La cojitranca sombra del diablo cojuelo - Columna de Marco A. Velo en Diario de Jerez



Nadie, ni siquiera el diablo cojuelo -ni su cojitranca sombra-, aspira a convertirse -mutatis mutandis- en un cimarrón. Tampoco coexiste vecino capaz de avanzar con la cabeza gacha. Habitamos un país -bautizado por sagaces neologistas como Vandalia- donde ya ni podemos dormir a pierna suelta en nuestro propio hogar, dulce hogar. Con motivo de la pasada Feria del Caballo fuimos invadidos por intrusos visitadores en calidades de azuzados asaltantes de pisos -habitados in situ o no, mire usted por dónde-. Varias urbanizaciones de la Avenida de Europa -sitas entre el caballo de tronío de don Álvaro Domecq Díez y la esquina del bar Rolling con avenida Caballero Bonald- fueron señaladas, planta a planta, puerta a puerta, con unos folletos dispares de publicidad pasada de rosca y por largo de fecha.

Sobre alguna alfombrilla de bienvenida incluso la guía amarilla de teléfonos, edición bolsillo, desprovista de envoltorio de plástico. La guía, a mayor abundamiento, del año 2015.  Una huella que olía a gato encerrado, a trampas con cartón, a zancadilla estratégica: un sinsentido. La marca del caco en ciernes. Un surtidor de sospechas con destellos de luz de luciérnaga. Eran señalizaciones de argots sólo entendibles y codificables y descifrables por los taciturnos miembros de la banda organizada de marras. Delincuentes duchos en el nunca virtual asalto del domicilio ajeno. Abruptos dilapidadores de la propiedad privada. Espías a discreción de tus hábitos y usanzas diarias.

Me consta que -llamada a retreta y a diestro y siniestro, ojo como platos en la guarida del pánico contagioso- bloques enteros cerraron sus portalones blindados con dos vueltas de llave, colocaron tablas atravesadas tras el acceso principal de la casa, dispusieron de domésticas trampas de escala humana y se entregaron aquella primera y acechante noche a los vituperados brazos de Morfeo adjuntando a sus puñetas cuchillos jamoneros, bates de beisbol de la madrileña tienda del Real Madrid y estacas de tres al cuarto. No escribo al hilo de la imaginación -que, según Henry Miller, es la voz del atrevimiento- sino ciñéndome a la credibilidad de los hechos según Paco Gandía, es decir, a un caso verídico.

Antaño los serenos protegían celosamente el umbral de nuestra infranqueable intimidad. Hogaño ni los blindajes de las puertas más pétreas garantizan el atraco a mano armada en la salita del suelo de tu privacidad y del subsuelo de tu perseguidora hipoteca. ¿Ya sólo en los hoteles estamos a salvo de los foráneos atraca-pisos? El presidente de la comunidad se apresura a estampar en el espejo del ascensor las más actualizadas recomendaciones de seguridad. La puerta siempre cerrada con las máximas vueltas de llaves posible, no abrir a desconocidos, estar alertas a cada segundo, los buzones vacíos de correspondencia, ninguna pista en el muro público de Facebook a propósito de convivencia familiar en el Real de la Feria, las persianas a medias echadas…

Se hizo el miedo cuasi colectivo. El aliento del atracador bufaba en la linde de nuestro cogote. El acecho invisible se apoderaba del acervo visible. La sugestión ya campando a sus anchas. La noche cerniéndose sobre los tejados de la incertidumbre. Nuestro patrimonio material ya adoptaba órdenes de prioridades en la conmiseración del ahora agitado pensamiento. ¿Mejor dormir en el sofá del salón y así saltar como un mihura a las primeras de cambio del primer leve ruido tras la mirilla de este desconcierto? La Feria de Jerez también cuenta y calla su intrahistoria allende su albero, sus tramos de casetas y su mírala cara a cara, que es la primera. La madrugada del domingo al lunes incontables jerezanos no durmieron de ninguna de las formas. Y si alguno echó una cabezadita fue soñándose Dustin Hoffman mientras -en el legítimo uso de la defensa propia- batía su integridad física, a pecho descubierto y a mamporros y zurriagazos, contra cuatro o cinco fornidos malhechores que, colándose de rondón en su propia casa de campo, acabaron -tras un combate de extrema violencia- reducidos a la nada en la mítica película ‘Perros de paja’.

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