¿Ancha es Castilla en el paseo de los niños? - Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez


Primer día de vuelta a las andadas. Con pasito corto y casi racheado. Así los niños ayer domingo. Como una emanación fluvial de algarabía y aire puro. La práctica totalidad de los adultos -léase los padres- acatando a rajatabla la normativa dictada al efecto. ¡Aplauso atronador para ellos! Otros, los menos -pero haberlos, haylos (y no en escasa proporción)- saliéndose por la tangente y tomando las de Villadiego. Haciendo de su capa un sayo y de la desatención un arco de peligrosidad. Esto no es ancha Castilla. Esto no es ande yo caliente, ríase la gente. Esto no es relativización de la desescalada. Esto no es, a voluntad, manga ancha ni manga por hombro del callejeo sin ton ni son…

Viene al caso esta entradilla porque he observado con mis propios ojos, desde la vista de pájaro rasante de la terraza del piso donde  habito, cómo dos progenitores -ambos dos, padre y madre juntos: ¡mal empezamos!- hacían parada sin fonda con sus dos hijas sueltas correteando sin control -calle abajo, calle arriba- para pegarse las niñas a otras criaturas que sí guardaban las distancias establecidas. ¡Ya está el gurigay y el guirigay servidos! ¿Ejemplo o contraejemplo? ¿Lo comido por lo servido? ¿Estropicio por cuenta ajena? ¿Irresponsabilidad elevada a la enésima potencia? ¿Pagando a las veces justos por pecadores? ¿Se da la mano y arrancan el brazo? ¿Abuso de la confianza? ¿Extralimitación desde el minuto cero? ¿Que nos la den todas mientras hacemos la vista gorda sobre el redondel ladeado de nuestro ombligo? ¿No debemos guardarnos las espaldas unos a otros?

Los padres de estas niñas -me fijo al dedillo- permanecen despreocupados de otros paseantes, desatentos a todo cuanto se mueva en proximidad, para grabar con longitud de minutaje a sus churumbeles en la libertad sin coto del primer día de puertas abiertas. Desafuero al cante. El mundo al revés. Sus hijas -culpables de nada- debían protagonizar a locas y a ciegas el vídeo que sus papis estaban empecinados en grabar -erre que erre- a toda costa. ¿Es necesaria la grabación a estas alturas de la película? Entre risas, distracciones, invasión del  espacio que corresponde al prójimo  y una manifiesta estancia en los reinos de Babia. Sea cual fuera la realidad circundante de vecinos en derredor... ¡A ellos plin con Pikolín! ¡Oídos sordos! ¡Mirada a la galería! ¿Padres coherentes?

Minutos más tarde compruebo de primerísima mano -la mía derecha que sostiene el teléfono móvil- cómo no se trata de la excepción que desconforma la regla. No respondía a un caso puntual aquello que un servidor ha visualizado. Ni por asomo. La desobediencia se ha extendido como gota de aceite sobre la geografía de los desatinos. A localidades de todo el suelo patrio. Leo en la pantalla del celular inteligente: “Preocupantes fotos de las salidas de niños que indignan en las redes”. Aún no ha cantado el ángelus del mediodía. ¡Ya está el lío servido con su pizca de sal y chorreón de vinagre! Una imagen grita más que mil palabrillas. Hay toda una colección -de imágenes, me refiero- para dar y regalar en la ira de quienes -asistidos por las pruebas de la evidencia- critican el deliberado incumplimiento de las normas de desconfinamiento. Corrillos de padres parlando en cercanía, grupos de niños jugando juntos y revueltos, más de un progenitor por chavalín… Las fotos muestran varios paseos marítimos ambientados hasta la bandera, cónclaves familiares prácticamente haciendo pandilla a la hora del aperitivo, tertulias de andar por casa a pie de calle…

Parece que nos gusta navegar a contracorriente. A caminar con el paso cambiado. A entonar el bisbiseo del espíritu de la contradicción. A ser respondones sin causa. A reconvertirnos en enemigos públicos número uno. Hablo de la inmensa minoría, por usar la expresión de un celebérrimo cantautor de culto. Hemos confundido adrede las churras con el octógono azul. ¿Habíamos permanecido antes en casa por convencimiento o por miedo al qué dirán? Las redes se desgañitan. Muestreo de fotos para echarse las manos a la cabeza. Algunos padres parecen que han usado a sus hijos como mascotas. Hay que poner la lupa sobre los infractores, por egoístas e insolidarios. ¡A ver si estos días no nos topamos con un repunte curioso de contagios! ¡Sería el cuento de nunca acabar! ¡Y entonces nos mandarán a todos de nuevo a casa: al enclaustramiento! ¡Castigados, por derecho, al rincón de pensar!

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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