Brillante
exaltación, en la Real Academia de San Dionisio, de la figura y la obra del
mítico torero y escritor a cargo del Académico Correspondiente José Luis
Zarzana Palma
Sucede que hasta los más
conspicuos manejadores de la gramática parda confunden a veces la identidad
real o ficticia –vital o ficcional- de Ignacio Sánchez Mejías. La
generalización de la propia leyenda y hasta su inclusión en una de las más
rabiosas –de metáfora y metabolé- elegías escrita por Federico García Lorca
introducen el posicionamiento biográfico del polifacético torero en una tierra
de nadie no siempre esclarecedora. Encarna a no dudarlo una de esas preclaras y
nutrientes personalidades acaso no del todo nítidamente reconocidas por las
hodiernas generaciones. Como tantas otras de las fulgurosas primeras décadas
del siglo XX.
El pasado martes noche el
Académico Correspondiente de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes
y Letras José Luis Zarzana Palma ocupó la tribuna de oradores de esta docta
casa jerezana con el lícito propósito de mover y remover no pocas hazañas de
quien compaginara tantas heterogéneas facetas como éxitos cosechara en su
intensa y azarosa vida. Porque Sánchez Mejías –todo tronío y tronera de
valentías- ha de regresar –pisando siempre firmemente en el albero de su
ejemplo poliédrico- a la actualidad. Su poderío y su jurisdicción incluso
existencial valoriza y estimula.
Presentado con una muy acertada
medida de tiempo y de verbo por el Académico de Número y vicepresidente de
Artes de la Academia de San Dionisio Juan Salido Freyre, José Luis Zarzana
Palma se sintió cómodo en el ruedo del discurso y en la recreación asimismo
versátil de una glosa cuyo previo expurgo de datos presuponemos arduo y
complejo. Prácticamente nada es descartable –por omisión y relegación- del día
a día, de la cronología palpitante de Sánchez Mejías. Ni siquiera su “hombría
de púgil diestro”, según verso celebérrimo de Gerardo Diego.
Zarzana Palma exaltó con
tronío verbal, con elegancia de literalidad, la figura multifacética,
polifacética y poliédrica de Ignacio Sánchez Mejías aliñando la linealidad
cronológica bajo el chorro estremecedor de la anécdota. A menudo el brocamantón
de la frase lacónica pero fieramente definitoria: “Es y será eterno porque su
figura y su muerte han trasvasado la frontera de la mera anécdota (…) Es un
héroe que no morirá nunca (…) Escritor y amigo de escritores (…) Es una elegía
blanca manchada de sangre y arena (…) Es también una pluma y también pasión y
vida envuelta en muerte (…) Torero, empresario, presidente del Real Betis – “preparó
al Betis, con su voluntad de hierro, para los años más gloriosos del club”-,
novelista, dramaturgo, periodista (…) Tenía sed de inmortalidad. Ha sido la
poesía la que se la ha proporcionado”.
Y las amistades más cenitales
y mediáticas: Joaquín Romero Murube –quien llegó a asegurar que Sánchez Mejías,
de pura exterioridad, “había perdido los horizontes interiores”-, Juan Ignacio
Luca de Tena, José Gómez Ortega, José Ortega y Gasset, Joselito, Álvaro Domecq,
todos los poetas del 27 – “asiduo lector de los clásicos españoles y
especialmente de Góngora, impulsa y financia el encuentro célebre de los poetas
de esta generación”-.
En efecto, en palabras de
Zarzana, “aquel torero había traído algo a los toros, exagerando el peligro.
Hay quien decía que Sánchez Mejías no asustaba ya al público sino a los propios
toros. Ponía intensidad en todo cuanto hacía. Según Aquilino Duque, Ignacio era
una fuerza de la naturaleza a la que todo le venía estrecho”. Muy aplaudida
ponencia del académico José Luis Zarzana en esta iniciativa que tal vez ha de
trabarse a sucesivos inmediatos eslabones rescatadores de la gloria y realce de
otros inmortales escritores de las primeras décadas del pasado siglo XX cuyo
alcance hoy desconocen, en muy acusada perplejidad, buena parte de las nuevas
generaciones de españoles.