Jerez: crónica de una (parcial) insensatez - Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez



A veces la sociedad -no en su conjunto- se desmanda y se desbanda. Hay quienes toman el hogar como la jaula unipersonal de un imaginario parque zoológico. Como el compartimento estanco de cuyo interior se debe huir a toda pastilla. Poniendo pies en polvorosa. Dejando atrás ese confortabilísimo calor doméstico del que ha de considerarse nuestro edén particular porque aquí -de puertas adentro- el runrún de la modernidad no intoxica. No se cuela de rondón. No añade leña al fuego de tantas discusiones bizantinas como (nos) impone la calcomanía exterior de la salmodia cañí. He descubierto que la gallina no siempre pone huevos de oro en el interior de su granja. Que el personal aborrece -¿se trata de un genérico talón de Aquiles?- el disfrute del fuero interno. Que las cuatro paredes de sus casas los vuelve blandengues y a veces hasta primarios. He visto personas que han saltado a la calle con un primitivismo cavernícola. ¿Homo sapiens? ¡Ni hablar del peluquín! Por no ejercitarse, ni siquiera imitan el mítico modus vivendi del gran Fernando Fernán Gómez en la película de culto ‘El anacoreta’. Lo único sensato que ha manifestado el presidente del Gobierno en todo el coleccionable sin pegatinas de las ruedas de prensa de la crisis del coronavirus es que resulta altamente peligrosa la relajación de los españoles frente a las instrucciones sanitarias. Pues dicho y no hecho: lucha de contrarios. Tosquedad sobre el asfalto. Enseguida sacamos a relucir  el espíritu de la contradicción (o el ímpetu de la autodestrucción) tan de las calendas de Gárgoris y Habidis. Tan del temperamento del suelo de la piel del toro. Homo homini lupus. Los horrores que perpetra la humanidad para consigo misma. Puro Plauto: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”.
De nuevo a las pruebas me remito sin mayor dilación: este sábado 2 de mayo muchísimos jerezanos optaron por hacer deporte por primera vez desde que asomaran la cerviz al mundo -que no es cojuelo- de los vivos. La insinceridad oportunista. Desobediencia de la propia manga ancha. Para algunos a las bravas en el pucherazo de una interpretación sui generis de la normativa dictada según el penúltimo bando nacional del Gobierno de las Españas. ¿A las barricadas? Lo restrictivo nos lo pasamos por el arco del caso omiso. Hace apenas unos días he leído en un ensayo de tregua y rienda suelta que “un país funciona cuando vive de espaldas a ellos: a los políticos”. No estoy convencido del todo. Pero en cualquier caso jamás durante las fases de una pandemia del calibre omnipresente. Tendemos a la relativización de la disciplina -esa asignatura inexistente para los sirios y troyanos de la inconsciencia civil-. Nos dan la mano y arrancamos el brazo. Aglomeración de personas en algunos trechos de la Avenida de Europa y de la Avenida Álvaro Domecq. Amigos de Cádiz me envían fotografías del paseo marítimo que rememoran las nutridas noches de las barbacoas del Trofeo Carranza. Colegas sevillanos ídem al respecto de calles céntricas de nombradía y tronío. La desestabilización del sobresfuerzo de los españoles en el recentísimo confinamiento de semanas atrás. No me aventuro a la purga -que en este caso no es de Benito-: tan sólo acentúo por escrito el desafuero.
Me cuentan -testigos directos- la siguiente escenografía : empleados de seguridad de un centro comercial de la zona norte en las puertas del sitio junto al dispensador gratuito de guantes -y toallitas y gel hidroalcoholico- para aquellos clientes -habituales o no- que llegaban desprovistos de los mismos. Un servicio -de obligado cumplimiento- muy de agradecer. Una operación de simultánea profesionalidad. Un malgré nous adaptado a las circunstancias. Un plus, una maicena higiénica, in itinere. Pues bien: alguna que otra señora pomposa y algún que otro padre de familia numerosa y algún matrimonio de refinada apariencia y hasta algún don sin din escapando a todo trapo de la cola para, como despavoridos que corren las millas de su propia negligencia, perderse en la irresponsabilidad de los oídos sordos y acceder como pillos que los lleva el diablo a las entrañas del hipermercado que nos ocupa. ¿Adultez es sinónimo de madurez? Ramón Gómez de la Serna, en la página 59 de una edición autorizada por el autor para la Colección Austral, escribe: “Aquello era el parentesco de vivir, escueto, informal, advenedizo, dantesco”. Nos referimos a su fluvial novela ‘El hombre perdido’. Pues eso. A buen entendedor…

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