Jerez y la nostalgia de septiembre



 

Marco A. Velo – Jerez íntimo- Diario de Jerez 

 

Septiembre ‘Vuelve a mí’ como un cíclico nostalgario con título de canción de Hombres G. Septiembre también, implícitamente, posee nombre de gran película española: ‘Volver a empezar’. Septiembre es como un musical ritornello que intercepta el tiempo desde los linajes de la patria del hombre: la infancia. No es necesario mirarse en el espejo de ‘Alicia en el País de las Maravillas’ para entender que septiembre se atusa sus bigotes de mes bisagra. Septiembre es un tratado de melancolía, con su tez morena y su mirada en lontananza. Nuestras guayaberas hacen caso omiso al natalicio de septiembre porque ellas, tan exquisitas y remangadas, pretenden extender su permanencia allende el calendario. Septiembre frena en seco nuestra cotidianidad vacacional y nos coloca de hoz y coz en el kilómetro cero de la nueva temporada. Septiembre se levanta temprano -ignoramos si con el pie izquierdo o con el derecho-, levanta la veda de los despertadores, levanta la liebre del sueño de una noche de verano y -con sones de voces de los Romeros de la Puebla- levanta una polvareda de recuerdos.   

 

Septiembre nos fuerza a un propósito de enmienda. Septiembre es, por decirlo con verso de Vicente Aleixandre, “ese caliente palpitar de otro vuelo”. Septiembre tiene algo de fanfarrón o de matasiete con origen del cuento infantil ‘Sastrecillo valiente’. Septiembre no es ni mirlo blanco ni mosquita muerta. Septiembre carda la lana. Septiembre va a tiro hecho, a toda costa y a todo pasto. Septiembre nos mete las manos en los bolsillos por aquello de la vuelta al cole: entonces el desembolso gana enteros en un in crescendo de imposible ahorro. Septiembre es la otra cuesta de enero sin emociones de mañanas de Reyes Magos. Septiembre tiene algo de ‘Él último hurra’ de John Ford. 

 

Septiembre, en Jerez, es como un caballo cartujano que baila sobre la pista de la filosófica ley del eterno retorno. Septiembre, a las jerezanas maneras , es la compra del material escolar allá por la década de los 70. Los libros se adquirían en el colegio La Salle Buen Pastor del hermano Quintiliano y su pelo rizado electrizante, del hermano Gabino y su chasquido de dedos que era toque de diana y tentetieso para cientos de niños ya formados en fila entre las columnas del patio techado, del hermano Eulalio -y su gaditanísima simpatía por tanguillos- que era alto como ‘La escritura vertical’ del número 2 de los cuadernillos ‘Rubio’. Y los objetos de escritura y utensilios varios siempre en los míticos Almacenes de Papelería Hurtado, léase popularmente Papelería Hurtado, sita en calle Arcos 14 y 16. Los libros de texto, todos novísimos, se disfrutaban por el sentido del olor, mientras que toda la compra de papelería por el sentido del tacto. El olor de los libros del nuevo curso era el perfume que nos regalaban las páginas -tersas, brillantes, imponentes- de la Primera Cartilla de Palau (editorial Anaya), el ‘Catecismo Escolar’ (editado por la Conferencia Episcopal Española y más concretamente por la Comisión Episcopal de Enseñanza), las creativas portadas de los libros de editorial Bruño de Ciencias Sociales y Ciencias Naturales o los números y su efecto multiplicador de los ‘Cálculos’ -tan amarillos y negros- y sus infinitas operaciones matemáticas. 

 

En Hurtado -qué papelería de barrio en pleno centro de Jerez con sabor añejo- adquiríamos las plantillas de plástico de los mapas de España en sus modalidades de información física y política: esto es: comunidades y provincias, montañas y ríos, etcétera. Las cartucheras. Los lápices Alpino y los rotuladores Carioca. Las cajas de ceras blandas Manley. Los rotring -todo un privilegio los azules de marca Staedler-, la segueta para la asignatura de pretecnología de José Ramón Fernández Lira… Septiembre es mes de estreno. De estreno de ilusión de algarabía infantil con material escolar por esos líricos itinerarios de la nostalgia, que también fueron machadianos caminos que se hicieron al andar. 

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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