Un niño sin máscaras - Columna de Marco A. Velo en Diario de Jerez


Bajo la luz de la luna los chicos negros parecen azules. La frase asertiva pertenece a uno de los diálogos del filme ‘Moonlight’ –‘Luz de luna’-, premiada a redoble de timbales con el Óscar 2017 a la mejor película. El argumento resulta insobornable y lúcido como a día de hoy apenas se estila en el cine sobre todo de temática afroamericana. Hace un par de semanas departía con un compañero de Asecan a propósito del papel capital que en esta obra mayor cobra el silencio -como expresividad inmune del drama interior- y el gesto hierático y seco -como descripción psicológica de un niño desatendido por su madre drogadicta, huérfano de padre y blanco del bullying escolar-. Ante el largo arsenal de largometrajes insípidos, indoloros e inodoros que abundan por doquier -no tanto antaño como hogaño-, emerge esta obra de filiales emociones incrustadas en la sensibilidad el espectador como la yedra a la verticalidad de su ascensión.
Aunque la película centra su sinopsis en un mensaje demoledor que ahora no vamos a revelar -a no dudarlo se trata de un apabullante documento social donde la tutoría didáctica radica más en la forma que en el fondo-, yo apunté a toda prisa una deducción latente que -sin fábulas ni épicas- jamás abdica de los fotogramas y sí por el contrario traspasa la gran pantalla para vincularse -también ornamentalmente- al inmediato reconocimiento del cinéfilo: la personalidad que forjamos en la infancia ya permanece férreamente en nuestra mismidad hasta los últimos días de la hora nona. Lo dijo y redijo Rilke por activa y por pasiva: la infancia es la patria del hombre. Siempre acunamos en nuestros adentros el temperamento del crío que fuimos. El metraje ofrece en tres segmentos -digámoslo así a bote pronto- distintas etapas -infancia, juventud, madurez…- del personaje protagonista: Chiron. Pero el niño continúa habitando en la tripa de sus sucesivos ciclos vitales. Ad vitam aeternam.
Me atrapó en un amén el párvulo Chiron –¡qué actor debutante Alex R. Hibbert!- y ya no quise desprenderme de su imantación. ¿Por qué quedé arrobado y embobado con la personalidad introspectiva e impenetrable -que no inconquistable- del Chiron infantil? Probablemente por la contraseña gestual -la encarnadura- de su indefensión bajo los enojos y los vagidos de un entorno hostil, mugriento, circular como la acechante boca del lobo. ¿Estaba yo adentrándome in situ en la morfología secuencial de cuanto venimos en denominar película-experiencia? Afirmativo. El benjamín de raza negra se movía, zigzagueaba, por el diablo mundo tal cual era: sin traicionarse a sí mismo… La forja de la personalidad ya imbatible. En el Miami suburbial de finales de los ochenta daba palos de ciego, tierno, este crío abandonado a su desventura. Y se me vino a la sesera aquellos (epidérmicos) versos del amigo Fernando de Villena: “¿Qué azar terrible o qué turbio destino/ ha tejido su malla inextricable/ sobre tus hombros de Atlas engañado?/ Nada debes al tiempo/ que te tocó sufrir...”. ‘Luz de luna’ rescata un niñito sin máscaras. Desprotegido, cariacontecido, huidizo por las orteguianas circunstancias, ahíto de mimos, pero siempre desprovisto de máscaras. La yerma diferencia entre el ser y el estar. Obrar con arreglo a su identidad. Sin dejarse coaccionar por la morfina de las vanidades. Por la hojarasca de la impostación siquiera por mero mecanismo de autodefensa. ¿Cuántas personas malbaratan, malogran, malinterpretan, malquistan su existencia por acorazarla de máscaras que disfrazan el tesoro de una personalidad única e irrepetible? ¿La superchería y la megalomanía asesinan al hombre que estamos llamados a ser? Al menos lo desdibujan, lo emborronan para adulterar el perfil del niño que, aún y siempre dentro de nosotros, ya no se reconoce en la superficialidad, en la careta, que su estado adulto ha fabricado. Y es que, certerísimo, ya lo advirtió Oscar Wilde: “Un hombre que aspira a ser algo separado de sí mismo… siempre logra lo que se propone. Éste es su castigo. Quien codicia una máscara termina por vivir oculto tras ella”. No así nuestro pequeño Chiron. Aunque a la luz de la luna los chicos negros parezcan azules… No deja de ser, al fin y al cabo, un cromático efecto óptico.

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