Víctor Manuel –el cantante rompedor, el vocinglero idealista-
se pregunta en uno de sus más sonados estribillos por el destino de los besos
que no damos. Toda indecisión contrae una pérdida. Todo descarte, un quebranto.
¿Quién sabe nada si, por los achaques del demonio, por los dualismos del
horóscopo, por las soberanas idioteces de la pusilanimidad, nos hubiéramos
atrevido a desafiar las aparentemente líneas divisorias de nuestro destino?
¿Quién seríamos hoy si nos hubiésemos aliado al fenómeno multiplicador del
atrevimiento, del empuje interior sin aspavientos, del dejarse llevar por los
razonables impulsos de la honestidad consigo mismo? ¿Quién si ahuyentáramos la
macabra costra de los prejuicios sociales? Nuestros sexagenarios, nuestros
antecesores, nuestros abuelos, cuando retrotraen la vista a los glosarios de la
propia nostalgia, siempre juran y perjuran un único arrepentimiento: el que
dubita sobre aquello que no hicieron. La oportunidad perdida, la opción
extraviada, la disgregación de la mera hipótesis. Poseemos una capacidad
decisoria de cartón piedra. Apostamos al caballo ganador de la certeza. Pero la
certeza no siempre cuadra con las cosas ciertas. Mi estimadísimo amigo, mentor
y ejemplo sempiterno Miguel Puyol –cofrade de pro y de prez- suele
comentar, entre bromas y veras, pero asistido por la razón de las cláusulas
divinas, que debemos hacer lo que se debe aunque luego se deba lo que se haga.
Extrapolando el enunciado de Miguel a la plática dominante, encontraremos el
truco del almendruco de la receta de la felicidad. O, lo que viene a significar
idéntico resultante, el sabor de la libertad. Hacer cuanto debemos en función
de nuestro mejor dictado interno. No agazaparnos en la represión del implacable
juicio del resto de la gente. Porque la gente, como masa –usted, don José
Ortega y Gasset, sabrá perdonarme- no constituyen rebelión ni
incluso –ah simulacro de rebeldía absurda- revolución. El hombre es una obra en
marcha, no un producto prefabricado. No un apelotonamiento de impersonalidad.
No un miembro del club de los tibios. Un poco de anarquía y un mucho de
respeto, hermanos. Y aquí paz y mañana gloria.