Breverías sobre el COAC 2018 (I): el ave Fénix de Ángel Subiela


MAV – MIRA

Los prisioneros de la no libertad. Si el 3x4 siempre suma doce, las cuentas por ende están cuadrando en el libro de dato y data de Ángel Subiela. El controvertido director hizo -tres años ha- examen de conciencia. El confesionario sólo destilaba reconversión unipersonal. Estaba hastiado de su propia concepción del Carnaval, impetuosa donde los haya (mas propia del arranque juvenil que de una etapa ya de sobras considerada de madurez). Las críticas se arremolinaban a granel en las redes sociales. Subiela comenzaba a distanciarse del campo de entreguerras. No le satisfacía ya este rebrote incesante de picotazos polemistas. ¿Enfadarse y enfrentarse con todo quisque a cuento de qué? ¿La confrontación era ineludible moneda de cambio del concurso de agrupaciones del Carnaval de Cádiz?

No optó por una pronta despedida a la francesa. ¿Seguía enfermo de Carnaval, como hasta la sociedad había confesado a diestro y siniestro? Quizás no enfermo ya, pero sí redefinido como aficionado impenitente. Ya no miraba el concurso al trasluz de la competición y al arrullo de viejas rencillas más personalizadas que artísticas. Había superado con creces el Rubicón del encuentro -o reencuentro- interior. Mano de santo para una mente con dotes de liderazgo. Purga de Benito para un puro nervio del pellizco de las tablas del Falla.

Para arribar en el interior más sano y saneado nada mejor que optar por la búsqueda -comenzando de cero- del paradigma de una tipología de comparsa que gravitaba ya en sus melancólicas ensoñaciones. Comparsa de tronío y sentimiento tipo los años noventa. La que palpó e interpretó en su época dorada con Antonio Martínez Ares. Es de Perogrullo constatar los perfiles de aquel fenómeno social que supuso la comparsa de Ares. A todas luces Subiela necesitaba disfrutar a pulmón abierto. Obligado a trasladarse a Barbate por imperativos profesionales, ahora no cabía dar gato por liebre. Estaba llamado -¡eureka!- a regresar a su mismidad. E inició un proyecto tan romántico como falsamente anacrónico: léase “Los doce”. Y, en su punto y seguido, la portentosa agrupación “Los equilibristas”, un virtuosismo de letra que pegaba fuerte -también literariamente hablando: Miguel Ángel García Argüez y José Manuel Aranda- y música que destapaba las tapaderas de los sentidos. El pasodoble ‘Pasos’ hace llorar así lo escuches por enésima vez.

Una golondrina no hace verano: sin embargo el nuevo -novísimo a base de antiguo- proyecto de Subiela ya puede considerarse consagrado en su tercera propuesta. De los meses del año nos proyectó a un equilibrismo que ahora aprisiona voces -afinadísimas- para ahuyentar los males del prójimo: ¡qué aparente sencillez en la complejidad de estos coloristas pájaros que regresan -a voluntad- a la jaula del Falla para desgañitarse cantando a la misma carcelera de su pasión: la trimilenaria ciudad de Cádiz!

Esta comparsa -con ecos de pentagramas de Manuel Sánchez Alba ‘Noly’- forman un todo. Un todo que es uno y trino. O, por mejor decir, unos y trinos. Este año vuelve a zarandear los cimientos de lo sorpresivo. La pluma de Argüez de nuevo arrollando. Cualitativa de metáfora. Ofreciendo una realidad alternativa. Ese pianito que se prolonga y se prolonga -como una lírica pirueta contenida- antes de los remates de los pasodobles ya aúpa la fascinación del respetable público. La fuerza de las voces es sinónimo de libertad en ciernes o de esclavitud consentida aposta. Subiela ha humanizado la idea que bullía en su sesera tras años de cierta indecisa identidad personal. Ha vuelto el director a su Cádiz natal. Como el ave Fénix. Pisando fuerte. Como el título de la canción de un Alejandro Sanz que, tras escuchar el pase de ‘Los prisioneros’, escribió en su twitter: “¡Qué barbaridad!”.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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