Tiene Sevilla…

Tiene Sevilla un señor que jamás fue don. Un Señor escrito con mayúsculas en las coronarias de la devoción popular. Tiene Sevilla un torero del arte del amor desprovisto de medias verónicas. Recibe a puerta gayola cualquier arremetida de los bajos infiernos. En su figura –erguida la faz, pendular la cintura, firme la zancada- se veda toda manifestación de excelencia. Pero no de divinidad. Porque sobrevuela junto a sus sienes una sierpes que culebrea todas las oscilaciones de aquella corona de espinos de las antiguas Madrugadas Santas. Tiene Sevilla un imán de manos cruzadas: articulaciones con piel de madera que recibe la millonada de besos anónimos, la consigna secreta de sus innúmeros devotos.

Tiene Sevilla un nazareno de oscura dermis, de rostro descascarillado, de tez ahora tersada por la gubia de lo secreto. Cuando te plantas frente a sus hechuras de hombre gravitante por el peso y por el paso del santo madero, entonces descubres cómo te mira sin aspavientos, ladeada la mirada, desgarrado el ademán. Cuando decides seguir las huellas de sus pisadas descalzas, enseguida atisbarás el desgaste del talón. El desgaste del talón no significa erosión de la talla sino signo inconmovible de su liderazgo durante siglos. Toma tu cruz y sígueme…

Tiene Sevilla, en el hercúleo ángulo menos descifrable de San Lorenzo, la traducción divina de lo humano. La fascinación humana por lo divino. Seduce la voluta de esta túnica que bambolea a cada paso, a cada avanzadilla, siempre de frente, como un bisturí de plata cofradiera que cercena en dos el oxígeno de la Fe: mitad trascendencia, mitad consecuencia. Tiene Sevilla un arrobo de legislatura eterna en el Gran Poder de su Señor a secas. Los tientos de la mistificación del folclore popular, las asonantadas de un reguero de capirotes negros en las orillas de la calle Mar. El microcosmos de un credo que susurra cirios encendidos, de un padrenuestro que rachea su silencio de subida a pulso, de la exclamación sorda -¡pero congénita!- del pueblo.

Tiene Sevilla un ciudadano que creó el mundo a su imagen y semejanza: con lacitos morados de los días de vísperas, con cercanía de besamanos, con solemnidades de quinario en los albores de la Epifanía. Tiene Sevilla un virtuoso de la inmortalidad, un agrupador de generaciones, un venerable hermano veterano de la cofradía de la Gloria. Dicen que el pasado viernes regresó al seno materno de su Basílica. Dicen que fue seguido por la muchedumbre de miles de incondicionales. Dicen que, entre la masa, entre el gentío, entre la aglomeración, se encontraban jerezanos dispersos, jerezanos ocultos, jerezanos que sumaron astillas al maderamen de su Majestad. Tiene Sevilla un nazareno cuya nombradía todos conocen y reconocen como Gran Poder. Con su nombre basta y sobra para alcanzar las máximas distinciones. Con su nombre basta y sobra. Basta y sobra. Con su nombre sin el don por delante.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

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