La década sombría

Reproduzco, textualmente, mi discurso de presentación y valoración crítica de la obra poética de Fernando de Villena ‘La década sombría’, presentada en la Escuela Profesional de Hostelería de Jerez este pasado jueves. ‘La década sombría’ se enmarca dentro de la colección Hojas de Bohemia de la editorial EH Editores. A petición del propio director de la revista Tierra de Nadie, José Ruiz Mata, a la sazón presente en el acto, el texto que a continuación vuelco aparecerá asimismo en las páginas del próximo número de esta publicación literaria. (En la fotografía aparezco junto a Fernando de Villena, Domingo F. Failde y Dolors Alberola).

Estimado Francisco, admirado Fernando, señoras y señores:

Me toca a mí –accidental o incidentalmente- sustituir a José Lupiáñez en la introducción, en la antesala, en la coda y en la valoración crítica del libro que hoy presenta EH Editores: La década sombría, del magistral poeta –siempre excelso y siempre sin excesos- Fernando de Villena.

Subrayemos con alborozo algunas nociones preliminares.

PRIMERO:

Fernando es un escritor de cuerpo entero, constatada sea de antemano semejante apostilla. Porque la indolencia, el descuido, la incuria semántica, la taimada comodidad que atenaza a la práctica totalidad de quienes –erráticamente, osadamente, quebradizamente- se autodenominan escritores (esa postiza catalogación tan distendida y tan extendida en la planicie de nuestro siglo XXI) obligan a diferenciar la denominación de origen, el certificado de calidad y el carné de autenticidad literaria de este pulcro poeta granadino.

Admitámoslo por una mera aseveración de recompensa pública.

En su escritura no predomina la ligereza, la calcomanía, la imperfección ni la atonía. Vislumbramos, por consiguiente, el aldabonazo de la calidad de párrafo, el impacto visual del verso, la blancura mate de su rebeldía expresiva.

SEGUNDO:

Fernando es un creador original e insólito que coloca en negros sobre blanco –en renglones sobre folios, en sus “esquinas de embeleso”- el constante estado de una fluyente necesidad comunicativa capaz de transmitir y trasminar “la intimidad de los Cafés en la Viena de los años veinte, la magia de Praga antes de la caída de su ghetto” o “las humildes celindas que en las noches de mayo inquietan al paseante que recorre el misterio de los bosques de la Alhambra”.

Su enfoque lírico parte –paradójicamente- de un clasicismo enriquecedor, sustantivo, preponderante. Lo clásico dinamita la elegancia exquisita de la protesta interior. El rigor de la prosa como sinuosa aproximación a la estética de la belleza conceptual. El balanceo entre el clasicismo y la modernidad como detonante de la confesión, del desahogo, de la saliva de tinta que arde en llamas de puro desencanto.

Las páginas de La década sombría son un quejido lejano que nos impacta como un atronamiento incandescente. Un zarandeo de conciencias dormidas. Un reflujo de interioridades comunes.

Un collage de sangre, palabra y fugacidad del tiempo.

El tiempo como juez inefable, como dictador irresoluto, de una realidad plagada y plegada de oscuridades. En la página 39 podemos leer la siguiente rúbrica intimista:

“El tiempo me ha quitado la arrogancia
y casi también
la esperanza, el misterio,
el sueño y la impaciencia,
bultos que van quedando
como viejas estatuas
en un jardín ganado por las sombras”.


TERCERO:

Fernando de Villena es un exaltador de los códigos esenciales de la Humanidad. Su poesía cristaliza la necesaria reelaboración de valores como la amistad. Meritorio posicionamiento el suyo: la amistad no constituye, a día de hoy, un valor en alza. Menos todavía en los medios y en los tedios de esta España sumamente resuelta de murmuraciones, engreimientos, batallas dialécticas, envidias congénitas y mercachifles de baja estofa.

Fernando de Villena fluye de sí mismo bajo el manantial cristalino de su querencia fraterna. Es humano por encima de cualquier otra condición terrenal.

Pero acudamos a las líneas prologales de José Lupiáñez para enfatizar este capítulo dedicado por entero a la amistad fraguada –como desdoblamientos del propio yo- por el temperamento emocional de Fernando de Villena:

Textualmente escribe José Lupiáñez en su prólogo de La década sombría:

“Capítulo aparte merece el conjunto de textos consagrados a la exaltación de la amistad. Se trata de homenajes sentidos a escritores y artistas cercanos al poeta, que escoge el soneto para celebrar su afecto hacia el personaje en cuestión y demostrarnos, de paso, su maestría, su oído musical, su gracejo impagable en el arte de componerlos…

A veces se nos traza el perfil humano del autor escogido, un perfil que no esconde el rasgo humorístico y más desenfadado o la anécdota sabrosa que nos acerca más cordialmente al hombre…

Y así desfilan los amigos reales con los que se comparten tantos mundos: la soprano Lillian Martínez y el guitarrista José Antonio López, el mago Miguel Aparicio, el pintor y escritor Francisco Izquierdo, el poeta José G. Ladrón de Guevara, el novelista y crítico Francisco Gil Craviotto…”.

CUARTO:

Fernando de Villena ha de considerarse –con todos los laudos y con todos los lauros- un rebelde con fundamentos y con argumentos para la legítima utilización de la poesía como instrumento de mentalización, educación y refundación social.

La voz que pone timbre a una feraz ruptura con la ramplonería campante a efectos de reivindicar el patrimonio inmaterial, espiritual, sentimental de las personas. ¿Una rara avis dentro del panorama –laberíntico panorama por cierto- de esta sociedad tan abocada a la autodestrucción?

Fernando coloca un bis a la quimera de los sueños. A la desfogada exigencia de la humanización de la vida. A la vanguardia de un universo imaginario pero circunscrito tan sólo a las urdimbres de lo aparentemente imposible. Y a tal fin hace uso de la poesía: como lenitivo, como llamarada, como campanazo, como discurso esdrújulo y mayúsculo en pro de la reivindicación del hombre.

De nuevo –nobleza obliga- hemos de remitirnos a las frases de Lupiáñez:

“En un tiempo en el que se desprecia la belleza y cada vez nos apartamos más del ideal… el poeta ha dejado constancia de su lucha contra el olvido, de su disidencia, de su crítica contra la injusticia y la guerra, contra la avaricia y la insensibilidad de los poderosos, a través de esta admirable serie tan unitaria en su intención y tan variada en sus formas y contenidos…

No es frecuente un esfuerzo de esta magnitud en el panorama de nuestra literatura última, tan proclive al artefacto y al minimalismo…

No es frecuente esta entrega tan verdadera, tan apasionada a la literatura para recrear un mundo en el que se buscan las raíces de nuestra identidad y se fustiga a quienes quieren envilecer un legado que nos define y que nos diferencia”.

Y QUINTO:

Fernando de Villena pule el lenguaje. Se muestra artesano de las formas, tallista de la plata de ley de la letra escrita. Una opción casi sacramentalmente estilística que proyecta a renglón seguida en las hojas –cercadas con ecos de preguntas sin respuestas- de La década sombría.

Leeremos, por ende, una poesía trabajada. Una poesía ramificada en la cautividad de la expectación. En la cautelosa avalancha de la esperanza.

He de admitir a pies juntillas que, deleitándome en los versos de Fernando de Villena, recordé la rompedora obra de Orwell titulada 1984: Porque casa al dedillo “con el acoso sistemático al que se ve sometida la lengua castellana”. Un acoso y derribo que encuentra en Fernando de Villena a un ejemplar antagonista resistente en las más fornidas líneas de batalla de la pureza del idioma.

Frente a quienes podan nuestra habla, reduciéndola a la poquedad de la mínima expresión, subsisten obras como la de Fernando de Villena: su platónico matrimonio con los adjetivos, con los conceptos, con la sintaxis.

En la pizarra de su verso “Escribir” –página 55 del libro que hoy presentamos- he podido leer esta susurrante confesión definitiva:

Con la constancia de este mar antiguo
hacia la rubia orilla,
escribir hasta el fin es mi destino.
No es mejor ni peor que el de vosotros
y me llena de goce,
pues tengo la ilusión
-aunque sea engañosa-
de retener el halo de los días,
un poco del dolor o la belleza
que conforman el mundo,
su tragedia y su grande maravilla.

Escribir hasta el fin…
No sé hacer nada más”.

Demuéstranos, estimado Fernando, que también sabes recitar en alta voz, declamar con latidos de cercanía, la dulce miel de tus versos. Tuya –y ya no mía- es la milagrosa usanza de la palabra.
Muchas gracias.

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