DRAGOLANDIA: ‘El último infierno’





Muchos buscan paraísos. No los hay, aunque al principio parezca lo contrario. Yo creí haber encontrado algunos en otros tiempos: Benidorm en 1946; Ibiza en 1957; Torremolinos en 1960; Bali, Angkor, Vientián, Kathmandú y Goa en 1968… Todos ellos fueron devastados por la peor plaga de la historia de la humanidad: el turismo.
Otros buscan infiernos. Dante, sin ir más lejos. Y Gilgamesh. Y Orfeo. Y Ulises. Y Eneas. Y El Bosco. Y Conrad. Y Céline. Es −fue− la famosa descensio ad inferos. Yo he encontrado muchos: Bombay, Delhi, Madrás, Hongkong, Kuala Lumpur, Yakarta, Milán, Casablanca, Pequín, Shanghai, Ciudad de México, Caracas, Bogotá, Bucarest, Los Ángeles… Y Madrid. Domingo Dominguín le dijo a mi amiga Teresa Gracia, cuando fueron amantes, que en el mundo había dos infiernos, y uno de ellos −añadió− estaba en Guayaquil. Muchos años después se suicidó en esa ciudad.

He terminado de leer en estos días El último tren a la zona verde, de Paul Theroux (Alfaguara). En él describe el autor un épico viaje por Sudáfrica, Namibia y Angola. La parte del libro dedicada a ese último país es apocalíptica, pone los pelos de punta, espanta al más pintado (yo, por ejemplo)… Si Theroux dice verdad, y no hay motivo alguno para dudar de lo que describe, todos los infiernos mencionados más arriba resultan, en comparación, casi paradisíacos. Cuando empecé a leer su libro andaba yo preparando un viaje mochilero, de carretera, autostop, carpa, manta y cantimplora, precisamente a esos parajes. Lo iba a hacer desde mediados de noviembre hasta el 5 de enero. Pensaba que en Angola (no así en Namibia ni en Sudáfrica) no tendría que padecer a los turistas. Y así es, pero… He desistido por obra y gracia del relato de Theroux. Aprecio mucho a ese escritor. A mediados de los ochenta puse prólogo a La costa de los mosquitos. Tendré ahora que elegir otro punto de partida y de llegada. No será fácil. El mundo, parafraseando, à rebours, a Ciro Alegría, me parece cada vez menos ancho y más ajeno. Ya casi no merece la pena salir de casa.

Fernando Sánchez Dragó, elmundo.es, 11/09/2015.

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