La Casa de Hermandad virtual - Columna de Marco A. Velo en Diario de Jerez





Subsisten pretextos afelpados en su modorra. No conviene martillar ni martillear contra el tejado propio. Ni ensalivar un escupitajo en dirección milimétricamente vertical porque su grisura regresará -beodo de velocidad- a la boca de origen. Y no me refiero tan sólo al desafuero y a la guillotina del resentimiento que en nuestra muy desleal ciudad ha desvergonzado el caso peripatético del homenaje in memoriam Miguel Ángel Blanco. Que también y punto y seguido al excelente artículo ayer domingo de Rafael Navas. Ya habrá reincidente ocasión -por males del demonio y por detritus del diablo cojuelo- para el punto de partida de la desmemoria histórica jerezana -que cobra fuerza de cartel irrisorio a nivel nacional-. Peguemos volantazo copernicano para sustraernos a otro colindante desvarío. ¡Ay, cuán necesario y harto urgente resulta a veces la relectura del ensayo capital por antonomasia ‘La rebelión de las masas’ de José Ortega y Gasset! Y no únicamente por fundamentos de perspectivismo y razón vital -raciovitalismo- sino también por la cristalización competencial de las élites -la cualificación- en las esferas decisorias de la sociedad.
De calificación y cualificación y dialéctica incluso filosófica -en el sentido socrático del término- tampoco a veces anda sobrado el orbe cofradiero. A menudo las élites enmudecen -que no enflaquecen- atónicos ante la superficialidad de quien tampoco está capacitado para el análisis de fondo. En alguna tampoco demasiada lejana calenda -emulando el esplín veraniego- abordaremos cuanto, en materia cofradiera, podríamos definir como flatus vocis, la hojarasca, el simplismo, la garrulería y la bravuconada. Tiempo -que es juez inextricable y escrutable- habrá. Aterricemos hoy sobre un lagarto, lagarto previsor. Sobre el omoplato de la precaución. Veréis: por plurales razones que no vienen al caso un servidor de vuecencia, carísimo lector, se siente de algún modo “soleano”: dícese devoto y admirador de la sevillanísima Hermandad de la Soledad de San Lorenzo. Un buen puñadito de amigos materializa mi relación social con aquella Santa Casa.
Muy en contra de la tácita costumbre interna, la cofradía ha celebrado comicios hace un par de semanas en la concurrencia de dos candidaturas a las urnas…Si extrañaba por insólita la conjugación de ambas opciones, más aún los apretados resultados que casi detonan el empate técnico final. Trescientos y pico de votos para cada candidatura. Apenas cuarenta papeletas declinaron la balanza. Subterfugios de interioridades infranqueables al margen, coloco en el frontis del presente artículo una frivolidad cuya argamasa ha pasado quizá demasiado desapercibida. Uno de los candidatos -legítimos siempre: da igual quién: no se trata de nominar- proponía, entre sus prometeicas hazañas, una especie de Casa de Hermandad virtual para la cacareada y manida unión y convivencia de hermanos -¿a mayor énfasis los impedidos físicamente?-. No el planteamiento -la idea per se- en sí sino el desarrollismo volátil de la misma pudiera acarrear impredecibles consecuencias. Nos jactamos por activa y por pasiva de achacar la cosificación de la vida del hombre, la digitalización expuesta urbi et orbi de sentimientos aparentes, la pantalla plana de los afectos, la robotización de las relaciones humanas y no tenemos mejor alumbramiento que reconvertir nuestras Casas de Hermandad en el ojo dominador de un Gran Hermano cofradiero donde el espectáculo también se televise y salte al buen tuntún en los columpios inseguros y fraudulentos de las redes sociales. Y el hermano impedido por justificante o justificación.
El sanctasanctórum de la quintaesencia cofradiera es la vivencia interna de tu Hermandad. Para con tus hermanos de siempre o de nuevo cuño. Los que fueron y los que llegan. Un año y otro y siempre en marcha, como la construcción -dramatis personae- de la novela de la vida. La sociedad del confort ha creado, así como en la Venecia de la época de Quevedo, el selecto Club de los Flojos. Aquellos que se erigen en opinantes sin doblar el costillar puertas adentro. El triunfo de las cofradías estriba en su soberanía humana. En su latido humano. En su contacto humano. No queramos hacer vida de Hermandad tras la pereza de una pantalla táctil que a nada compromete. ¿Convivencia o connivencia por control remoto?

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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