Las inhumanas reglas del juego

Oscura como boca de lobo. Tal que así nos pareció la presión psicológica que ejerce sobre el espectador la película Funny Games. Algún aficionado despistadillo diría del guionista del filme que es más ladrón que Gestas. O que tiene mucha geta, pues para el caso igual da ocho que ochenta. Pero yerra de plano. Aquí no asistimos a ninguna clase de hurto. No presenciamos el innoble arte del mangoneo. Expliquémonos con fruición. Abramos el panal de las enmeladas palabras. O, para mostrarnos exhaustivos -¿César Vidal dixit?-, pongámonos en situación. Prefacio: como el lector habrá comprobado, hoy hablaremos de cine. De un par de películas que todavía permanecen en las carteleras jerezanas. No quiere decirse que merezcan la catalogación de recomendaciones indeclinables. Ambas –me refiero a la mentada Funny Games y a otro filme un tanto descafeinado: Post data: Te quiero- exigen del crítico un par de objeciones. E incluso de impugnaciones. ¿O de sujeciones? Aunque –esclarezcamos la opinión antes que después- la primera se me antoja una película de cuerpo entero y la segunda una comedia desaliñada cuya textura narrativa flojea por su endeblucha cohesión argumental.

Permítanme una digresión. Los jóvenes jerezanos siguen aumentando el índice de asistencia a las salas oscuras durante las vacaciones estivales. Las salas oscuras que, paradójicamente, iluminan –y de qué actuante modo- nuestras seseras. El formato DVD no ha derrotado la confortabilidad de los multicines. Las quince pulgadas de nuestros ordenadores (habitualmente consumimos filmes alquilados en el telón frontal de los portátiles) no ha desbaratado la tersura de la gran pantalla. Nos regocijamos, por consiguiente, con la complementación. Con la combinatoria. Con la diversidad. El cine –qué diablos- sale ganando. Hoy por hoy, y corriendo las ventoleras asfixiantes que trotan en las tinieblas de los paraísos artificiales, podemos prometer y prometemos –homenaje textualmente implícito al insigne presidente Adolfo Suárez- que el cine no perjudica la salud. Que la afición cinematográfica sanea el intelecto, no daña el organismo y abre y reabre las compuertas de la mente.

Abono la costumbre de los jóvenes residentes en Jerez o naturales de esta capitalísima ciudad del vino: acudir a mansalva, apretujadamente, en línea de flotación entusiástica, al reclamo de los fotogramas. Adscripción que también demanda una petitoria: por favor, guarden silencio. Y compórtense como Dios manda. Y si no creen –o descreen de su propia Fe-, tolérense como así lo establece las elementales normas de comportamiento cívico. Absténgase los novietes graciosillos de chistes a destiempo y masticaciones estridentes. Absténganse quinceañeras alocadas de risillas altisonantes, gritos huracanados y campanudas trituraciones de palomitas, regalices, picapicas y caramelos Sugus (¡Sugus de Suchard!). Absténganse las madres protectoras, controladoras, ¿manipuladoras?, de vigilar, fiscalizar, perseguir y patrullar, vía llamaditas a los teléfonos móviles y susurros de preguntas irritantes, a sus retoños, a sus adolescentes hijos, a su crecidita descendencia mientras la película proyecta su nudo, su desarrollo o su desenlace. El cine es silencio. Silencio y atención, silencio y aplicación, silencio y sugestión, silencio e interpretación.

Funny Games

Funny Games seduce desde el diseño de su propio cartel anunciador. Asistimos a un remake, plano a plano, del mismo título que el propio Michael Haneke estrenara en mil novecientos noventa y siete. Esta película conturba, perturba, trastorna y desconcierta al espectador desde las plasmación de los títulos de crédito. La asfixia del desconcierto, el sofoco de lo imprevisible, la súbita acechanza del mal, el asedio de la violencia, la inminencia del sadismo, la emergencia de la sangre excitan la inquietud de la concurrencia siempre a la deriva del difícilmente adivinable desarrollo de los hechos. Los planos largos, el estatismo, la crueldad explícita, el encuadre amenazador, la psicosis como confusión. Como caos de las inhumanas reglas del juego.

El azar de la vida está escrito en las órbitas de lo incierto. En los precarios contingentes de lo aleatorio. La casualidad no depende del férreo control del hombre. A veces el destino es una reformulación macabra. El autodominio de nuestra existencia derrapa sobre los indóciles elementos de la supremacía de un intervencionismo ajeno a nuestra comprensión, a nuestra perspicacia, a nuestra intuitiva agudeza, a nuestras penetrantes dotes adivinatorias. Funny Games certifica la tesis de la mala fortuna. La instigación –surrealista, indómita, ácida y sin embargo fructuosa- de la perversidad que acampa por sus malignos fueros encima del Planeta Tierra.

Una cabeza bien amueblada puede transformar la faz del universo pero dos cerebros endemoniados –chiflados de alucinaciones delirantes- obtienen el poder de la destrucción, el alcance de la barbarie. El filme conmueve hasta el punto de la probable deserción de algunos asistentes: abandonarán, irremediablemente, la sala cinematográfica. La proyección nos secuestra en una extraña evaluación del masoquismo mental. Los cinéfilos de pro atisbarán la aportación de un engranaje secuencial digno de subrayado. Pero el público común –inapetente de fuertes emociones- sufrirá el zarpazo del ahorcamiento afectivo, la cuchillada del dolor imperante, la inestable impotencia ante la indeclinable afonía del odio. Un último apunte: Naomi Watts, magistral en su doble papel de actriz y productora.

Dediquemos este penúltimo párrafo a Post data: Te quiero. La voltaria insipidez del hilo argumental. Las movedizas aguas fantasiosas del canal de la imaginación defectuosa. La carencia de la benignidad del romanticismo. Y la flacucha reaparición de la antaño gloriosa Hilary Swank. Otra vez el esqueleto como engañadora de la belleza. Otra vez los espejos que reflejan el embuste de la realidad. Otra vez la anarquía todopoderosa, despiadada y mañosa del imperio del hueso.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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