¡Apaga y vámonos!

He sido -¿aún a día de hoy continúo siéndolo?- un fidelísimo espectador de debates televisados. Desde que la evocación se me pierde –infinitesimal- por las fullerías de la memoria. Recuerdo mi natural tendencia a postrarme frente a la caja tonta cuando José Luis Balbín dirigía aquel estimulante, ilustrador, centelleante programa cuyo título y cuya sintonía musical ya de antemano nos colocaba en el paraninfo de las ideas ilustradas: La clave. No gastaba un servidor más de siete u ocho añillos a sus espaldas. La clave, para la generación de los nacidos en los años setenta, representaba algo así como la sesión solemne de la tertulia con mayúsculas, la academia de la pluralidad, el empaque del decidor anudado de corbata y desanudado de sapiencia a raudales. El propio clímax escénico contribuía a la atención del televidente: la oscuridad del plató, la opinión como corolario de la película emitida, la riqueza del vocabulario. ¿He dicho -¡ah nostalgia de mentores del lenguaje!- riqueza de vocabulario? La clave fue hija de su tiempo, pulsión educativa, tratado de las buenas formas. Resulta curiosa la agradable audición -¡exigible por otra parte!- de las diferentes intervenciones. Podías oír la explicación, el desglose, el espigado razonamiento de cada invitado. Un foro sumamente ordenado, respetuoso, urbano, entretejido de oratoria: allí lo cortés jamás quitó lo valiente. Silencio de fondo y análisis de frente. La relajación como envoltura de la cultura. ¡Cuánto ha llovido de entonces acá! La televisión de los últimos años distorsiona nuestros oídos. Reparen, de lo contrario, en la rugosa escandalera que chirría a cada instante. El griterío de los colaboradores, la fanfarria de los periodistas en cuestión y en cuestación, el apisonamiento de los turnos, la estridencia, el rechinamiento, la superficialidad tarambana. El vergonzoso espectáculo ofrecido el pasado sábado por María Antonia Iglesias y Miguel Ángel Rodríguez en el programa La noria bien vale el botón de muestra del contraejemplo. ¿Culpa achacable a la intransigencia, recelo y animadversión obsesiva que la oronda señora profesa por la derecha española o falta de ascendiente del conductor del debate sobre quienes vociferaban a sus libres albedríos? He de sentirme forzosamente rememorativo: La clave sentaba en el epicentro de la tertulia a un moderador capaz de fumar la pipa de la paz de unas sesiones periodísticas en clarísimo proceso de extinción.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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