La realidad poliédrica del cofrade




Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

Tampoco es menester cultivar el dominio de la greguería literaria en clave de plática cofradiera. In illo témpore escribí sobre los críticos y los teorizantes. La diferenciación de ambos arquetipos, por sintomáticos, resulta ahora innecesaria. El cofrade tiende a divagar –que es cultivo de la praxis del pensamiento- y también a delirar –que será tergiversación de una irracionalidad al menos imprudente-. Quien divaga, no delira. Quien delira, jamás divagó. Los delirios –ya sean de grandeza o fruto de la ignorancia hecha pública y notoria- saltan a la torera en la (traicionera) espontaneidad –un poner- de las redes sociales. O del (cojitranco) saltimbanqui – una de cal, otra de arena- del mal acuñado periodismo cofradiero. Se puede soltar de sopetón una solemne pamplina. Y hasta cupiere la absolución. Pero no dos seguidas, fratello. Y si ya forman parte del arsenal del denominador común y de la constante vital de la yema de los dedos, entonces apague usted el cirio y marchemos de nuevo a la anonimia por el camino más corto de entre los posibles. Empero divagar constituye riqueza del intelecto e instrucción de propios y extraños.

Divagar es construir -o, por mejor decir, sacar a flote- una realidad no visible según los anteojos de nuestra interioridad. Extraerla además del fuero privativo del prójimo cuando éste desconocía los significantes de sus percepciones y de sus filiales sensaciones. El cofrade de pura cepa divaga sin saberlo a priori. Es un corredor de fondo de traducciones sin vocablos expresos. Un evocador mudo. Un divagador innominado. El cofrade maneja diestramente, por decirlo con expresión de Joaquín Romero Murube, “la sabiduría infusa de la sangre”. Sangre de muerte de Cristo y sangre de chorreones que corren por las concavidades de su organismo más pasional y trascendido. Murube fue un fascinante divagador: “Nosotros no definimos: nosotros, divagamos. No aspiramos a tener mayor consistencia que la de una brisa cabalgada por purísimos aromas”.

Un intérprete o un teorizador o un divagador reescribe la mismidad – el almario, el sismógrafo, la exégesis- sentimental, endógena, social, centrípeta y devocional de las cofradías para ofrecernos de nuevo –recién horneada en la chispa del hallazgo- cuanto ya presentimos, cuanto ya nos sacudía, pero jamás explicarlo pudimos bajo ese mágico arsenal de palpitaciones entonces indefinidas –que no indefinibles-. El divagador opta por el giro copernicano. Por la vuelta de tuerca a contradanza. Por la inacostumbrada elección temática. Por el revés del derecho. Por el dorso de la portada. Por el envés de la cubierta. Por la pirueta conceptual. Por el flash. Valga el ejemplo hispalense del mentado Romero Murube, quien formuló y redescubrió una Sevilla cofradiera latente y latiente en todos sus vecinos pero que ni de lejos nadie acertó a esculpir a golpe de metáforas, de imágenes verbales, de creacionismo, de postismo, de comparaciones casi mitológicas y de prosa lírica –como “un revuelo de dicciones plásticas de gente del sur”-.

Yo prácticamente hago oídos sordos a quienes dogmatizan pro domo sua. Por lo común engolados de megalomanía. Presto atención a los sembradores de obras mudas y carentes de fanfarria: teóricos y hacedores del ejemplo propio. Y ando a la escucha -¡han de llegar antes que después!- de los intérpretes capaces de traducir más allá del vector de su espacio vital. Instalados entre lo imperceptible y lo sublime… El cofrade ha de adiestrarse en el primigenio manejo de la divagación. No suscribirse al runrún de lo manido. Adjetivar aquello que escapa a la retina del mero visionado circundante. Y teorizar sin miramientos. Quizá exista una propagación nada seductora del común discurso monocorde. Una cantinela fabricada en serie. Salidas de idéntico troquel. El mismo punzón en el habla. La opinión dominante y dominadora. Los tópicos. Las típicas. No obstante la realidad es poliédrica. Imagínense las dimensiones que alcanzan y que propagan los pulsos también etéreos de la Semana Santa, ese retorno con solfas de minué sacrosanto. Divaguemos, siempre de frente, venga de frente, en los significados aún no traducidos de la colosal enciclopedia del bendito sentir cofradiero.

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