Noviembre de muertos en vida - Artículo de Marco A. Velo en Diario de Jerez


A veces el hombre entreteje su propia autobiografía en los círculos concéntricos de la pérdida de tiempo. Me lo susurra de nuevo al oído este noviembre de tantos muertos en vida. Hay tres soberanías que jamás debemos perder: el juicio, la esperanza y, por descontado, el tiempo. Porque el tiempo, frater, nos pertenece en la medida que lo aprovechemos sin caer en el gregarismo y sin aguardar a la coagulación de la sangre. ¡Levántate y anda! Estamos inacostumbrados a exprimir el jugo de la experiencia -de las sensaciones propias- en sentido lato. No solemos rebañar hasta la extenuación la crema viva del presente de indicativo. Tiramos por la borda el aquí y el ahora. Sin arriesgar un ápice la fascinante aventura de la experimentación, del hallazgo vital. El tiempo perdido es irrecuperable. Es irrevocable. Lo escribió Bertolt Brecht en el frontis de unos versos antológicos: “No os dejéis seducir:/ no hay retorno alguno./ El día está a las puertas,/ hay ya viento nocturno/ no vendrá otro mañana (…) Bebedla – la vida- a grandes tragos/ porque no os bastará/ cuando hayáis de perderla./ No os dejéis consolar/ porque vuestro tiempo no es mucho”. 

Somos desagradecidos al por mayor, sí, porque malgastamos las horas que se consumen -como cenizas de tapices desenfocados- delante de nuestras narices. Las echamos por el desagüe de lo improductivo. Marchitamos a contracorriente el piélago de cada nuevo amanecer, como si nuestra existencia -¡qué ilusos!- tuviese la elasticidad del infinito. Apostamos más por la retractación -por la indolencia- que por el determinismo. ¿El ruido –el bullebulle- del exterior ensordece nuestro crecimiento interior? 

Sucede que no sabemos desgajar lo esencial de lo accidental. Ni distinguir el alambre de Shiva de la cadena que nos aquieta los tobillos. Somos impostores de la identidad que nos pertenece, de la mismidad que nos enriquece, para disfrazarnos -a veces zafiamente- de otro. Impostamos la personalidad quebrando las más bellas consignas del Universo. ¡!Qué torpe autoengaño! 

Óscar Wilde decía que cada segundo que pasa nos arrebata un pedazo de rostro. No valoramos el potencial -el efecto multiplicador- del carpe diem como banderola de nuestro vientre de bronce y luz. Desafiamos al porvenir en la fútil creencia de presuponernos cuasi eternos. De creernos longevos de calendarios que tampoco aseguran la cáspita -la lumbre, la ruleta- del largo plazo. A menudo vegetamos enteramente distraídos sin atender la soportable levedad del ser. 

Jung nos dejó advertido que “una vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”. De adolescente leí unos versos casi epidérmicos de Vicente Aleixandre que aleccionaban lo siguiente: “No es bueno/ quedarse en la orilla/ como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca./ Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha/ de fluir y perderse,/ encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido”. ¡Activemos en alfa nuestro cerebro! No dejemos escapar el tiempo como un alucinógeno de cobardía e indeterminación. Perder el tiempo: ese atentado -tan salvaje como inadvertido- de efecto boomerang. 

No sostengamos en el gaznate la cicuta del aborregamiento. Seamos quien -a favor de todo pronóstico- estuvimos llamados a ser. Partamos cada mañana en la quilla genovesa de una nueva lontananza. No debemos derretirnos bajo el espasmo irreverente del fracaso, esa engañifa que a veces nos envara. No holgazaneemos bajo el trópico errante del éxito -del éxito caduco-, ese cristal mate que en demasía nos ridiculiza. Ya lo contó y cantó Quevedo: “Rosal, menos presunción:/ donde están las clavellinas,/ pues serán mañana espinas/ lo que ahora rosas son”. 

¡No carguemos nuestras alforjas de suspiros vacíos, de melindres con sabor a plástico! No hagamos filial lo que es titular. ¿Avanzas calzado con botas de siete leguas o dormitas de húmeros cruzados? ¿Estás saboreando la textura de tu tiempo? Diviértete. Y sonríe: puede ser más tarde de lo que piensas. Me lo dicta, sí, este noviembre de tantísimos muertos en vida.

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