Jerezanos en San Lorenzo 



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

El sol -luz de luz- hacía trizas todos los conjuros de Poseidón. Neutralizaba cualquier encono de novelería. Insta a la claudicación de los presuntos confinamientos de cualquier lacerante quiebra emocional. La devoción (mariana) imperaba con creces. La Plaza de San Lorenzo era un elixir de la eterna juventud -una fascinación de niñez de cuentos de colorines que también anunciaba el silencio del pueblo cristiano-. Aquí no habita la distorsión asocial del siglo XXI. Muy al contrario: el hechizo de la tradición cofradiera propalaba aromas de romances y de kasidas tan de poetas de los años veinte.

Nos alineamos sobre la alfombra roja -que es espejo de sangre de un cielo adolorido de Sábado Santo-. Primerísima fila que nos otorgará la primacía del campo visual proyectado hacia la algarabía de más de trescientos niños menores de diez años revestidos del santo hábito nazareno de esta augusta cofradía. No pocos jerezanos estamos interconectados por whatsapp. Todos allí omnipresentes. Nos sentimos y presentimos sin ojearnos siquiera de soslayo. Dos hermanos en Cristo a las puertas de la Basílica de Quien Todo lo Puede. Nosotros, empero, impertérritos al filo de la alfombra que ya pisan ángeles querubines vestidos de monaguillos. Gafitas de pasta azul, pelos rizados de rubia voluta, cabecitas repeinadas para la anual ocasión y cestitas rebosantes de chucherías que pronto comenzarán a repartir en el precoz gesto de generosidad cofradiera: fraternidad en suma.

Cuando la Cruz de Guía planta su cuádruple simbolismo en el sismógrafo del temblor irrequieto de la plaza, deduzco que en efecto los nazarenos muertos siguen formando parte de la cofradía así que pasen troneras de épocas modernas o posmodernas. Y que ante mí ha pasado -como un arcángel poético de capuz ya desgastado por el signo de la antigüedad- Joaquín Romero Murube. Aquel cronista de los duendes y los remolinos aspados en sombra y oro. Teniente Hermano Mayor de la cofradía y escritor del trust de las liras azules, de minutos como muros, de piedras contra el arrayán amargo…

Junto a nosotros un matrimonio elegante, de señorío moral, de empaque en la dicción, queda prendado de quien -otro ángel del Señor- ahora ya, y desde su carrito de bebé, observa atento -sin miedo nunca el chiquitito- el transitar de estos enormes penitentes que se suceden en el efecto multiplicador de las parejas de cada tramo. Dedican ambos cuatro carantoñas suaves al crío y enseguida enjugan el lagrimar con la saliva de la remembranza. Ella y él se conocieron hace la de Noé. Siendo chiquillos. Flechazo a primerísima vista de un machadiano patio de Sevilla. Ella acababa de cumplir catorce años. Él ya estilaba los diecisiete a sus espaldas. Entonces el mozalbete salía en la procesión de la Soledad, la de San Lorenzo, y portaba el banderín de la Virgen. No es de extrañar a juzgar por la altura física que aún conserva…

El matrimonio se enternece en la comisura de los labios del relato del cernudiano espacio con encanto: “allí donde no habite el olvido”. Actualmente alcanzan setenta y tres y setenta años de edad. Formaron familia al calor de sus tres hijas, vivieron una vida plena de amor y unidad, y hoy toda su familia continúa esculpida en aquella sagrada iniciativa de salir con la Soledad. Sobre todo la amplia tierra fecunda de nietecillos que bien de nazarenitos bien de monaguillos anteceden a la carita pálida de la Madre de Dios.

Poco antes de la llegada de la Virgen, la buena señora saca de su bolso una medallita de plata con la Soledad, la de San Lorenzo, cincelada por el frontal y la palabra de su advocación al dorso. Y la regala al niño jerezano que apenas entiende -¿o sí?- cuanto ve. Y desea a los padres del chico -ya a punto de dormirse plácidamente en su carrito de bebé, en silencio inocente que estremece de parte a parte- mucha salud para su crianza y el deseo iluminado de “vernos de nuevo aquí durante muchos años”. Cuando el único paso de la cofradía se aproxima a nuestra ubicación, un crujido seco nos arrebata el alma en el infinito mensaje del mejor de los nacidos.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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