En Cádiz ha muerto un Beatle. Artículo de Antonio Burgos

Artículo de Antonio Burgos

En Cádiz ha muerto un Beatle

Una vez más se cumple la ley que codificó Romero Murube. Joaquín sostenía que La Canina se lleva a la gente por levas y reemplazos, como movilizados de la misma quinta, sean de la edad que fueren. La que se llevó desde San Juan de Aznalfarache a Manuel Molina, el de verdad revolucionó el flamenco y rompió los moldes dictatoriales de los pontífices del cante, esa misma Canina cogió río abajo, se hizo a la mar, llegó a Cádiz y se ha llevado a don Enrique Villegas.

Por eso yo hoy, en vez de la carretera de Huelva para ir al Rocío, tomo la autopista para Cádiz. Es el peaje que debemos pagar en Las Cabezas los que sentimos y amamos a la Cuna de la Libertad. Me voy a un Cádiz que se ha quedado sin uno de sus universales Beatles. Que no se vaya a enterar la Reina de Inglaterra, que es muy suya y se mosquea con estas cosas, pero los verdaderos Beatles no eran de Liverpool: eran de Cádiz. De Cádiz-Cádiz. Y los creó don Enrique Villegas, un padre de familia numerosa, de ayamontina nación, que en mil oficios se buscó la vida y las habichuelas de los niños, cuando de verdad era un poeta. Corría el año de 1965. La televisión sacaba a unos suplantadores que le habían salido en Inglaterra, qué hijos de la Gran Bretaña, a la comparsa de Villegas de aquel año: "Los escarabajos trillizos". Usted seguro que se sabe su coplas, que quedaron escritas en el mármol del viento de Poniente como si fuera una lápida de la fachada del Oratorio de San Felipe Neri: "Vamos a tomar el sol a Puerto Real,/el puente está listo, el puente estará,/el puente está listo, ya lo verá usted,/cuando yo me pele, yeyeyeye, yé." Y tan verdad era aquella copla, que ni Los Beatles se han pelado ni el puente está listo: ahí tienen al Segundo Puente esperando, porque Villegas, ay, ya no le podrá hacer un cuplé. Aquella agrupación que tuvo tanto éxito que la rebautizaron en Madrid como "Los Beatles de Cádiz". Manolo Caracol la tuvo meses y meses en su tablao de Los Canasteros. Y anduvo por medio mundo durante ocho años. Con El Peña, el famoso Peñita de "La boda del siglo", tocando el bombo con todo el arte y representando en el popurrí el papel de Pérez, el de "Me lo dijo Pérez". Sólo que el Pérez de Los Beatles de Villegas tenía más gracia: "Me lo dijo Pérez,/que estuvo en Pamplona/y vino corriendo/delante de un toro/hasta Setenil".

Y luego, ese mismo gaditano beatle tan serio y con tanta gracia por dentro, bajaba la mano en un pasodoble de comparsa y se te caían dos lágrimas como las dos torres de la Catedral. Ahí están para la historia la música y la letra de "Quince Piedras". Que eran las de La Caleta humanizadas, con El Alemania de director. Llevaban una letra que todo el mundo ha cantado: "Que las piedras son duras/será del modo que se las mire..." Y la gracia de Villegas, única, como en aquel discurso irrepetible con el que agradeció a la Cruzcampo el premio Baluarte del Carnaval que creara Eduardo Osborne. Esas quince piedras hablaban de su origen fenicio y romano, para terminar teniendo que reconocer que ahora sirven...¡para que en ellas las marías jueguen al parchís y al bingo!


Ya con don Enrique muy malito, Cádiz, que lo había hecho hijo adoptivo del mismo modo que fue la única Medalla de Andalucía concedida a un comparsista, le dedicó una calle al lado de La Caleta de sus Quince Piedras. Otro colao en el paraíso. Son famosos los colaos del Paraíso del Teatro Falla en el concurso, ¿no? Pues el paraíso de La Caleta también tiene sus colaos. Cádiz cuela allí a los novios que nacieron lejos de ella, pero que siempre le declararon su amor. En ese paraíso caletero se coló Paco Alba, que nació en Conil; y Fernando Quiñones, que nació en Chiclana; y Carlos Cano, que nació en Granada. Y don Enrique Villegas, que nació en Ayamonte. Se lo dice a ustedes, como remate de este gorigori en forma de pasodoble de comparsa, otro colao en ese paraíso que tampoco nació en Cádiz. Y que descubrió que las olas de la Caleta son plata quieta precisamente el mismo año en que aquel ayamontino demostró que quería tanto a Cádiz que hasta hacía hablar a las piedras: las Quince Piedras de la Caleta.



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