“He venido a hablar de mi libro” cumple 25 años
Una aproximación analítica al antológico momento televisivo protagonizado por el escritor Francisco Umbral
MAV - MIRA
Francisco Umbral -bufanda roja de dandi y botines blancos del piqué, siempre como imantación de su maestro Valle-Inclán- fue capaz de actualizar la posmodernidad del artículo periodístico y, maridando la metáfora con la actualidad política, escribir sobre el pelo verde de Baudelaire, el gatillazo de Stendhal, la cocinera de Marcel Proust, los puños vueltos de Cocteau o de André Breton y la monogamia surrealista.
Su literatura -y no por mera ni huera casualidad- era una máquina de hacer dinero. Un ser de lejanías al poético modo. Su laboriosidad jamás conoció hastío. Siempre entre la prosa ronquera y roquera de la calle y el diccionario cheli de un estilo capaz de adjetivar afilando la punta de la navaja de la metonimia. Conquistó Madrid en primer término y luego España entera y enteriza (con una máquina portátil de escribir que acariciaba como si fuera una ametralladora del alfabeto).
En el fondo siempre se supo un profundo y profuso tímido. Que se confesaba o se agazapaba a través y detrás de la moldura de sus renglones a golpe de lirismo y de la visión esculpidora de imágenes vanguardistas. Retazos de su vocacional admiración por Ramón Gómez de la Serna. A quien imitó con imaginación -virtud que, en palabras de Henry Miller, es la voz del atrevimiento-. Su timidez regateó los platós de televisión. Y cuando, siempre atraído por el apéndice promocional de alguno de sus innúmeros libros, pisaba los estudios televisivos… entonces engolaba la garganta y la figura, conjugaba la impostura y adoptaba la tipología de quien en el fondo no ejercía sino de disfraz de maldito.
Hace veinticinco años que precisamente un plató de televisión reavivó al Umbral de andar por casa, a su ser de proximidades humanas (¡ni culpa ni expiación ni porras!). Recuerden: programa ‘Queremos saber’, conducido y presentado por Mercedes Milá -vieja amiga de correrías del escritor de melena blanca- que en aquella noche antológica reunía también en la mesa de debate al periodista Emilio Romero y al rector de la Autónoma Cayetano López para analizar el entonces reciente escrache a Felipe González en la Universidad Autónoma de Madrid.
Umbral -impávido y letraherido- comenzó a departir sobre lo ocurrido. Sobre lo acontecido. Aún a sabiendas de que Mercedes Milá lo había invitado ex profeso con arreglo a otra actualidad bien diferente: la presentación pública y social -ese mismo día, horas antes, caliente aún el parto- de su último libro -siempre penúltimo- ‘La década roja’. Milá, curtida ya por entonces en mil batallas televisivas, solía atar en corto el guión de cada programa. Para que ningún resquicio apelase a los imponderables de la última hora…
Pero… Andrés, ni por ésas. Brotó el aparente exabrupto. Umbral reventó por sus cuatro costados: "A mí me has dicho personalmente por teléfono, Mercedes, que se iba a hablar de mi libro. Estamos acabando el programa y de mi libro —que está ahí, sobre la mesa— ni se ha hablado ni se va a hablar para nada, y por lo tanto, yo estoy dispuesto a levantarme y abandonar la mesa, porque yo he venido aquí a hablar de mi libro, y no a hablar de lo que opine el personal, que me da lo mismo, para eso tengo mi columna y mi opinión diaria, de modo que, si no se habla de mi libro, me levanto ahora mismo y me voy”.
Nació para la posteridad uno de los momentos más antológicos y pegadizos de la historia de la televisión de nuestro país. "Es que pasa el tiempo, se acaba el tiempo, entra la publicidad, entran unos vídeos absurdos que todos hemos visto ya, y no se habla de mi libro, ¿pero entonces a qué he venido yo aquí? Yo cuando voy a una televisión es porque me pagan, yo no vengo a las televisiones gratuitamente como un paria, si vengo es porque se va a hablar de un libro mío", espetó el escritor casi fuera de sí.
Umbral, sin pretenderlo a priori, personificó el ulterior ideal del marketing televisivo: esto es: naturalidad, sinceridad, honestidad. Zarandeo. Cambio de ritmo. No puede ni por asomo achacársele hipocresía, hojarasca, envoltura artificial. A mayor abundamiento logró con creces el doble propósito primigenio: que en efecto se hablase de su libro –‘La década roja’, editado por Planeta- tanto en el programa de un estupefacta Milá -que aparentó forzada serenidad- como en España entera. El libró pronto fue una sucesión de nuevas ediciones agotadas.
En la portada de ‘La década roja’ puede leerse: “Crónica apasionante y magistral de la década de socialismo, el sexo, el dinero, la corrupción… y el desencanto”. En la contraportada: “Escribo estas memorias de la década socialista llamándola ‘década roja’, porque así debió ser y no fue. Lo de ‘roja’, entonces, es irónico, pero también eufónico, y por la eufonía me he salvado. Los abultados, los tremendos años ochenta han sido mucho en el mundo (caída de la gran utopía del siglo, el marxismo/leninismo) y han sido bastante en España (1982/1992), una década de neto imperio de un partido, el PSOE, que había venido reptando por la historia de nuestro país, sin acabar de tomar los cuarteles de invierno que siempre tenía en acecho”.
Destacamos, en homenaje ala celebración de esta efeméride, algunas de las frases contenidas en el libro del que sí pudo -al fin, al fin- hablar el siempre magistral -e inmortal- escritor Francisco Umbral:
“Redondo es un moderado a quien el Gobierno por astucia, y la derecha por falta de óptica, presentan como un revolucionario”.
“Camilo José Cela, el gallego que se anudó los cordones en La Coruña y vino a Madrid para enseñar a escribir a un gobierno ágrafo. El gallego que se anudó los cordones en Palma de Mallorca y se vino a Madrid a jugar la partida política”.
“Carmen Maura es la separada tranqui que ha traído la democracia. Marisa Paredes es la gran dramática del culebrón del vivir. María Barranco es un perfil egipcio con un porro de Malasaña. Verónica Forqué es la vecindona buena, ingenua y un poco puta, a quien siempre le pasan cosas en el descansillo de la escalera. Victoria Abril es el puma que araña la vida y los cuerpos con impaciencia, con elocuente vehemencia de ir a morirse de amor o de no coger el avión”.
“Aznar tiene una cosa entre chaplinesca y vallisoletana, se le enredan los adverbios en el bigote y no da la estampa de un líder sino, todo lo más, la del que pega los carteles del líder”.
“Hernández Mancha, un andaluz con toda esa capacidad de acción de los muy pequeños”.
“Boyer, como ministro, ganaba unas 800.000 pesetas al mes, con lo que Isabel no tenía ni para bragas”.
“Jaime de Mora todos los años tiene un desprendimiento de monóculo”.
“El único zodiaco veraz es el dinero, una astrología de oro que jamás falla”.