Alberto Villagrán



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez 

Conozco de cerca a Alberto Villagrán desde que ambos éramos parvularios. La amistad que se fragua de niño -¿verdad que sí, Ismael Rosado Camacho, Santiago del Pino Maldonado, José Diego Marín Muñoz, Manolito Sánchez Cross, Óscar Real Cambas, Fernando Martín Fernández, Juan Carlos Vega Morales?- cuasi no guarda parangón -en génesis de autenticidad, de verdad y de beldad- con la práctica totalidad de otras innúmeras (amistades) que a posteriori el devenir de los años coloca frente a tus narices. Despertar a la vida -crecerte y acrecerte en su busilis- junto a los inseparables compañeros de estudios y de andanzas fortifica una alianza tácita de imposible desmembramiento así pasen siglos. Compañeros del alma, compañeros, al soniquete poético de Miguel Hernández. Los de entonces, en el apóstrofe de sinonimia y neologismo de Manuel Barrios.

Éramos nobles, quizá pizca inocentes, y siempre dados a los libros. Algunos más que otros. Y descarnadamente leales en la honestidad grupal. Y tan leales, qué caramba. Nada sibilinos, nada intoxicados, nada maliciosos. Nunca violentos ni por asomo. Niños. La fecha del natalicio nos unió en idéntica generación: agrupados en tropel como las líricas golondrinas que sí hacen verano. Así lo determina Cervantes en el Quijote cuando referencia a don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula y también así es suscrito por el filosófico Aristóteles en su sesudo libro de ‘Ética a Nicómaco’. Consiguientemente los amigos del colegio (Dios nos creó y el Buen Pastor hizo el resto) compartimos quid pro quo el fluyente y sempiterno tesoro de la niñez. Ya subrayó Rilke que la infancia es la patria del hombre. Y nuestra patria marcaba a fuego tres letras al modo del hálito idiosincrásico: la EGB.

Con Villagrán, por razones de la inicial del primer apellido, también compartí pupitre. Somos hijos de La Salle, ese emblema preclaro -ese cordón umbilical, ese pacto de sangre, esa metáfora de los memoriales del gozo, esa dádiva del destino, ese pistoletazo de salida- que imprime carácter a toda la nómina de alumnos ya caracterizados in perpetuum por la obra educativa del santo de Reims.
Siempre estimamos en Alberto su bonhomía y su incapacidad para el embuste. Y su propensión de ayudar al prójimo. Un chico íntegro. No estaba su temperamento codificado para la mentira. Léase la mentirijilla. Ni para la coba piadosa propia de chiquillos. Y me resulta curioso y me congratula certificar cómo el temperamento es el ADN impertérrito de la persona. Porque cuarenta años después  de nuestro primigenio encuentro ahora los caminos profesionales de ambos se han cruzado e interconectado. Y sin ánimo de bailarle el agua -ninguno albergamos la mínima necesidad- rubrico cómo las virtudes del Alberto niño se han mantenido incólumes en el código deontológico del Alberto profesional.

Como arquitecto técnico, y después de más de veinte años de imparable experiencia acumulada en ristre, hace varias primaveras abrió en la ciudad una  inmobiliaria que está modernizando y profesionalizando aún más si cabe el sector. Porque Alberto posee una preparación académica de altísimo nivel, porque ha sabido rodearse de los que denomina “los mejores”, porque ha prohibido tajantemente a su equipo -a cuyos miembros dedica a diario hora y media de matinal formación- las medias verdades para con el cliente -a quien a su vez concede atención directa y personalizada en la ayuda sincera, sin dobleces-, porque su inmobiliaria asesora a la carta e invierte tiempo, trabajo y dinero (aplica un plan de marketing específico a cada vivienda), porque posee el más prestigioso programa informático inmobiliario de Europa (cruce de datos)… Porque el eje siempre es el cliente en su (veraz y transparente) asesoramiento y porque el fin jamás justifica los medios. Código ético como base, insisto, del modus operandi. En La Salle nos enseñaron a ser honrados. Y la honradez es directamente proporcional al emprendimiento (empresarial). He aquí un claro y vivificante ejemplo. Lo juro por la memoria del hermano Quintiliano.

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