia de los Reyes: ese superlativo entusiasmo infantil que ensambla toda clase de colosales regocijos ignoro si cándidos o manifiestamente congénitos a los aposentos de la inocencia. Para redoblar el casticismo de esta trepidante experiencia (hasta la fecha inexplorada) nos dirigimos a Triana. Alcanzamos la calle Asunción, altura de la librería Palas, con una hora aproximada de antelación. Tomamos mando en plaza para asegurarnos la primera fila: ese palco de honor que preserva el integral visionado del disfrute sin interferencias. Mientras sí, mientras no, este servidor de ustedes -entonces complacido- exploró el negocio literario para pulsar el clima de una librería –plena collación de Los Remedios- con patente de corso para aclimatar la letra impresa a unos regalos siempre oportunos, siempre imperecederos. Discurrir de personas muy doctas en la solicitud de sus lecturas –propias o ajenas-.

Terminales de la diferencia (social, ambiental, tradicional) tomaron enseguida posesión de mi pronto dictamen: subsistían no pocos matices que distanciaban esta Cabalgata de muchas otras por mí visionadas de unos años a esta parte. Y no aludo taxativamente al factor numérico. La Cabalgata de Reyes Magos de Sevilla genera –engendra a cada instante- la eclosión del júbilo beneficiado. Una especie de permanente antesala de la alucinación infantil en colectiva clave de confesión urbi et orbi. Jean-Jacques Rousseau nos dejó dicho que “hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza”. Y, aunque con Óscar Wilde, asumamos que ser natural es una pose demasiado difícil, tampoco debemos dejar en agraz, en barbecho, la afirmación que enseguida confirma la naturaleza de Sevilla en su Cabalgata de Reyes Magos como una natural expresión de la ilusión –sin histeria, sin cáscaras adhesivas- de la ciudadanía toda. Anteponiendo ininterrumpidamente la primacía del niño, de los niños, en la participación receptiva del evento. Quien busca, halla. Y yo hallé la complementación a no pocas insólitas búsquedas siempre indescriptibles de la noche del 5 de enero.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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