Tronío y trapío en la calle Trasbolsa
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Pongámonos, categóricamente, el mundo por montera. Sin sermonear ni aguijonear ni pastorear en falso. Y templemos la suerte de los párrafos que seguidamente crecerán -como partículas de asombro, como suspiros del tumulto, como quejidos de la gloria- sobre el albero. Las bodegas Pedro Romero nos han deleitado en la fundición temática del arte. Nosce te ipsum. Conócete a ti mismo, preclaro lector, y comprenderás a las primeras de cambio que la esencia de la Fiesta Nacional también encuentra acomodo en la textura inaprensible de la gran pantalla.

Toros y cine, fotogramas y medias verónicas, la devoción escenográfica y el sacramento de la tauromaquia. El tabernáculo, el aposento, la embriaguez creadora del éxtasis con suelas de manoletinas, la proyección del silencio, el paseíllo de la intrahistoria andaluza, la proclamación de la verdad (la veritas del rítmico bebedor), Aurora y trapío, un júbilo triangular que opera fraternalmente por ósmosis, la ruta del ne te qaesiveris extra (no te busques jamás fuera de ti), ah esa coral ceremonia que adorna de perplejidad el chasquido de los clarines del… ¿miedo?

Quinto ciclo de cine organizado con milimétrica precisión por las bodegas Pedro Romero. Imantación social de la convivencia, férvida materia de la concordia, intercambio de franquezas bajo el emparrado, el aliento del salitre que anuda el frescor de este clima fácilmente reconocible. La anochecida toma tierra, el improvisado ruedo ibérico alza su vuelo. Embriones de sueños despiertos. Exhibición de toreo de salón a cargo de cuatro promesas del capote. Algarabía en grana y oro. No cupo espectáculo más opalescente, más esplendente, más incandescente como prólogo a la proyección de los filmes Tarde de toros y Belmonte respectivamente. Dos sesiones, dos ritos de pulso adolescente, dos jornadas reproducidas por la calcomanía del pasmo. Tan niños y tan hombres, tan germinales y tan maestros…

Tan bailarines sobre la pista del coso taurino, tan pechisacados de lírica encomienda, tan virtuosos del trance, tan apóstoles del animal totémico. Infancia que expone el muslo, las ingles, la raza y el rezo a beneficio de la sagrada tradición. Misterio, afluentes del mitológico río de la tradición cañí. Próceres imberbes, matadores potenciales, figuras en pretérito perfecto. Cuatro regeneradores del atávico embrujo de Ignacio Sánchez Mejías. Del repeluco de Manolete. De la elegancia acompasada de Joselito. Son alumnos de la Escuela Taurina de Jerez. Instinto e inteligencia, atisbo y coreografía, dones consustanciales al dogma taurino: un silogismo de juventud y concentración espiritual. Cuatro mozalbetes, cuatro esculpidores del trapío, del tronío, del señorío. Responden a los nombres de José Rubén Rodríguez Franco, Eloy Hilario Sosa, Alejandro Jurado Vidal y Miguel Andrades Alcántara.

Y como los últimos serán los primeros en el reino de los elegidos –en la soberanía de la aceptación popular, en la angostura de la Puerta Grande, en el Olimpo de los héroes potenciales, en el metamorfoseado Norte del Edén, en la Cúspide de la Península Ibérica- procedamos a subrayar periodísticamente las hechuras, las galanuras, el garbo y la distinción del pequeño Miguel como aspirante a matador de toros. El chico se hizo con la plaza, metió a la parroquia en el bolsillo y no dejó pábulo para la indiferencia. Presten atención al arte congénito, al prodigio de su germinación artística, al soneto de su danza estética. Lo suyo dimana beldad, belleza, veracidad, potencia, medida, apunte, zigzagueo del alma, serpenteo de un redondel que sacraliza el asonantado culto del capote.

MAA –pincelemos las iniciales de su nombre y sus dos apellidos-, el benjamín, el chiquillo, el párvulo incitó la torrentera de aplausos. Y en el amén de su demostración alcanzó ya la categoría de un clásico venidero. El toreo, la esencia, la quintaesencia, la púrpura del valor, corren por sus venas. Miguel sorprendió a propios y extraños por la interioridad de su liturgia torera. Estudiará y se hará un hombre de provecho. Para que los embates de la vida jamás accedan a derrotarlo. Y a la vez conservará impertérritamente la ilusión de sus posibles. De sus posibles. Está cuajado de posibles. Nos llega henchido de posibles. Este niño jerezano enaltece la fiesta con la autenticidad de su abarcable sueño, con el estoque de su calidad, con la verosimilitud de su proeza. Los pies atornillados sobre el albero, el germen de la revolución, las formas, el fondo, la creencia, la Fe. No olvidaremos, por Dios bendito, su nombre, su querencia, su esperanza. Oreja y rabo para Miguel. Para esta angelical promesa de los ruedos.

Concluida la sesión de toreo de salón, el público toma asiento en el Cine de Verano instalado en los jardines de las bodegas Pedro Romero. Nutridísima concurrencia. Calidad y cantidad, dicho sea de pasada y sin mayores ambages. La cita concentra el interés de no pocas selectas capas de la sociedad. Sanlúcar focaliza la expectación cultural de la noche agosteña. La iniciativa, la tentativa, ha tomado cuerpo hasta el punto de su matemática consagración. Este ciclo de cine –vox populi- constituye un referente no sólo cinematográfico de la Baja Andalucía. Comienza la edición con la proyección del corto Todos los días amanece, de Carlos Violadé. Parafraseando a Pedro Romero Candau, presidente a la sazón del Consejo de Administración de Pedro Romero S. A., “Carlos Violadé puede hacer algo de historia en Sanlúcar porque es el arquitecto elegido, entre otros, para las líneas de conexión entre el Barrio Alto y el Barrio Bajo de Sanlúcar. Estamos ante un artista que también se expresa en el cine”.

Estuvo al quite Pedro Romero, proclamando un gesto de justicia moral, cuando señala entonces que “debemos tener un recuerdo hoy –porque él estaría aquí si pudiera- para uno de los grandes motores de todos estos ciclos y publicaciones que llevamos a cabo. Me refiero a mi profesor y amigo Rafael Utrera, quien, por razones de salud, no ha podido estar hoy físicamente con nosotros. Deciros, finalmente, que con bodegas y con toros sólo podemos hablar de una palabra: arte”.

Efectivamente echamos de menos la presencia siempre fraternal, siempre acogedora, siempre docta, siempre esciente, siempre creciente, de Rafael Utrera. El catedrático de la Facultad de Comunicación de Sevilla es una enciclopedia viviente de la cinematografía andaluza. A su bibliografía nos remitimos. Rigurosos, exhaustivos, autorizados estudios sobre Katharine Hepburn, la poética cinematográfica de Rafael Alberti, duetos de cine (coproducciones hispanocubanas con música de fondo), cine en Andalucía (codirigido con Juan-Fabián Delgado), la Andalucía del cineasta Basilio Martín Patino o el volumen conmemorativo del Cine-Club Vida demuestran la solvencia investigadora, la capacidad analítica, la sabiduría audiovisual del entrañable Rafael.

Hace uso de la palabra Antonio Guerrero al objeto de introducir el corto Todos los días amanece: “La costumbre provoca que dejemos de apreciar momentos bellos que ocurren todos los días. Del mismo modo, una relación de pareja corre el peligro de deteriorarse debido a la rutina. Sin embargo, una mañana cualquiera podría convertirse, gracias a un sutil acto poético, en una mañana mágica. Violadé comunica en este cortometraje un modo diferente al de la palabra o la letra. A veces un olor, un aroma, un sonido, un recuerdo, un susurro, un pensamiento, provocan y evocan sensaciones que son recogidas por otros sentidos. Querer y sentirse querido sin una palabra, sin una mirada, sin un beso, sin un abrazo. Sólo una sensación: sentirse para alguien importante. Esta obra de apenas diez minutos ha sido fruto del trabajo de meses de un grupo de profesionales y de magníficas personas a las que Carlos –y me recalca esta idea-ha tenido el privilegio de dirigir. Asimismo ha contado con la inestimable ayuda de la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía y otras empresas que lo han asesorado. Pedro Romero, por ejemplo, siempre ha confiado en nosotros”.

Diez minutos de parábola visual. Concreción de primeros planos, metalenguaje, perífrasis, amanecida reveladora, la música como contexto secuencial. Un ínterin de minutos que conectan el término del cortometraje con el discurso de Mónica Barrientos. Santiago Romero, risueño, se muestra complacido, acogedor, patriarca. Me pregunta por el estado de salud de Utrera. Intercambiamos un par de confidencias. El Ayuntamiento de Sanlúcar –ahora que me detengo en el razonado fundamento de su petición- no habrá de hacer oídos sordos a la elevación pública que hace apenas dos meses realizara Santiago Romero a favor del nombramiento de Hijo Adoptivo de Sanlúcar de Barrameda para José Manuel Caballero Bonald.

Mónica Barrientos presenta la película Tarde de toros: “Es una película española de género taurino enmarcada dentro del régimen franquista, lo cual se verá reflejado en muchos sentidos en el filme. La obra se presenta en un terreno muy acotado tanto desde el punto de vista temporal como espacial. La relación del cine y los toros se inicia desde el comienzo de la creación del propio cine. Películas sobre toros ya lo hicieron los hermanos Lumière hacia 1896, por tanto se remonta mucho en el tiempo esta relación. Luego ha sido muy prolífica en títulos de películas y documentales. Siempre presente el miedo del torero, las relaciones de los toreros con mujeres. Tarde de toros, dentro de este contexto, es una película un poco distinta a las clásicas taurinas. En primer lugar aborda algo muy anticinematográfico como es una corrida de toros íntegra. Esto, dentro de una ficción, podría ser una traba al desarrollo dramático de la película. Pero aquí todo se hace muy ligero, muy liviano, porque no en vano está abreviado el desarrollo de la lidia. Pero es interesante porque en la corrida de toros convergerá todo cuanto previamente se ha ido presentando en la película”.

“Se inicia con la presentación de los tres toreros (Carmona, Puente y Rondeño II) interpretados además por tres toreros auténticos de la época: Puente es Domingo Ortega, Carmona será Antonio Bienvenida y Rondeño II estará encarnado por Enrique Vera”, añade Barrientos, para explicitar que “esto favorece la autenticidad del personaje de los toreros, pero por otra parte también constituye una limitación porque no son grandes intérpretes. De cualquier modo se perfilan tres figuras de toreros muy interesantes. El interpretado por Domingo Ortega es el torero de viejas glorias pasadas, que quiere volver a ver el éxito en su carrera. Tiene una amante que le recrimina su ocaso pero en la lidia recuperará, gracias a una gran faena, su renombre”.

Para Barrientos, “vida profesional y vida personal están íntimamente presentes en la película y esto repercutirá luego cuando están delante del toro. Carmona representa el torero en la cima de su éxito, acosado por las fans. Por último Rondeño II, el joven torero que toma la alternativa. Es destacable porque simboliza el sentimiento del miedo. Miedo que le impide ser buen torero. Pero que superará y, a la vez, vencerá aspectos de su vida personal. También veremos un elenco diverso de aficionados. Un elemento contextual de la época: desde el forofo del fútbol hasta la estrella del cine americano. O aficionados que están de parte de toreros rivales y entre ellos también existe esta rivalidad. Y los toreros que lo son en su corazón: el espontáneo. Y en él se hace presente el elemento trágico de la fiesta”.

La segunda jornada reporta la catequesis práctica de un cortometraje memorable: Efectos. Me retrotrae en un pispás al filme Cadena de favores. La sucesión, el encadenamiento, el encabalgamiento de buenas acciones finalmente puede revertirse en beneficio propio. Inmaterialmente. Altruistamente. Justicieramente. Milagrosamente. Efecto boomerang de una evangelización de sencillos –aparentemente banales- actos intrascendentes pueden reconstruir el sendero de la humanidad. El que siembra, a no dudarlo, recoge.

Escuchamos con solicitud la intervención de Ignacio Valduerteles: “Este documental pone de manifiesto cómo las personas, con pequeñas decisiones, pueden edificar una sociedad mejor. El lenguaje de los cortos es un dialecto dentro del lenguaje propiamente cinematográfico porque exige mucha más atención y mucha más participación del espectador”. Se hace la oscuridad, la banda sonora fraterniza de principio a fin, adjetivación del Bien escrito en letras mayúsculas. Ovación, moraleja, mensaje directo al corazón. Mensaje dilecto. Mensaje desprovisto de púas, de espinos, de caparazones superfluos.

Nuevamente el protagonismo se centra en la mesa presidencial. Antonio Checa subraya que la película Belmonte “es la vida de un gran torero. Pero no crean ustedes que es ese tipo de película que hemos visto muchas veces: realizada durante la vida del propio torero para presentarlo como héroe. Estamos ante una película que quiere ser una introspección sobre la vida de un torero de la profesionalidad de Juan Belmonte. Tiene mucho de documental en este sentido porque el propio director, Juan Sebastián Bollaín, tiene más de documentalista que de cineasta. Yo diría que no es una gran obra pero sí un filme profundamente honesto que pretende acercarse con sinceridad a un personaje que es valiente en el ruedo pero cobarde en su vida cotidiana. Nos lo presenta muy bien con esa cara y cruz”.

“Esta fue la última película que hizo Bollaín –comenta Checa-. Reúne elementos muy interesantes. Belmonte será encarnado por Achero Mañas (quien últimamente ha abandonado su faceta de actor para brillar como director. Recuerden, por ejemplo, la premiada El Bola). No siempre es convincente en su interpretación pero se acerca mucho a la figura del legendario torero. Belmonte viejo es encarnado por Lautaro Murua
(quien murió justamente después de hacer esta película). Borda muy bien el Belmonte de sus últimos años de vida. Por la película pasan muchas mujeres como trasunto de la propia vida de Belmonte. Es una película sencilla, sin alardes, pero muy digna. Diferente a la mayoría de las películas taurinas que podemos ver. Belmonte se plantea la utilidad de su existencia. La película no tuvo éxito comercial al principio pero el paso del tiempo la ha situado en el lugar que le corresponde como digno acercamiento a la vida de un mítico torero”.

Clamor de faena histórica. Un ciclo de cine que cuadra la hondura del sentimiento colectivo. La ambientación cita por naturales. Finura y mar salinera. Camaradería, métrica, estoque. La plaza de las buenas costumbres está abarrotada. Una copita de manzanilla, licencia para la renovación del gozo, la afición que se crea y se recrea en la calle Trasbolsa. Nombres propios para los memoriales periodísticos: Enrique Hepburn, Fernando Valencia, Antonio Pica, José Luis Jiménez, Rosa Carnerero, Marita Morillo, Esther Jiménez, Reyes Ventura, Fausto Peidro, Álvaro Morillo…

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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