Jerez: Torné, doña Loreto y Luisito Santiago - Marco A. Velo – Jerez íntimo – Diario de Jerez
Alfa: El cronista local debe recelar de la grácil componenda. El cronista local ausculta y toma pulso a los pliegues no perceptibles de la villa. El cronista local jamás cae sin ton ni son en el brete de sus cauciones. El cronista local aminora lo oficial y enaltece lo doméstico. El cronista local es un Rimbaud que abomina de cualquier suerte de iluminaciones. El cronista local asume -como una deflagración de tinta china- que no es necesario ningún diluvio ni ninguna escandalera -de papel mojado- para que fluyan el arco y la sangre. El cronista local depura el hastío para redondear el presidencialismo de lo invisible. Capta y captura la esencia de lo no perceptible. Puro Antoine de Saint-Exupéry. El cronista local advierte “el trébol de la noche lunática” y la cosmogonía del asfalto. El cronista local es una frutal apelación a Leandro Fernández de Moratín en su ‘Elegía a las musas’. El cronista local es un desposorio de la obviedad. El decidor de obviedades es un mercachifle. No así el cronista local, quien por el contrario es un interpretador que otorga furia al simulacro de la cotidianidad. Un ángel custodio a fuer de escritor…
Beta: Dos abrazos fraternales. El primero -tan intenso como la suma de fuerzas de treinta costaleros heroicos bajo las trabajaderas de la más soberana Esperanza- para el amigo y hermano Eduardo Torné Barro. Su padre ha superado una operación quirúrgica harto complicada. Pero todo -¡cosas de María Santísima!- ha salido a pedir de boca. La miel de las buenas personas siempre se adhieren a las hojuelas del destino. ¡Venga de frente! El segundo: para Luisito Santiago Jaén. ¡Menudo susto nos metió en el cuerpo, entre pecho y espalda, este dignísimo hijo de su excelso padre Luis Santiago Vargas, jerezano cabal -con vozarrón de cante puro- que se viste por los pies! Luisito mejora a pasos agigantados del achuchón que sufrió precisamente en Semana Santa, cuando la nostalgia de las cinco de la tarde nos arrebató -¡caprichos a traición del coronavirus!- la majestad del Cristo en los medios -y no en los miedos- del tronío cofradiero jerezano. ¡Cuídate, Luisito! ¡Tu bondad y tu familia así lo merecen!
Gamma: Ha fallecido doña Loreto y de sopetón se me aquieta el alambre de Shiva. ¿Nada que objetar? Sí, porque este entoldamiento de fósforo cubre el desasosiego. ¿Por qué aquella muda canción del mismo color impreciso del Danubio eleva ahora un vuelo imposible de paloma de granito? Ha fallecido doña Loreto y ulula en lontananza la humedad consecuente de esta lágrima que hoy es materia de clarividencia. Analogía de obituario con letra de luto. Ha muerto doña Loreto para resecarse la esmeril errata de una soledad a ratos baldía. Zigzag con sincronía de lucha de contrarios. Ad nutum.
Ha muerto doña Loreto y un cántico de relecturas murmura -bisbisea- por entre las páginas de cada libro de su frondosa biblioteca (sobre cuyos estantes el estupor ya adopta ese reconocible rictus cariacontecido tan propio de esquelas nunca atávicas). Nada conmina a nadie. El llanto es encogido, como el pecho de su metáfora. Ha muerto, en Jerez, de pura jerezanía, doña Loreto -Loreto Sancho Lara-: una señora de pies a cabeza, una buena mujer, un ser de cercanías al poético modo que quiso a los suyos como la amapola a la luz. Como la magia a un artificio. Como las alas al presente de indicativo del verbo sobrevolar. Como el espejo a la frontalidad. Loreto era una transfusión de afectos a sus sobrinos -contaba 21 en total: verbigracia el excelente profesional y amigo Pablo Goicoechea Sancho-. Mi pésame con textura de papel prensa. Condolencia -que es como letanía sin enumeración- para sus seres queridos. Para Emilia, Natividad, María Jesús -madre de Pablo- y Manuel. Jerez es una romanza que llora. La ciudad ha perdido a una dama muy adelantada a su tiempo. Bien lo saben el azogue de la melancolía y la finísima elegancia institucional de las Bodegas Croft. Las estanciales celestiales repliegan la alfombra de esta sencillez de formas. ¡Ahora se funden en un abrazo -reencuentro de energía transparente- doña Loreto y su querido padre don Carlos Sancho Rodríguez, quien fuese insigne Coronel de Aviación: un servidor de Dios y de la patria que, en honor a su himno del Ejercito del Aire, disfrutó hasta el último aliento de “la gloria infinita de ser español”!