Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez
La ciudad no se sale por la tangente. La ciudad no brujulea a tontas y a locas. La ciudad ahora, en esta columna salomónica de papel prensa, es un collage de épocas, un daguerrotipo atemporal, una circunscripción de su orografía. Una contextualización de la memoria. Un rondel flamenco de ojitos de terciopelo, por decirlo machadianamente con el don Manuel también por delante. Fíjate, lector, con retina retrospectiva. Mira cómo por calle Veracruz, doce del mediodía, caminan hacia sus respectivos domicilios en Plaza León XIII, calle Corredera, calle Mesones y Plaza Madre de Dios Manolo Martínez Arce, Alfonso Rodríguez Alcántara, José Juan Arcas Gallardo y Miguel Ballesteros Morales. ¿De dónde vienen los archiconocidos cuatro elegantes caballeros de esta Muy Noble Ciudad, siendo como es dominical día del Señor y avanzando como avanzan en línea simétrica -talmente parecen una silente presidencia de palio en Santas Madrugadas de Luna de Nisán- mientras, unos con el ‘ABC’ bajo el brazo, otros con el diario ‘Pueblo’ replegado entre las manos, hablan de no sé qué hazaña de una nueva Copa de Europa de los Puskas -¡cañoncito, pum!-, Di Stéfano, Rial, Kopa y Gento? No es indistinto el año: pongamos que hablamos de finales de los cincuenta.
Mira cómo por calle Medina se alejan hacia sus hogares sitos en calle Antonio Dios y calle Valientes -¡rumbo y breviario del barrio de San Pedro!- los amigotes Casas -Fernando- y Velo -Eduardo el de los cuadros y la cristalería, el hijo de doña Consuelo- en esta sabatina hora sagrada del aperitivo del bar Torito o bar Maxi. Portan bolsas blancas cargadas de ejemplares a todo color de ‘El Jabato’ y ‘El Capitán Trueno’ (para el fin de semana de sus churumbeles) y de ‘La Voz del Sur’ del día. ¿Harán segunda aguada en ‘La Holandesa’ y tercera en ‘La pandilla’ o viceversa? No es indiferente el año. Pongamos que hablamos de la década de los setenta.
Mira cómo por calle Cerrón, en este madrugón de inicio de semana, se encuentran y reencuentran cernudianamente -sin haber pactado cita a priori- Manuel Muñoz Cebrián, Cristóbal Guzmán Torres -ya jubilado tonelero que ostenta el cargo de presidente del Hogar del Pensionista-, el reverendo padre Luis Bellido Salguero, el radiofonista Manuel Yélamo Crespillo –“la madurez es armonizarse con la realidad”-, el agente comercial Manuel Barea Rodríguez (Manolo el de los pajaritos) y Juan de la Plata. Cada cual muestra a cada quien las publicaciones que llevan en ristre: Cristóbal enseña la portada de ‘El Caso’, Muñoz Cebrián hace lo propio con ‘Triunfo’, Manolo Barea señala la contraportada de su ‘Cambio 16’. Manolo Yélamo, la ‘Hoja del Lunes’… La ciudad conjuga el verbo democratizar. Pongamos que hablamos del año 1980.
Unos adolescentes ponen pies en polvorosa, a todo trapo, como huyendo de un maleficio perseguidor, de un mal de ojo al acecho, calle Bodegas arriba. Han subido la escalerilla casi en volandas, como si los llevaran los demonios del Edén -según libro de Lydia Cacho- o los demonios de Loudun -según obra literaria de Aldous Huxley- o los mismos demonios de Tasmania. Bromean y carcajean entre ellos, cuales pícaros del serial de Fernando Fernán Gómez. Como lazarillos de lo prohibido: bajo las axilas, enrollados, sendos ejemplares de la revista ‘Lib’ y ‘Sal y Pimienta’. Pongamos que, a la jerezana, hablamos de los años de la movida madrileña.
¿De dónde vienen tantos jerezanos desde la ancha calle del tiempo? ¿Y tú -becquerianamente- lo preguntas? ¿De dónde han de venir? Del quiosco de Joaquín Naranjo y de su hijo Mario, del quiosco por excelencia del Villamarta, del quiosco que ahora recibe el requiescat in pace del epílogo de la vida. ¿Cuánta cultura brotó del quiosco de Villamarta en el continuum de esta sociedad tan sumida actualmente en la soledad sonora de la Era Digital? ¿Sabría alguien decirme cuánta? ¿Podrías responderme tú, lector que hoy, al igual que yo, observas cómo se descompone el Jerez de nuestros recuerdos?