Jerez íntimo – Marco Antonio Velo
El
centro en ebullición
La ciudad es un circunloquio de despertares anónimos. El
centro de Jerez adquiere la tonalidad soleada de nuestra infancia. Color sol y
solaz de mañana de paseo. Deslumbra e incluso hiere la potencia frontal de
tanta luminosidad. Fruncimos el ceño y nos arroba la creciente concurrencia de
ciudadanos ávidos de asueto y convivencia. Demasiados días de lluvia nos
retuvieron en el cobijo doméstico. La luz -de tan abrupta- nos acogota. ¡Pero
cómo hermosea el paisanaje urbano este mediodía de familias en tropel! Martes festivo que se abre,
arborescente, a la ambientación por veces multitudinaria. ¿De dónde han salido
tantísimas personas? La vida es lo que haces de ella. Lo dicen, fonéticamente,
los hindúes. Todos estos jerezanos han decidido hoy aparcar -cercenar de raíz-
el estrés, sus angustias incógnitas, para templar, mandar y cargar la suerte
del sosiego y la detención serena del momento… Y así estampar un soplo de vida
que huele a voluta de pestiño. Y a viejo aroma de Medina en la Plaza del
Arenal. Este tiempo de víspera navideño siempre se estructura en función de un
regresivo catálogo de olores. Ya sentenció el escritor vanguardista que “el
olfato es como una cerebración y celebración que tiene por grifo la nariz”.
La calle Larga es una apretada procesión de paseantes al
ralentí. ¿En qué precontrato social hemos de apostrofar la permanencia, la
sucesiva repetición, de tan (inédito) animoso ambiente festivo? Jerez -escuela
estoica de urbe en marcha- rememora ahora la máxima siempre rescatable de Epicteto: “Engrandecerás a tu pueblo no
elevando los tejados de sus viviendas sino las almas de sus habitantes”. Jerez
eleva el alma de sus habitantes concentrándolos en aleve convivencia…
La calle Consistorio es un hervidero de público sentado al
socaire de catavinos y menudo caliente (vulgo callos a la no sé qué). Bares
hasta la bandera. Si no agachamos la mirada de cuando en cuando, provocaremos
un involuntario zancajo. Coexisten dos alturas humanas en la estrechez de la
calle: un flanco de personas que tapean al simétrico modo y otro que estrecha
el largo tramo de viandantes. Nos saluda
Antonia (Toñi) Macías Sánchez, camarera del Señor de la Sentencia. La
sorprende el avanzadísimo estado gestante de E. Nueve meses y algunos días de
suma y sigue. La cofrade de la Yedra es puro desprendimiento por su Hermandad
de la Plazuela. Mujer, como el Altísimo manda, de Hermano Mayor. Aseguraríamos
a pies juntillas que su marido sabe comprender al dedillo la impronta
descarnada del sentimiento cofradiero. Apenas a medio metro nos saluda Vanesa Fernández, otra cofrade de la
Santa Madrugada que achica sus fortísimos dolores musculares en la relajación
espiritual de un esparto asido a la túnica blanca. De casta le viene al galgo.
De tal palo, tal astilla. Histórico costalero de zanco de mármol a mármol su
castizo padre: José Manuel Fernández
Almanza.
En Plaza Rafael
Rivero estrechamos la mano del flamante próximo pregonero de la Semana
Santa. Cofrade joven de toda la vida de Dios. De José Blas Moreno hablaremos con detenimiento de aquí a nada, in
ictu oculi, en un abrir y cerrar de ojos. Porque irremediablemente habrá que
teorizar nunca a salto de mata sobre el distintivo de cofrade joven de toda la
vida de Dios. De nativitate que ora et labora silente puertas adentro de su
Hermandad y al Señor rogando y con la carga del cargo (dirigente) siempre dando
en el yunque de las obras que son amores y no meras (fatuas) razones. De niños
nos enseñaron que el cofrade lo es en la medida de la entrega a su Hermandad.
El escaparatismo de la sentencia ex cátedra en el correveidile de algunas vagas
tendencias en boga que churretea proclamas y megalomanías (siempre ajenas al
trabajo interno, al fuero interno, a la sociabilización interna, de la cofradía)
asimismo merece por contraste otra tríada de capítulos a modo de addenda et
corrigenda. José Blas es la antítesis: engrandece a la Semana Santa desde la
permamente dobladura de su espinazo -erre que erre, un año y otro- intramuros
su Hermandad. Con dos bemoles.