Los ojos de la Esperanza. Magistral artículo de Antonio Burgos

Dos ojos. Por encima, dos cejas. Finas como la línea de horizonte en la contemplada mar. Por debajo, cayéndole de una mirada de pena, una, dos, tres, cuatro, cinco lágrimas. Cuando escribo, tengo esa foto delante. Tiene el tamaño de un naipe. La foto encuadra solamente esos ojos, esas cejas, esas lágrimas, ese perfil perfecto y clásico de una nariz que viene pidiendo Fidias. Si usted tuviera ahora delante la foto de esa Mujer de la que hablo, de esa Divina Mujer con la que me gusta de vez en cuando pelar la pava en esta reja del recuadro, le pasaría como me ha ocurrido a mí. Que no hay que preguntar Quién es. Y por si hubiera que hacerlo, le doy la vuelta a ese naipe del seguro azar y me encuentro con el almanaque que un amigo macareno, profesor de latines, me manda todos los años como estreno del Adviento, para que como el mejor salvoconducto y el más exacto carné de identidad sevillana lo lleve hasta el otro enero, si Ella quiere, junto al pecho, sujeto con un clip a las hojillas del recado de escribir. En el almanaque pone: "Anno Domini 2015". Tinta verde, naturalmente. En Su color. Cada año, en el verde almanaque, al final de los meses, una frase distinta en latín. Una frase que aunque viene en letra chica, va a examen. A examen de sentimientos al lado de un Arco. En Latín de la Bética, latín de Centuria Romana, pone: "Oculi amore Speque duces sunt". Y no tengo que tirar del diccionario de Latín del Bachillerato, que se llamaba como Ella, Spes, para traducir lo que pone hogaño: "Los ojos son los guías en el amor y en la Esperanza".
Los ojos de la Esperanza... ¿Cuántas veces nos han mirado? ¿Cuántas veces hemos visto esos ojos de la Esperanza que nos guía? Ahora sí, en el retrato, se pueden contemplar en su perfecta belleza, hermosos como el mar, como el fuego de una candelada. En esta cartulina sí se pueden mirar los ojos de la Esperanza, deleitarnos en ellos. Pero cuando estás delante de Ella, ¿quién le aguanta la mirada a esta Mujer sin romper a llorar? Volverás a sentirlo cuando llegue el día 18, recorras en peregrinación secreta el sevillano camino de la Esperanza que es el viejo Camino Real que esa Soberana de la Belleza se merece, y estés allí, en la basílica, a su misma celestial altura, cara a cara. Y comprobarás entonces que no hay quien pueda aguantarle la mirada a estos ojos que en nuestra Fe tanta Esperanza nos traen. Por Caridad, no me mire usted así, Señora. Aunque, ya sé, no sabe mirar de otra manera. Siglos lleva mirando así a Sevilla y a los que acudimos a Ella pidiendo infantil proyección de hijos, porque al fin y al cabo, como Madre de Dios que es, es Madre y Esperanza nuestra.
Un sevillano que nació por San Juan de la Palma, por donde pasan estos ojos tras haber visto las azucenas de la Giralda en forma de blancas tocas de las Hermanas de la Cruz, escribió: "El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas,/ es ojo porque te ve." ¿Pensaba en estos ojos que me han llegado con el almanaque del nuevo año? Quizá. Porque tenemos la certeza de que esos ojos de la Esperanza son ojos porque nos ven. Por eso no Le podemos sostener la mirada. Porque nos están viendo. Porque, sin articular palabra, nos están respondiendo a todo lo que, por dentro, también sin palabras, le estamos diciendo cuando La vemos por los Altos Colegios, por Anchalaferia, por La Europa, por la entrada a Sierpes, desde el balconcito de la esquina, desde aquellos dos ladrillos, cara a cara, lágrima a lágrima, entre el bordado oleaje de las caídas de palio que chocan contra las rocas de plata de los varales. Los ojos de la Esperanza nos ven luego, cuando han quebrado albores, cuando les da el primer sol, cuando en la calle Parras sigue sonando en la memoria una saeta de la Marta... Ojos que vieron a Joselito el Gallo con la capa de merino; a Muñoz y Pabón con su pluma de oro en la mano; a Rodríguez Buzón diciéndole que "como Tú, ninguna". Ojos que vieron los vidriosos ojos de los armaos cubiertos de lágrimas, cuando venían de ser derrotados en San Lorenzo por su Hijo, el que hace llorar a las legiones de Roma. Que en latín (Spes Nostra, Salve) le han prestado estas cinco lágrimas para que tintineen mirándonos misericordiosos sobre la inmensa mar verde de las cinco mariquillas.


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