Carmen Oteo y el artículo periodístico - Columna de Marco A. Velo en Diario de Jerez

Siempre disentí -frontalmente- de quizá la única afirmación furtiva de Ramón María del Valle-Inclán. No: el periodismo no avillana el estilo. Al menos no el periodismo literario. No el periodismo que levanta acta, al decir de Quevedo, "de la oquedad de la vida y de la eternidad de la muerte". No el periodismo de captatio benevolentiae. No el periodismo lingüiforme de Ramón Gómez de la Serna o -dum spiro, spero- de Azorín. No el cultivado por Mariano de Cavia o -¡vaso de agua clara: neotomista y vitalista!- José María Pemán. Si el articulista -léase el escritor de periódicos- posee a nativitate oído para la musicalidad interior de la prosa y aspira a la calidad de párrafo, como un traductor inédito de la actualidad, entonces el alzamiento de columnas de análisis y opinión jamás puede perpetrar ningún atraco a mano armada -¿a bocajarro?- sobre la tierra fértil del papel prensa. El artículo en periódico amanece difuminando sombras. Con el propósito básico de hermosear el desayuno del lector -agudo o no que fuera-.


El estilo es sonoridad intrínseca al escritor -en cuyo ínterin siempre anida, y tal cantara el poeta, "la metódica copia de mi agresividad contra mí mismo" o inclusive, en un plano más secuencial si se quiere, las definitorias del alma según los prosódicos soliloquios de Van Norden-. El periodismo literario no debe nunca desdibujar el estilo porque de lo contrario el firmante caería de lleno en la subrepticia entreguerra del autoengaño: coladero, eufemismo, cortina de humo, nadería. El articulista es un notario cómplice de la levedad del ser: un interpretador abierto de la humanización o deshumanización de tantas "vidas de cachorros a la intemperie". ¿En la línea de Julio Camba? ¿De José Luis Martín Descalzo? ¿De Carlos Luis Álvarez 'Cándido'? ¿De Manuel Gómez Aróstegui? ¿De Lorenzo López Sancho? Viene a cuanto la perorata porque mañana martes, en el punto de intersección de la tribuna de oradores de la Academia de San Dionisio, la letrada y columnista deDiario de Jerez Carmen Oteo Barranco abordará -¡atiza!- una temática impar: "El articulismo, pilar de la prensa". ¡Ahí es nada!
Conociendo como creo conocer a Carmen -"no llamadme escritora, que es una palabra muy grande para mí"- mañana la Academia olerá a rotativa de altas horas de la madrugada, a rítmicos ecos de viejas Underwood, a sintácticos soniquetes de escritores de raza. Carmen hablará de cuanto domina. ¿En qué esfera colocará mañana Carmen el articulismo de prensa? ¿Cómo diseccionará su proceso de elaboración? Para mí tengo que las columnas de papel prensa no ofrecen al retortero la contrahistoria por sorna sino la intrahistoria por norma. La descodificación de la realidad aparente -la sublevación y la subversión de lo meramente visible, "de lo que se nos da ya manufacturado desde el exterior" - para reescribir otra versión y otra visión menos perceptible pero igualmente "real y latente". Porque el mundo es rugoso y poliédrico. Y el articulista ha de descifrar el envés del haz. ¡Ay "ese estofado de sol y velocidad que tiene un artículo reciente" tan omnipresente en la obra 'Un ser de lejanías'! O la "nueva ciencia del arte de escribir" que tanto conocía Gabriel Miró. El bosquejo, la traducción cubista del hecho, el hallazgo en otro espejo nunca deformante. Ya lo consignaba Mallarmé: "No la cosa sino la sensación de la cosa". Por conceptualización y no por intertextualidad.
¿Hablará Carmen del paradigma del articulismo posmoderno en la escritura de César Gónzalez-Ruano? ¡Qué pocos lectores -¿verdad, Carmen?- de César en la España desestructurada de hoy! ¿Se escribe hoy a la usanza de aquel memorable artículo 'Madrid, entrevisto. Justo castigo a su perversidad'? ¿Pétreo muro de vidrio y tinta en agraz? El periodismo literario -en su incólume vigencia- no avillana ni avilanta el estilo. El artículo periodístico constituye un (moral y nunca moralizante) compromiso social e indistintamente una puesta en valor de la capacidad transformadora de la escritura. Ésa que, a pesar de todos los pesares, siempre con sangre entra.

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