De Jerez a Cádiz: Verónica
De Jerez a Cádiz: Verónica
Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez
En el color de sus ojos crepitaba la plata quieta de la espuma de otras orillas. Miraba con frontalidad de júbilo, con blancura de inocencia, como una virgen jónica que es inmaculada bonhomía. Guapa por la gracia del dios Momo. Contertulia de la hueste de don Carnal. Andaluza de principios. Que reía y reía y reía… Jamás el rictus de un mal gesto: prohibidas las tensiones entre personas de buena voluntad. Y ella Verónica, Verónica Otero, era bienhadada y bien hallada en cantidades industriales…
Si tuviste la dicha de conocerla, sabrás que siempre mantenías con su persona algo pendiente: el débito de la reciprocidad. Porque te entregaba el efecto multiplicador -el efecto carambola, el efecto energético- de su cariño -de su cariño sin mas ni más- en la horizontalidad expansiva de una carcajada que sonaba a estribillo de cuplé. Se te aproximaba como aureolada de papelillos de días de febrerillo, allá cuando las coplas alzan sus espadas de batallas al ritmo del 3x4. Así creció, de niña, como en volandas de dos vientos -el levante y el poniente- que soplaban melodías -de nudillos sobre la madera- de Manuel Sánchez Alba ‘el Noly’.
Cádiz -la provincia y la ciudad trimilenaria que es paradoja de aguajes- la ha disfrutado 35 años. Ella, que hace nada era ninfa capaz de embellecer los palcos del teatro en noches de Falla. Ella, que crecía y se acrecía -¡cómo bailaba esta piconera de perfil de escritura de Pemán!- cuando los tanguillos ya asomaban trazando pentagramas en los epílogos de nuestro popurrí de ensueño. Yo, ahora que la Parca se ha colado de rondón entre los visillos del peor encaje de bolillos, quisiera describirla con las más dulces contradicciones. Pero no encuentro la pluma de oro post mortem de Paco Alba. Aquella reservada por el creador de la comparsa para tiempos de democracia y elegía.
Verónica ha dicho adiós este pasado fin de semana. ¡Menudo cajonazo para la próxima edición del Concurso de Agrupaciones! Otra vez la enfermedad pintando colores negros de pasodoble de ‘El perro andalú’, ¿verdad que sí, Rafita Velázquez? Yo veo cómo Verónica se ha recostado a voluntad en la barquita de Caronte, de la comparsa ‘La eternidad’ de Antonio Martínez Ares. Para ser trasladada de Santa Catalina a San Sebastián y de San Sebastián al ladito del profesor don Adolfo, del Tío de la Tiza, de María la Hierbabuena y del Piru, con nostalgias de años antiguos de la peña ‘Nuestra Andalucía’.
Un jerezano cualquiera -este servidor de usted y de nadie más- teclea, plañidero, hecho añicos, el alfabeto oscilante entre ‘Las flores del mal’ de Baudelaire y la Plaza las Flores del centro de Cádiz/Cádiz, ¿estás conmigo, Morera? Ni tiempo nos ha dado de entonarle el “no te vayas todavía” de título de chirigota de los niños de San José de la Rinconada comandados por ‘el Bizcocho’. Y es que nuestra muchacha, de voz de verso de Gerardo Diego, ha sido vitalista hasta para marcharse con “pañuelo de adioses”, por expresarlo con tinta china de Jaime Campmany.
Verónica no ha muerto: lo canta un coro en la plaza al dictado de letrilla de habaneras de Antonio Burgos. Verónica no murió, no: simplemente aún no ha vuelto de la cola que guarda en las taquillas del templo de los ladrillos colorados. Ella está sacando entrada para la Gran Final. Un espectáculo de cantes celestes que jamás bajará su telón, que nunca cerrará sus cortinas. Dicen que el jurado ya ha emitido veredicto sobre todos cuantos ocupen plaza en el aforo del coliseo: obtendrán, por unanimidad, el primer premio en la modalidad del reino de los cielos. ¡Vamos, Verónica! ¿Nos arrancamos otro cuplecito?