Diversas teorías sobre el origen de una costumbre que aún cobra vigencia
MAV - MIRA
¿Es usted, estimado lector, supersticioso? Posiblemente no porque da mala surte serlo. Con todo y con eso cabe preguntarse algunos hábitos, directamente proporcionales al mito de la buena suerte, que acostumbramos a repetir casi de modo mecánico. Valga el ejemplo que ahora nos ocupa. ¿Por qué solemos cruzar los dedos para atraerla, para atraer la suerte, la buena suerte? De seguro que en más de una ocasión habremos repetido el gesto de manera ostentosa o disimulada...
¿Por qué el cruce de dedos? Existen varias teorías -más o menos generalizadas- al respecto. Podemos unirnos a la aseveración de Juan Eduardo Cirlot en su exitoso ‘Diccionario de Símbolos’. Explica a pie de página que la señal equivale sobre poco más o menos a una concitación en toda regla: esto es: a la archisabida manifestación de nuestro deseo de un cambio de suerte al respecto de un hecho a tiempo presente o inminente. El referido autor indica que el origen de cruzar el dedo índice y el corazón se remonta a los inicios de la cristiandad: entonces se trataba de luchar así contra infortunios -contra desgracias, contra acechanzas- creadas por fuerzas malignas.
Este signo de los cristianos evolucionaría en Europa posteriormente, a modo de la cruz de Cristo, para consignar un gesto de alegría o de petición de deseo. O de venturas para seres queridos. Sin embargo otras teorías no menos fundamentadas subrayan el modo en el que los esclavos de color formaban una cruz -también para protegerse del mal- mientras estaban esposados.
Lo cierto y seguro es que la costumbre se fue simplificando hasta cruzar dos dedos de una misma mano para alejar a los fantasmas y a los malos espíritus. Otras teorías aseguran que responde a una costumbre de origen pagano. Sea como fuera, a día de hoy cruzar los dedos tranquiliza los augurios de los más supersticiosos, calma la desazón de las personas negativas y aviva el clima proteccionista de los miembros de una misma estirpe.