Jerez y el regreso de la Esperanza



Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez

La atardecida es epidérmica. La atardecida ya no acaricia el lomo de las andanzas sin rumbo. Ya no bascula entre el gris mate y el azul oscuro casi negro. Porque ahora todo brota color verde Esperanza. La atardecida ya no es una singladura desorientada. Ni una lengua vernácula que cabrillea dársenas y melindres. La atardecida tiene algo de sustracción del calendario. Y de media verónica a la retrospectiva del tiempo. En la jerezana Capilla del Voto, este pasado viernes día 5. Regresaba la Virgen tras meses de ausencia en un adiós de ida y vuelta que nos sustrajo a los cofrades de las Cinco Llagas como en una especie de concatenación de vacíos sin visualizaciones compensatorias. Como en la antítesis del abrigo materno: como en una extraña vacuidad de las emociones: ¿verdad que sí, María y Alicia y Carmen Ruiz-Henestrosa?

Meses de ausencia de Ti: ausencia que dimanaba de ese (acrisolado) rincón de San Francisco -entonces puntiagudo como nunca, entonces tendente al horror vacui- que ha encarnado la arritmia de la nostalgia. Cada mañana, a las claritas del día, rezar al Divino Nazareno y besar la ingravidez de su talón alzado y, al dirigirte a su derecha, toparte con la nada… Y sacudirte en un amén los versos de Gerardo Diego: “Un día y otro día y otro día./ No verte./ Poderte ver, saber que andas tan cerca,/ que es probable el milagro de la suerte./ No verte./ Y el corazón y el cálculo y la brújula,/ fracasando los tres. No hay quien te acierte./ No verte./ Miércoles, jueves, viernes, no encontrarte,/ no respirar, no ser, no merecerte./ No verte”.

Y regresó la Esperanza: ¡y cómo la recibimos en unción trascendental el equipo de gobierno durante la noche del jueves y cómo se acristalaron de nuevo sus retinas de Mediadora y cómo se humedeció -por el agua bendita de la devoción- nuestra ocular dimensión!: ¿digo verdad Ernesto Romero, Pepe y Cristóbal Barrera, José Andrade? ¡Qué trabajo cum laude de las doctoras en Cirugía de las Cosas de Dios Cristina Espejo y Pepa Segura! ¿Sí o sí, Pepi Guerra e Isabel Mateos, Maribel y Mercedes Rendón?

Cuando la observaba, tan Reina y tan llena de Gracia, durante la eclosión vespertina del viernes, yo estaba contemplando a la misma vez las ciento y pico de miradas de espartos a la cintura que, en madrugadas de Luna de Nisán y tras el anonimato del blanco antifaz, rezan a la Virgen en su palio de plata y oro. ¡Sus hijos nazarenos de sandalias color avellana! Y a los costaleros de Eduardo Torné -¡vamos con Ella, valientes!- y a los de Manolo Campos -cireneos de amor-. Y en todos ellos -nazarenos y costaleros- también el eco de la magistral obra ‘Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” del teólogo francés Luis María Grignion de Montfort.

Y, a sus plantas de Soberana, presentí asimismo, -¿verdad que sí Pepe Soto: ¡qué bonita charla sabatina nos regalamos!?- a quienes ya no vemos a simple vista pero que habitan en el fuero interno de las actas de la memoria: ¿acaso en cada flor ofrendada por los niños y bebés de la Hermandad no germinaron al punto los apellidos Martínez Arce, los Guerrero, Fernández de Bobadilla, Soto, Tamayo, Gil, Oteo, Santaolalla, Piñán, Holgado, Atalaya, Quirós, Álvarez Adame? Y en esta remembranza de los hermanos difuntos flotaban de nuevo las páginas de ‘Las Glorias de María’ de San Alfonso María de Ligorio. ¿Estáis conmigo mis Hermanos Mayores Rafael Cordero, Paco Barra y Juan Lupión?

Y en Ella -tan bellamente engalanada por Jesús Tamayo- atisbé la Spes Nostra del mundo: los niños. Porque en chiquillos y adolescentes debe hoy sustentarse cualquier proyecto de Hermandad. ¿O acaso aún no hemos leído ‘María, el Carpintero y el Niño’, de Pedro M. de Iraolagoitia? La Esperanza de San Francisco, ya restaurada, tiene título de libro de Pemán: ‘Lo que María guardaba en su corazón’. Un corazón que sigue irrigando luz. Verdad. Vida.

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