Violencia de género: cuando el amor duele 

Crítica de cine y televisión - ¡Mira qué cultura!
MAV - MIRA

María es una joven que cultiva la cortesía y las buenas maneras. Posee un carácter de veras afable. Risueña por naturaleza. A todos -amigos y allegados o inclusive a personas desconocidas- sonríe por norma. Posee una sonrisa congénita, asida al busilis de su ser. Es, además, agraciada físicamente. Muy guapa a nativitate. El pelo moreno largo, alisado: planchado, como una apache menuda del siglo XXI. Pese a considerarse bajita de estatura, no usa tacones: nadie sabe tampoco si por decisión personal o por otra suerte de impedimentos hasta la presente ignotos y desconocidos para cuantos la rodean. El tacón como signo de femineidad huyó siempre de sus pies.

Los ojos almendrados como una virgen jónica. La comisura de los labios como delineados por un artista de la inconsútil naturaleza. Aseguran sus compañeros de profesión -trabaja en las oficinas de una conocida entidad bancaria- que destacan sobremanera sus conocimientos contables. Su brillantez en la materia. Siempre tuvo facilidad para los números y sacó la carrera de Económicas con tesón y asimismo con facilidad. Jamás presumió de ello. En puridad María nunca presume de nada. El mérito siempre lo otorga a los demás.

Desde hace cuatro años, cinco a lo sumo, vive emparejada. Con su novio de toda la vida. De la que se prendó -en florilegios de ilusiones puras como el cosquilleo del amor primero- siendo adolescente. Pocos meses antes de cumplir los diecisiete años de edad. Ahora suma veintiocho primaveras. Ya la cantautora Violeta Parra, en su célebre canción “Volver a los diecisiete” aseguraba que “sólo el amor, con su ciencia, nos vuelve tan inocentes”. María solía tararear esta canción que, de pequeña, cantaba repetidas veces su madre -ahora ya fallecida- en aquel para ella inolvidable y acogedor hogar de la infancia.

Rilke escribió que la infancia es la patria del hombre. Para María, tan noble de personalidad, tan tímida en su trasfondo, también lo fue. Sus recuerdos de niña se emparentan enseguida a una alegre familia de cinco hermanos y a sus padres siempre enamorados como el primer día. Jamás las épocas de crisis económicas fueron óbice para el deterioro de la feliz vida matrimonial de sus progenitores. Creyó -¿ilusa? ¿idealista? ¿romántica hasta el tuétano?- que el amor de pareja sería siempre -sin excepción ninguna- tal cual visualizó y abrazó en el ejemplo cristalino de sus padres. Andando el tiempo se desengañó…

María esconde un pesar, su infierno personal: sufre tras los barrotes oscuros y silentes de su pequeño apartamento. Aquel pisito que antaño concibió como nido de amor de dos tortolitos que pronto compartieron vida en común. Hoy se trata de una mujer acorralada por las fauces de esta confusión tan suya y tan de nadie. Ninguno de sus conocidos, ni tampoco -menos aún- sus hermanos, ni imaginar pudieran la alzada del calvario que aflige y doblega, pasito a paso, a María. El hombre que la enamoró -celoso enfermizo: los celos no son ni por asomo deformes muestras de cariño sino todo lo contrario: camuflajes de primeros signos de violencia- la tiene atada de pies y manos -psicológicamente cautiva- en una convivencia a puerta cerrada henchida, hinchada, de reproches, de violencia verbal, de insultos, de golpes humillantes, de bofetones sin un porqué, pero igualmente de toda una suerte de chantajes emocionales disfrazados, a ratos, de arrepentimientos (falsos).

María lleva una doble vida, a regañadientes. La sonrisa externa, en su vida pública. Y el llanto desatado, interno, en su infierno privado. Apuesta doble contra sencillo a favor de su pareja: cree ella que cambiará tarde o temprano. ¿Sabe a ciencia cierta que imagina un imposible? ¿Se está autoengañando? Cambiará, cambiará, pero siempre a peor. María, destrozada la autoestima, se concibe como un detritus humano. Aunque lo disimula a trancas y barrancas. Tan es así que ha renegado de una de sus máximas ilusiones vitales: ser madre. Porque advierte -vislumbra- el padecimiento de su niño/a en la futura contemplación de este maltrato insostenible para toda sensibilidad infantil. ¿Qué siente un niño cuando ve que papá pega a mamá? ¿Crecerá el crío, la cría, con las secuelas naturales de un clima tan tenso y tan insostenible? ¿Tan chorreante de pánico?

María ya no tararea la letra de la canción de Violeta Parra. La que su madre, pletórica, cantaba al calor del hogar. Hogar que ahora, en la memoria de María, se esfuma por el desagüe de los viejos recuerdos. La letra de aquella cancioncilla dulce también alertaba que “el arco de las alianzas ha penetrado en su nidos, con todo su colorido se ha paseado por mis venas, y hasta las duras cadenas con las que nos ata el destino”. Esta rotunda aseveración –“las duras cadenas con las que nos ata al destino”-, que suenan a sentencia, arañan el alma de María. Con una saña tan callada como ocultada aposta a la luz de la calle… Esta historia, esta intrahistoria de María, se repite hasta la saciedad intramuros de lo encubierto.

La violencia de género, sin lugar a dudas, constituye una de las más execrables lacras que azotan a la sociedad actual. Y que, en su delirio sin ton ni son, suma víctimas en un continuum irreparable. Las administraciones competentes no cesan de mentalizar y de concienciar al respecto. Las leyes por veces favorecen el impedimento de un infierno inapagable. Cuyas llamas permanecen ocultas tras el silencio autoimpuesto de las sufridoras. Esa incomprensible callada por respuesta que significa el inicial error más grave de cuantos pudieran cometer la mujer maltratada. ¿Amor ciego? ¿Amor sumiso? ¿Amor dependiente? ¿Miedo de desamor a sentirse señalada por las gentes? ¿Incapacidad o inconsciencia para admitir que personifica la parte receptora de la violencia de género? ¿Denunciar no es un bien necesario, urgente, vital, total?

¿Cuál será, por ende, la mejor arma de prevención, la mejor herramienta preventiva -la más eficaz-, el mejor antídoto? La educación. La educación a todos los niveles. La educación incluso de los niños que protagonizarán la sociedad del mañana. Que serán agentes activos de la realidad del futuro más o menos inmediato. El arbolito desde pequeñito. La prevención está -radica- en la educación. Para que las vidas de tantas mujeres no sigan apagándose sin que nadie lo remedie. Sin que nadie ponga cotos a tales desmanes. Para que ninguna mujer se vea obligada a maquillar sus penas con ocultaciones innecesarias. Ni a impostar una sonrisa, como María. La potencial sobrevenida de la muerte también requiere de su curación anticipada. En evitación de la barbarie de futuros, inminentes, derramamientos de sangre.

La televisión -que no siempre es caja tonta- nos oferta en la actualidad un programa portentoso cuyo contenido conmueve a raudales, nos pone el vello erizado de espanto y ejerce -cultiva, desarrolla- el servicio público de un retrato social tan verosímil como, a la postre, real: la violencia de género. El periodismo -televisivo- también ha de educar socialmente. Abrir mentes. Prohibir a los violentos. Nos referimos a ‘Amores que duelen’, una rara avis en la monótona programación ofrecida indistintamente por el mando a distancia. ‘Amores que duelen’ aborda la violencia de género desde tres parámetros convergentes: el testimonio real en primera persona -la voz narradora-, la reconstrucción de los hechos -escena por escena- (interpretado por actores que además guardan un sorprendente parecido físico con los protagonistas con nombres y apellidos de cada caso) y la explicación profesional: los enlaces explicativo del periodista presentador (Roberto Arce) y el diagnóstico psicológico y legal a cargo tanto de una psicóloga experta en Violencia de Género (Bárbara Zorrilla) y de una psicóloga forense y especialista en Psicología Clínica (Victoria Trabazo).

‘Amores que duelen’, producido por Verve Media Company España, cuenta con la colaboración del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad para su emisión en el canal Telecinco y desde la tercera temporada en Cuatro. Siempre recrea casos de violencia machistas que ya fueron superados. Y responde a la adaptación del formato italiano ‘Amore criminale’. Podría catalogarse en el género docu-factuals, que tanta atracción concita entre los telespectadores. ¿”Amores que duelen” ha logrado abrir un debate social y sobre todo familiar en torno a la violencia de género? Es posible. Pero lo que resulta del todo indiscutible es que este programa, al decir de los índices de audiencia y de la brillante calidad de sus contenidos -de cum laude, insistimos, las reconstrucciones- sí analiza y subraya y alerta a propósito de la identificación de los primeros indicios de tan generalizado tipo de violencia así como proyecta una información muy práctica sobre cómo actuar: qué hacer y a dónde acudir. La televisión cumple así una de sus más eficaces funciones: informar e instruir a la sociedad en una consulta abierta de entrada libre y gratuita sin límite de aforo.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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