Luis Gonzalo y Jerez - Artículo de Marco A. Velo en Diario de Jerez




Yo creo a pies juntillas -y defiendo a ultranza- la capacidad transportada de la imaginería plástica como base incitadora de la imaginería verbal. Toda obra pictórica, verbigracia, suscita en el espectador una búsqueda de equivalencias, si no poéticas, cuanto menos textuales. Valga decir, a mis ojos vista, que la obra de Luis Gonzalo González González -su reconocible técnica- me retrotrae de inmediato a la obra ‘Fábula de Acis y Galatea’ de Luis Carrillo de Sotomayor. Mas también en cierto modo -porque produce idéntico efecto en mi campo identificativo- a las ‘Soledades’ de Luis de Góngora y Argote. Quizá, porque como rezaba Lezama Lima a propósito del acento gongorino, “nos impresiona como la simultánea traducción de varios idiomas desconocidos”. Ahí es nada.

Luis Gonzalo jamás elaboró inusitadas formas a partir de modelos más o menos manoseados, ¿verdad que no, amigo y compañero Bernardo Palomo? Admiro de Luis cuatro persistentes juramentaciones: su febril capacidad de creación, su erudito ingenio para la innovación de procesos artísticos, su inagotable propensión a la carta blanca de novísimos proyectos y su natural defensa de la siempre viable alianza cultural y empresarial Cádiz-Jerez, Jerez-Cádiz Este último precepto es mandamiento inasumible por los cantamañanas del chovinismo más contumaz. Por los hostiles tozudos que jamás atendieron ‘El anillo de Giges’ de Ramón María del Valle-Inclán: “Sé como el ruiseñor, que no mira a la tierra desde la rama verde donde canta”. Pues eso: menos encriptados localismos y más coalición en el periclitado uso de compartibles señas de identidad. El absurdo enfrentamiento Cádiz-Jerez, Jerez-Cádiz, en el imaginario de su hermanamiento sociológico, desemboca en la fatua discordancia andaluza. Luis Gonzalo procura a brazo partido la paulatina disolución de “esta sangre que gime sin sus cuerpos”.

El pincel de Luis -que evita la natural etapa de aclimatación- sublima lo vulgar. “Yo pinto como otros escriben su autobiografía”, dijo Picasso. Luis pinta para así reescribir a diario sus propias memorias autorizadas. Con Luis no ocurrirá como con Jenófanes de Colofón -fundador de la escuela eleática y pionero en exponer la teoría monista-, de quien apenas se conserva obra completa -a excepción de ciento versos en lengua jónica-. Con Luis sí sucederá como con Heródoto de Halicarnaso, que se presenta como testigo directo de cuanto narra. Luis Gonzalo es un artista -inasequible al desaliento- que permanece impertérrito en constante ebullición. Una marca pictórica cuyo mejor gestor cultural recae sobre su misma habilidad social. No precisa de acción de marketing ni de unidad de negocios ni de visibilidad del producto porque sus obras mastican la genuina denominación de origen. Luis Gonzalo gasta el pelo blanco y la memoria límpida. Su ímpetu intelectual siempre nace al quijotesco “la del alba sería”. Cultiva la multifuncionalidad como quien saborea una copa de cream: con el sustancial regusto de la facilidad.

Luis Gonzalo es guardián -no centeno- de la atención. Su constancia es gatuna y, si por hache o por be, desaparece alguna corta temporada -o nos da la ligera impresión de tal-, pronto -como los gatos quevedescos- “reaparece en el escenario como si la ausencia hubiese sido un espejismo, una aprensión, un estado del sueño cataléptico”. Jerez es su cuna y Cádiz su cama… pero él se siente entrañable componente de ambas ciudades, tan propalador y equilibrista y, por decirlo al estilo de las vanguardias literarias, “tan tomador de sol, desafiador de los vientos helados, enamorado rogante y galante de la primavera”.

Luis, ad valorem, huye de todo censo contemplativo: por ende jamás interactúa en instituciones semimuertas. Porque la pujanza que irriga sangre a su corazón materializa el modus operandi. La sociedad que Luis promueve -ayuna de apologías y diatribas- no debe ser demasiado batueca. Porque lo batueco constriñe el intelecto. Y Luis fluye y refluye como tormenta de ideas -brain storming- que empapa el lienzo de la onírica colorista. Y es que, como leímos en ‘La lámpara maravillosa’, “el hombre que penetra en el misterio siente en los hombros las alas del ángel y halla en las cosas una razón de conciencia fuera del orden de las horas”.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL