Nace una nueva Semana Santa: ¿quién iba a imaginarlo?

2022 o la crónica de una resurrección anunciada 

Suplemento especial Semana Santa Diario de Jerez 

Parece mentira. Hubo quienes apostaron por el pesimismo. Lo hicieron, naturalmente, al peor postor. Los cofrades no las tenían todas consigo. Y no era para menos. El covid nos cubrió a todos de un fatalismo atroz. Los nubarrones de la pandemia pintaban grises en la lontananza del difícil regreso de la Semana Santa. Los pensamientos se tornaron trágicos. Los ideales se enjaularon al tenor de los acontecimientos. El ansia cuajó en ansiedad. El bichito se quiso protagónico. Y la universalidad de la Semana Santa quedó también encerrada en casa. Las cofradías han padecido la atípica -sin precedentes- experiencia de un confinamiento que ya preocupaba sobremanera. 

Los ánimos menguaron. Dios así lo quiso por un par de años. Las Semanas Santas de 2020 y 2021 dejaron bloqueada a la sociedad que sustenta la piedad popular. Sobrevino entonces la forzosa introversión. El modo espiritual de vivir la Semana Santa desde otro prisma. La sequía de pasos de misterio y pasos de palio se dejaba notar. Las abuelas no han planchado túnicas desde 2019. Los chiquillos no han vestido su ropa de monaguillo con bolsillos para regalar caramelos. Los niños de tres y cuatro años de edad apenas recuerdan qué es una cofradía haciendo estación penitencial. Son años que no han pasado volando. En este tránsito el reloj sí ha parado las horas de los memoriales del gozo. Los oles de las saetas han quedado reservados para otra próxima amanecida de la Buena Muerte por Santiago. 

Las apariencias no engañaron. Los cofrades echaban mucho de menos el rito de la tradición, la tradición del rito, la salvaguarda de cuanto recibieron de sus antecesores. Una cofradía encerrada a cal y canto. El testimonio que se esfumaba por entre las rendijas de lo inviable. Las directrices sanitarias mandaban. No había tu tía. La pandemia era palabra mayor. Más incluso que la amenaza de lluvia, que era la única fuerza superior capaz de suspender un desfile procesional. Contra las cofradías no había santo varón que pudiera. Pero de sopetón sobrevino este cogotazo de la Historia escrita con mayúscula. Para que los preludios de primavera y los albores de la fiesta brillaran por su ausencia. 

La aceptación de los cofrades, por descontado, crecería ejemplar. Aunque la procesión, paradójicamente, fuese por dentro. Y nunca mejor dicho, dadas las circunstancias. ¿Quién iba a imaginarlo?  Sí, quién iba a imaginarlo, parafraseando la famosa sevillana de Cantores de Híspalis. Quién iba a imaginar que sobrevendría una pandemia de tamaña dimensión. Quién iba a imaginar que este tótum revolútum de la naturaleza reaccionara para mover y remover los cimientos del mundo. Quién iba a imaginar a comienzos del año 2020 que, pocos meses más tarde, los besamanos de los Sagrados Titulares de las cofradías se suspenderían en cadena y que además, al año siguiente, estas ceremonias adoptarían otro nombre -veneraciones- en su ausencia de besos. 

Quién iba a imaginar que la mascarilla sería elemento novísimo en el día a día de la vivencia interna en el seno de las Hermandades. Y que incluso hasta diseños creativos con el mismísimo escudo de cada corporación quedarían estampados en un catálogo variopinto de las mismas. Las mascarillas no han ejercido de censura de la expresión popular. En el mundo de las cofradías ya quedaban ocultas la metáfora de las fosas nasales y, por ende, nada se podía hacer por narices. Las mascarillas ha silenciado además el runrún de lo insustancial, de lo accesorio. Las mascarillas ha igualado aún más si cabe la igualdad hermana entre cofrades de una Hermandad con fines comunes. 

Quién iba a imaginar que distancias físicas evitaran abrazos en el anual reencuentro de cada Cuaresma. Quién iba a imaginar que el reparto de papeletas de sitio recordara pronto a tiempos pasados. Quién iba a imaginar que las jóvenes mantillas, en femenino plural, no alzaran su elegancia de tacón alto. Quién iba a imaginar que la cera no se derritiese en el frontal de un paso de palio, en la cúspide de las candelerías, en la cima de los altares de cultos. Quién iba a imaginar que los Domingos de Ramos no estrenarían zapatos nuevos en la algarabía de jerezanitos alegrando calles y plazas. 

Pero no hay mal que cien años dure. Ni tempestad a la que no suceda la calma chicha de la vuelta a las andadas. Ni cofradías en el dique seco para lo sucesivo. Ni cirios apagados para los restos. Ni Casas de Hermandad apagadas para la eternidad. La pandemia ya ha quedado -va quedando- atrás. Como un zarandeo que además sí nos ha reportado nos pocas enseñanzas. La de 2022 es una Semana Santa no carácter retroactivo pero sí con énfasis inclusivo. Fruto además de la larga etapa de reflexión. ¡Cómo hemos cambiado!

Todo volverá a suceder según los sagrados cánones de la Semana Santa tal cual siempre la conocimos. Sonará de nuevo un solo de corneta en la prólogo de un repeluco colectivo. Sonará ‘Soleá dame la mano’ tras la perfección simétrica de un paso de palio. Sonará el palermo del diputado de Cruz de Guía como un signo adelantado de la premisa doctrinal de una cofradía entera. Sonará el llamador en la mano del capataz. Sonará la lágrima que se derrama sobre la encarnadura del rostro de la Virgen. Sonará el andar descalzo de Jesucristo camino del Calvario encima de su paso barroco. Sonará la miel que cae sobre una sabrosa fuente de torrijas. Sonará el crujido de la madera que sostiene el andar del tiempo. 

Sonará la voz del hermano mayor indicando al diputado mayor de gobierno que ya puede comenzar la estación de penitencia. Sonarán las puertas del templo que se abren tras dos años de infinita paciencia. Jerez abraza a su Semana Mayor. Los palcos han anunciado que el júbilo está en capilla. En las capillas. Como la crónica de una resurrección anunciada. Como la teoría filosofal del eterno retorno. Como el imperdible de tres años que se cogen a la sarga de lo cronológico. Como la llave matarile que abre la justificación y la hondura de la enseñanza evangélica.  

Pero, por encima de cualquier otra consideración, la Semana Santa 2022 es el futuro hecho presente. Por esta noble razón es la Semana Santa de los niños, de los jóvenes. Dijo el Papa San Juan Pablo II: “El hombre debe tener la conciencia de ser enviado. Ser enviado quiere decir tener una tarea que desempeñar, una tarea comprometedora. Ser enviado quiere decir abrir los caminos a un bien grande, esperado por todos (…) Vosotros, los jóvenes, esperáis precisamente eso. Debemos pensar en el futuro. El futuro pertenece a los jóvenes. Sois los hombres y las mujeres del mañana (…) Pienso también en aquellos jóvenes que carecen de la posibilidad de la instrucción -de la formación- y, a menudo, hasta de la instrucción elemental (…) Hay que darse a los demás -a los jóvenes- aportando la propia experiencia (…) Este hecho constituye un desafío permanente para todas las instituciones responsables. Se debe instruir a los jóvenes en la verdad. La verdad es la luz de la inteligencia humana. Cristo dice: ‘Conocerás la verdad y la verdad os hará libres’. El servicio a la verdad se realiza también en un programa de instrucción”.

 Dijo el Papa Benedicto XVI: “La juventud es tiempo de esperanzas. Porque mira al futuro con diversas expectativas. Cuando se es joven se alimentan ideales, sueños y proyectos: la juventud es el tiempo en el que maduran opciones decisivas”. Y ha dicho el Papa Francisco “¡Jóvenes: hagan lío! (…) Pido lío. Pido que se salga afuera. Quiero que salgáis a la calle. Que no estemos encerrados en nosotros mismos. Las instituciones y los colegios son para salir. En estos momentos la civilización mundial se pasó de rosca. Los jóvenes tienen que hacerse valer, y luchar los valores. Porque la Fe en Jesucristo no es broma. Es algo muy serio. No licúen la Fe en Jesucristo. La Fe es entera. Hay que tener un programa de acción. Debéis ser protagonistas de un cambio. Hay que ofrecer una respuesta cristiana a las inquietudes sociales. A todos nos corresponde participar en la construcción de un mundo mejor”.

Nace una nueva Semana Santa. Dios ha regresado a la ciudad. Los cofrades despiertan de una ancha pesadilla para sumirse en la realidad del mejor de los sueños. La espera valdrá no la pena sino la alegría de plata de ley de una tradición que no cesa. Como la bola de cera en la mano de un chavalillo que agradece a los nazarenos la generosidad de su gota a gota. Como el amor de Jerez por sus señas de identidad. Como el significado -lleno de verdad y de vida- de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. 




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