'‘Lulú’ o el revés de la femme fatale 

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‘Lulú’ o el revés de la femme fatale
Villamarta acogió una fallida revisión del mito de la mujer dañina

MAV - MIRA

Marchémonos a la chita callando hacia la lectura más antigua de la Humanidad. Pongamos que hablamos de la Biblia. Detengámonos sin paliativos en los primeros parágrafos. En el exordio del Génesis. ¿Un gazapo argumental entre el primer capítulo y el subsiguiente? ¿Nones? ¿Existió una mujer -díscola y harto rebelde- antes que la mismísima Eva, encarnación del fruto prohibido y hacedora del pecado original? El texto de Paco Bezerra zigzaguea con una posible equivocación de Dios que acto seguido precisaba del borrón y cuenta nueva de la  mujer segunda (ahora sí: nacida o renacida de la costilla de Adán). ¿De la primera, por belicosa, nunca jamás se supo? ¿Asumió por los siglos el ubicuo papel protagónico del mal? ¿Siempre en la dermis de la así rebautizada femme fatale?

¿Es Lulú el diminutivo de todas las hembras con acecho de serpiente venenosa? ¿Existen como tal o por el contrario representan el pretexto voraz del equívoco del hombre? ¿Lulú es el bies de la primera sílaba de Lúcifer? ¿O la mártir inconfesa y enmudecida por la patraña del varón? ¿Es Salomé y Helena de Troya y Dalila o una sencilla jornalera del campo que sufre la violación de la carnaza machista? ¿La insalubridad de un lápiz de labios o la penumbra con chaflanes de violencia de género?

El Teatro Villamarta acogió este pasado sábado el revisionismo del mito de la hembra dañina. Apriorísticamente. La prosa culta de Paco Bezerra siempre apuesta doble contra sencillo a favor de la calidad de párrafo. Asistir a una obra de teatro también es acomodar el oído a la musicalidad de las excelencias de la literatura. De antiguo hemos entendido que la literatura de urgencia suele escalonar ademanes vertiginosos. No así la literatura concienzuda, tal la propia del dramaturgo que rubricaba la versión protagonizada -senos de luna llena, palidez de alpaca plateada, belleza atávica de muchacha grácil- por María Adánez. Por largo la actriz más relevante del reparto de esta ‘Lulú’ mermada de hondura argumental.

Algo más de media entrada registró el teatro de la ciudad. El programa de mano enseguida nos indica un par de cambios en el elenco actoral. Si bien Armando del Río cumplió con creces en su papel de Amancio, no así César Mateo asumiendo el del hijo Calisto: de muy deficiente vocalización por acelerada y, por ende, ininteligible. Ametrallaba las palabras en un galimatías de difícil comprensión. El susurro del público circundante pronto coincidió en esta tamaña deficiencia.

El coloquio -su feble arquitectura sensitiva- evidenció la inconsistencia de los personajes, meros emisores de frases directas -en ocasiones atropellándose unas sobre otras-. Percibimos una suspensa dirección actoral. Las acotaciones o didascalias no encajaban con la expresividad interpretativa. La linealidad de cada personaje carecía a su vez de una acotación nominativa: resultado: oradores más que actores reencarnados encima de las tablas. Lástima al tenor de la prosa estética con visos, por fases, de índole valleinclanesca. Un espectador quejicoso pudiera sentirse desencantado en cuanto a la factura promocional de la obra. Y asumir que, frente a otras propuestas mayores como la colosal ‘Salomé’ de Miguel Narros -también protagonizada por María Adánez-, ahora ha consumido un producto alimenticio de cortísima duración y a ojos vistas desestructurado que incluso atiende al reclamo del semidesnudo de la actriz principal como intonso banderín de enganche.

El mensaje principal cobra vigencia al tenor de los tiempos que corren. El texto sí ofrece una moraleja: no debemos asumir a pies juntillas las versiones oficiales -históricas o intrahistóricas- de los hechos que nos vienen dados. La descodificación de la realidad también puede ofrecernos la poliédrica aseveración de otra verdad. La única acaso. Existen y coexisten falsas narraciones únicas. Todo tiene su revés. Su envés. Su cara oculta y adrede ocultada. Y posiblemente en el pliego -en la pirueta sonrosada- de dicha ocultación radique el quid de la cuestión, la visibilidad de lo aposta invisible. Ya decía Valle-Inclán que si miramos con todos los ojos… nuestra intuición será teologal.


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