De tú a tú
Que los prejuicios sociales no ejerzan ningún gravamen sobre nuestra naturaleza. Que las celdas de las lenguas de vecindonas no desmitifiquen las fraguas de nuestras ilusiones. Que el comecome de la pamplina no mengue la fortaleza interior que brota y rebrota en nuestros adentros. Ir comprobando, paulatinamente, transversalmente, que ni el tiempo ni las circunstancias ni nada ni nadie adulteren, transformen, acrisolen, reconviertan, cambien o recambien mi forma de ser. ¡Vaya desencanto conmigo mismo llegado el caso! Ése constituiría mi mayor fracaso. (Para mí tengo que precisamente la pareja, los amigos, los allegados, los afines han de potenciar nuestra personalidad, nuestra potencialidad como seres humanos, nuestra identidad. Cuando, por el contrario, las personas que nos rodean no suman sino restan sobre nosotros mismos, logrando inclusive la erosión y la falsificación de lo que verdaderamente somos, entonces estamos cayendo en picado sobre las cloacas de la propia autodestrucción, del peor amilanamiento, de la más inservible impersonalidad). Digamos que ese “no dejar de ser yo” no podría calificarse como un sueño por cumplir sino como “un sueño en marcha”, que de momento va avanzando sin perder su rumbo ni su norte ni su guía. Pero… ¿quién sabe si alguna vez, fatídicamente, descarrilo, patino, desfallezco? No creo que esto suceda porque ya me reencontré una vez conmigo, después de parlar, debatir, consultar quizá excesivamente con mi fuero interno. Yo apuesto hoy por la denominación de origen de cada cual, por la identidad intransferible, por la genuina particularidad del ser. Constantemente pretendemos desdoblarnos en sujetos ajenos a nuestra auténtica génesis, a nuestros vibrantes genes, a nuestra diferenciación como ciudadano del mundo. Impostamos un temperamento adjunto, tentamos el desbarajuste físico de la cirugía estética, negamos el plateresco dictamen de los sentimientos. Maniquíes inmóviles e impersonales de cara a la galería. El siglo XXI codifica al hombre. Los iguala en la negación de la diversidad y la pluralidad. ¿En qué nos estamos convirtiendo? En clones tallados en serie por la fuerza de la frialdad afectiva. A Dios gracias todavía existe un puñado bien nutrido de personas excepcionales. Lleva un servidor prácticamente dos semanas tratándolas de tú a tú.
Que los prejuicios sociales no ejerzan ningún gravamen sobre nuestra naturaleza. Que las celdas de las lenguas de vecindonas no desmitifiquen las fraguas de nuestras ilusiones. Que el comecome de la pamplina no mengue la fortaleza interior que brota y rebrota en nuestros adentros. Ir comprobando, paulatinamente, transversalmente, que ni el tiempo ni las circunstancias ni nada ni nadie adulteren, transformen, acrisolen, reconviertan, cambien o recambien mi forma de ser. ¡Vaya desencanto conmigo mismo llegado el caso! Ése constituiría mi mayor fracaso. (Para mí tengo que precisamente la pareja, los amigos, los allegados, los afines han de potenciar nuestra personalidad, nuestra potencialidad como seres humanos, nuestra identidad. Cuando, por el contrario, las personas que nos rodean no suman sino restan sobre nosotros mismos, logrando inclusive la erosión y la falsificación de lo que verdaderamente somos, entonces estamos cayendo en picado sobre las cloacas de la propia autodestrucción, del peor amilanamiento, de la más inservible impersonalidad). Digamos que ese “no dejar de ser yo” no podría calificarse como un sueño por cumplir sino como “un sueño en marcha”, que de momento va avanzando sin perder su rumbo ni su norte ni su guía. Pero… ¿quién sabe si alguna vez, fatídicamente, descarrilo, patino, desfallezco? No creo que esto suceda porque ya me reencontré una vez conmigo, después de parlar, debatir, consultar quizá excesivamente con mi fuero interno. Yo apuesto hoy por la denominación de origen de cada cual, por la identidad intransferible, por la genuina particularidad del ser. Constantemente pretendemos desdoblarnos en sujetos ajenos a nuestra auténtica génesis, a nuestros vibrantes genes, a nuestra diferenciación como ciudadano del mundo. Impostamos un temperamento adjunto, tentamos el desbarajuste físico de la cirugía estética, negamos el plateresco dictamen de los sentimientos. Maniquíes inmóviles e impersonales de cara a la galería. El siglo XXI codifica al hombre. Los iguala en la negación de la diversidad y la pluralidad. ¿En qué nos estamos convirtiendo? En clones tallados en serie por la fuerza de la frialdad afectiva. A Dios gracias todavía existe un puñado bien nutrido de personas excepcionales. Lleva un servidor prácticamente dos semanas tratándolas de tú a tú.