El pequeño Nicolás: demasiado arroz para tan poco pollo. Interesante artículo de Luis María Anson

España, aunque a la zaga de Italia, ha sido y es el país de la picaresca. Desde Lázaro de Tormes al pequeño Nicolás, se pueden contar por centenares los casos pintorescos de farsantes, cantamañanas, embaucadores, sablistas, fulleros, faranduleros, cuentistas, impostores La gran literatura, que es el espejo puesto ante la sociedad, se ha recreado en las historias del Buscón, el guitón Honofre, la ingeniosa Elena, el Guzmán de Alfarache, Pedro de Urdemalas, el bachiller Trapaza, Estebanillo González, el Periquillo Sarmiento, Gregorio el Guadaña, el sagaz Estacio y tantos y tantos personajes que demuestran la vigencia histórica de la picaresca en España a lo largo de los siglos.

El pequeño Nicolás, como el donado hablador de Jerónimo de Alcalá, ha engatusado a un político vidrioso para proyectarse sobre España, gracias a una televisión ansiosa de audiencias. Ha vertido medias verdades, imaginación desbordada, afirmaciones fantásticas y trampas para elefantes. Trapisondistas como él los ha habido siempre, gentecilla megalómana también. Y no solo en Italia y España. La serena Rusia conoció al máximo ejemplo del farsante en el Rasputín seductor de zarinas y populachos.

El problema para el pequeño Nicolás no es el rosario de mentiras con que ha adornado su adolescencia ilusa y su juventud atroz. Es que los medios de comunicación, al halagar su vanidad, le han puesto en el ojo de la Justicia y eso puede conducir a que duerma sus sueños de grandeza en un camastro entre barrotes. De la sonrisa condescendiente inicial se ha pasado a la irritación del Centro Nacional de Inteligencia, del Gobierno y de la Casa del Rey. Todavía tiene a su favor a un sector de la opinión pública que se divierte con sus mentiras y peripecias, válvula de escape de los problemas que origina la crisis económica, la voracidad de partidos políticos y sindicatos, amén los horizontes emborrascados de los movimientos secesionistas. En cualquier momento, sin embargo, la opinión pública se puede revolver contra el farsante. Francisco de Quevedo o Mateo Alemán hubieran disfrutado mucho escribiendo sobre el pícaro Nicolás. La perfecta inclinación de cabeza ante el Rey cuando se coló en el Palacio Real como acompañante fue una delicia para la literatura satírica. Solo aquel británico que sorteó los obstáculos para entrar en Buckingham Palace y llegar hasta el dormitorio de la Reina Isabel II mejoró las habilidades del pequeño Nicolás. Habrá que reconocer, en todo caso, el eficaz adiestramiento del farsante para colarse en la recepción de Felipe VI, después de que el Congreso de los Diputados le proclamase Rey atendiendo a la generosidad de su padre Juan Carlos I, que abdicó en él como Juan III lo hizo en su hijo al comienzo de la Transición.

La televisión ha agigantado la peripecia personal del pequeño Nicolás que ha divertido a muchos espectadores. Que les sigue divirtiendo. Habrá que convenir, sin embargo, que se ha hecho demasiado ruido para un farsante tan menor. Demasiado arroz, en fin, para tan poco pollo.

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