No asistimos a ninguna Guerra Mundial, empero tampoco vivimos en paz internacional



Por Marco A. Velo

Todos los que alguna vez hemos paseado a nuestras anchas por Las Ramblas de Barcelona sabemos a ciencia cierta la malquerencia táctica del execrable atentado que hoy copa y ocupa la actualidad española. Ya de antemano hacer coincidir términos como Barcelona y España constituye un sonrosado derrocamiento de los criminales. Un fracaso epilogal. El país actúa -y no sobreactúa- en bloque. En la unicidad imperativa del espíritu común. El concepto primigenio de Estado ejerce su función solidaria y asimismo orgánica. La cooperación de las fuerzas de seguridad funden el ámbito local y la estructura nacional. Las Ramblas es ancha y multitudinaria, aspiradora de gentes del procomún y de forasteros por doquier. Su nutrida acumulación de viandantes siempre expone la incertidumbre de cualquier suceso repentino. Antaño y hogaño nos han alertado de su exponencial predilección para atracadores de poca monta: hurtadores silenciosos, casi invisibles, de bolsos, teléfonos móviles, cadenas de oro y carteras. Especialistas en el ardid de los raterillos profesionales. Peccata minuta, único borrón consustancial a tan recomendable destino turístico. De la pulsión delictiva habitual a la abyección terrorista dista un abismo. Ahora el horror se ha agudizado nunca extemporáneamente. Aludimos a una problemática de hoy: no asistimos a ninguna Guerra Mundial, empero tampoco vivimos en paz internacional. Toca turno para discernir y aniquilar mensajes radicales. No confundir Islam con terrorismo. No extremar el énfasis vengativo. Posponer la ira de inmediato sinsentido. Arrinconar la presión y la opresión del resentimiento. La valentía de las personas de bien se manifiesta a través de otros códigos. ¿Casus belli? Dejemos actuar -en todas sus prerrogativas y potestades- a las autoridades competentes. Mientras tanto, en el ínterin, solidaridad, pésame, apego de sentimientos y sentido de libertad.

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