Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez
¿Por qué diantres hoy, 1 de julio, amanece Jerez tan distinto a los días y meses precedentes? ¿No parece talmente que el cielo -ese esparcimiento azul sin trabazones- ha descendido a ras de tierra para azucararla de inocencia? ¿Para azacanearla de inocencia? ¿Para sazonarla del big crunch de la inocencia?
¿No notáis cómo un quid divinum -una mansedumbre de mofletes sonrosados- que late aún más si cabe Jerez intramuros? ¿No advertís una superposición de ojitos vivarachos que ahora toman mando en plaza allá donde los hogares jerezanos -a partir de ya mismo y hasta no regrese septiembre- ya no madrugan con manos de biberones? ¿Por qué los ascensores no bajan hoy, recién peinados, con chapurreos de vocecillas que son sintagmas nominales a trompicones?
¿Qué ha cambiado bajo los techos jerezanos y en la semioscuridad de estos dormitorios de Disney donde también ahora dormitan, junto a los reyes de la casa, el amarillo de Bob Esponja, Chase y Marshall -versión peluche- de ‘La patrulla canina' o los Playmobil de rectilíneas extremidades (jamás nunca como en su cubeta convivieron a la remanguillé y a la rebujina templarios, vaqueros del lejano Oeste, personajes dieciochescos, piratas, soldadesca romana y bomberos de la posmodernidad: ¡esto sí que es sociedad inclusiva y mezcolanza intercultural!)?
¿Por qué a esta habitual hora de despertares todavía observamos dulces rostros pegados a la almohadita de sus cunas -que lo son de ensueños de nácar- o a sus camas literas -que es la doble altura de los mismos apellidos hermanos-? ¿Qué reloj -qué pulsómetro del minutero- ha variado en la intimidad de las viviendas jerezanas?
En esta bienvenida del mes de julio -como un introito atemporal- Jerez se despereza diferente. Silenciando su cotidiana cohorte de algarabía que ya no despierta -como ayer, como anteayer- en la inminencia de una guardería de pañales cambiados. La guardería es el educando de un universo mejor: la esperanza – la expectación sin voltios- de la Humanidad. Hoy Jerez ha nacido más mudo de timbrecillos jolgoriosos. Porque los niños – que son el esbozo del hombre aún limpio de condición- todavía duermen. Como sumidos en la aliteración del respirar acompasado. Una paz con nanas de la ea, ea, ea.
¿Y cómo descansan estos pequeñajos hijos de la tierra cuando ya las claritas del día es una metáfora hiperbólica de la luz: extendiendo las zetas continuas de Morfeo al son circular de los cachetitos traviesos? ¿Qué falta esta mañana en Jerez: el catódico Cleo Telerín, el chisporroteo trajín con legañas de baberos, el madrugón de la gente menuda con andares de pato y chupetes en sintonía? ¿Qué falta? ¿El brío de la contradanza a las puertas de los colegios cuya puntualidad ahora se torna sosiego y mudez en estas matutinas cotas de confluencia con eco de churumbeles? Aquí no existen ángeles caídos con virutas de plata. Aquí no existen bordaduras de escarcha en el antebrazo del destino. Aquí no existen remiendos de la personalidad. Aquí sólo anida la encarnadura de lo tierno, la carantoña, el valor más timbrado del sentimiento universal: el amor por los niños, el amor de los niños.
Y, como a veces la infancia es más larga que la vida (Ana María Matute dixit), cuando despiertan lo hacen con risa blanca porque el júbilo infantil muerde la potencia del futuro. Y por los ojitos hinchados de la noche ya asoma una retina que es aguafuerte del porvenir. Y, en un amén, solicitarán brazos paternos, bibis maternos, para potenciar carreras de risotadas pasillo arriba y pasillo abajo, como en un sprint de la divagación con título de novela de Aldous Huxley: ‘Un mundo feliz’. Y cultivarán los chiquitillos todos los tiempos verbales del arte de jugar: que es el recreo incunable de la imaginación. ¿Por qué Jerez amanece hoy tan vibrante? Porque sus niños están de vacaciones y, al decir de la cantante Rozalén, “nuestra casa se volvió a llenar de alegría”.