La deshominización
y deshumanización del hombre enclaustrado en la ergástula de su encierro
interior no comporta sino un cadáver andante. Cuando dignidad, creatividad e
intelectualidad convergen en el temperamento luminoso de la concepción y
conjugación del ser –y entiéndase el ser en su predestinado significado
unipersonal- entonces la particular
biografía o autobiografía mantienen siempre las mismas constantes de elegancia
y distinción capaces de preludiar cualquier pronta resolución del yo, cualquier
respuesta invariable, cualquier reacción nunca paródica, cualquier brío y
arranque, cualquier ardor… La paz congénita. He admirado y aun continúo
admirando la personalidad culta y reflexiva, sosegada y sabia, creadora y
sensible de Ana Diosdado. Una mujer muy por encima de su realidad circundante. Proactiva
en su rítmica y simétrica excelencia. Traspasaba por alto la épica de los latidos
próximos, la media conductual de sus convecinos y sus coetáneos, la morfología
de todas las épocas y la musculación social abyacente a su única edad. Ana
Diosdado cumplía años para mantenerse impertérritamente en la misma edad: la
tonal de la sabiduría.
Escribía
al dictado de un flujo imaginativo cultivador de retratos al pie de la calle.
No de otro modo ha de enmarcarse el expansivo y entonces rompedor éxito de
series como ‘Anillos de oro’ o ‘Segunda enseñanza’. La seductora solidez cultural
de la señora Ana principiaba ya cuando –apenas veintitantos años en su lozana
espalda- quedara finalista del Premio Planeta con la novela ‘En cualquier
lugar, no importa cuándo’ -título que
bien evoca el verso de una dramaturga que actúa, de una actriz que escribe
guiones, de una empresaria que plumea libros muy literarios-. Frente a quienes,
intempestivos y agrestes –toscos como la incapacidad de su inalcanzable
discernimiento-, se muestran cosificados –fabricados en repetitivo molde de
insustancialidad-, indolentes, atrincherados bajo la casaca de la nadería,
exaltemos-batiéndonos el cobre de nuestro elogioso reclamo- la decencia y la connatural
discreción y la integridad cultural y ciudadana de Ana Diosdado. Ella, con
Shakerspeare, supo que hubo siempre más cosas bajo las bóvedas de los cielos
que aquellas que percibía su propia filosofía.