Por Marco A. Velo – Diario de Jerez
Suena la Semana Santa 2022 a regreso -por el camino más corto de entre los posibles- al alma de la ciudad: donde las musas y las volutas barrocas se funden en el magisterio de la luz. Suenan las vocecitas de la algarabía de los niños risueños que estrenan sensaciones bajo un antifaz de terciopelo. Suena Manolo Centeno en la nostalgia de un transistor añejo que canta ‘Silencio, pueblo cristiano’ encima del frigorífico que jamás enfrió las motivaciones cofradieras del niño que fuimos. Suena el beso de las rodillas en tierra del pueblo fiel ante los Sagrarios del Jueves Santo. Suena el brindis de la amistad en el in vino veritas defendido a ultranza por los ex hermanos mayores del Cristo de la Viga Paco Carrasco y Juan Román -ambos hoy siguen gastando humor fino en el atrio de la Gloria-. Suena la receta en blanco y negro del arroz con leche que con todo primor elaboraba la madre de Paco Barra.
Suena -heridas de muerte- aquellas frases con augurios de exequias de un hermano mayor joven dentro de la penumbra de aquel Miércoles Santo en la iglesia de San Lucas. Suena el pulso ingrávido del encendedor de la candelería en noche de rito renovado. Suena la maestría sanadora de Cristina Espejo en el hospital de urgencias de su taller de restauración. Suena el estruendo de una trompeta de plástico en un niño con pulmones de oro. Suena el pentagrama cum laude de la marcha Cristo de la Expiración, donde más Jerez no cabe. Suena la música del silencio en un palio de bordados de Carrasquilla. Suena el timbre de voz infantil de un chavalillo de la Borriquita pidiendo la venia en el palquilo de la entrada en Carrera Oficial.
Suena el entrechocar de varas cogidas a porrón en una misma mano de Capiller de nariz aguileña que antaño -con ge de García y erre de Rendón- salía de nazareno desde la calle Gaitán hasta el embrujo doctrinal de una doble campanada en San Miguel. Suena el solo de corneta allí donde únicamente un adolescente acapara toda introversión. Suena el tacón que alza la elegancia de lo femenino singular revestido de mantilla. Suena el rachear de los costaleros en los tres tiempos de un Credo con sudor de molía -como yugo que evangeliza-. Suena el dulzor de una torrija cuya materia es miel y no hiel para la idea -filosófica- del eterno retorno. Suena el pregón nunca pronunciado en Villamarta por Miguel Ruiz Ruiz. Suena la vaporeta de las abuelas planchando -con sus antiguas manos de biberones- la tuniquita de su nieto, el benjamín, que este año -¡cómo galopa el tiempo!- ya se ha hecho mayor al incorporarse como hermano de luz en el primer tramo del cortejo de la Virgen.
Suena el llamador en la concentración sin aspavientos del capataz. Suena en la memoria el dedo de Rodrigo Daza acariciando el paso del Señor con la crema aliviadora del pan de oro de cuando entonces. Suena el estremecimiento de la retina de tantos padres mientras observan a solas, en el sitial atemporal del sofá de casa, las cinco túnicas de diferentes tamaños colgadas en el aire de la tradición cuyo orden de los factores jamás altera el producto. Suena la garganta sacramental del saetero en el verso lacónico y jondo de la oración hecha cante. Suenan las ruedas de los puestos de chucherías con destello multicolor de toda celosía. Suena en ninguna parte la plegaria que no se escucha.
Suena -tornadiza- la calma chicha de una cofradía que inicia su andadura procesional antes de las cinco de la tarde. Suena el diálogo apenas perceptible de dos ángeles custodios encima de la canastilla del paso. Suena el olor a Dios en el incienso que precede a la alta reverencia de la bambalina delantera. Suenan las legiones de Roma a la jerezana que enseguida avanzarán de costero a costero. Suena el salpicado de la sangre de Cristo en una columna de mármol con flagelos en calle Medina. Y suena la herencia que legaron los cofrades cuyos nombres y apellidos figuran en eLibro de Difuntos de la cofradía. Y suena la autenticidad de hábitos nazarenos que renuevan la Fe de la ciudad reconvertida en patíbulo y Gólgota y Resurrección. Suena el romance. Suena la arquitectura del clavel. Suena la Esperanza…