Por
Marco Antonio Velo. Publicado en Diario de Jerez
La Semana Santa y el archiconocido e indómito mundo de las
hermandades no necesitan teóricos. Al menos de nuevo cuño. Al menos de nueva
hornada. Al menos de nueva palabrería. Las cofradías andan sobradas de
teóricos. Tenemos teóricos a espuertas. Porque además –a más inri- la teoría
multifacética no se atiene a ninguna reglamentación infalible. Cada teórico sostiene
su rígida tesis según los códigos no escritos en el (ingrávido) libro de estilo
del gusto personal. Ni siquiera apelamos al criterio –que es formulación sesuda
y juiciosa-. Nos referimos a la volatilidad de la teoría como errática
sinonimia, como fallida derivación, del gusto a veces fundamentado –los menos-
pero a menudo caprichoso y huero –los más-.
La verdad es relativa y elástica y, por lo común, más ancha
que nosotros. Por consiguiente huelga el tono dogmático –con pretensiones de
nula originalidad- tan en boga en facebook –ese descubridor de megalomanías
indisimulables-. La Semana Santa sí precisa de otra estirpe de cofrades acaso
menos habituales entre los mentideros del ramo: los intérpretes o –léase ídem-
los teorizantes. Conozco pocos interpretadores de la sustancialidad no palpable
de la Semana Santa de Jerez y, por extensión, de sus hermandades y cofradías.
Aquellos que teorizan a partir de la conjugación, de la imantación, de la
concatenación de elementos intangibles, etéreos, de pasado y presente, de
patrimonio nominal e inmaterial…
Un intérprete o un teorizador reescribe la realidad
sentimental, endógena, social, centrípeta y devocional de las cofradías para
ofrecernos de nuevo –recién horneada en la chispa del hallazgo- cuanto ya
presentimos, cuanto ya nos sacudía, pero jamás explicarlo pudimos bajo ese
mágico arsenal de percepciones entonces indefinidas –que no indefinibles-.
Valga un ejemplo hispalense que enseguida identificaremos: Joaquín Romero
Murube formuló y redescubrió una Sevilla cofradiera latente y latiente en todos
sus vecinos pero que sin embargo nadie acertó a definir a golpe de metáforas,
de comparaciones casi mitológicas y de prosa lírica –como “un revuelo de
dicciones plásticas de gente del sur”-.
Yo prácticamente hago oídos sordos a quienes dogmatizan pro
domo sua. Presto atención a los sembradores de obras mudas y carentes de
fanfarria: teóricos del ejemplo propio. Y ando a la escucha -¡han de llegar
antes que después!- de los intérpretes capaces de traducir más allá de lo
puramente visible. Instalados entre lo imperceptible y lo sublime…