¿A mitad de camino?

Regreso al rompeolas confesional de mi blog. He leído recientemente una frase a no dudarlo ingeniosa: Cada noche decrezco hasta nacer. Me permitirán ustedes guardar bajo llave la identidad de su ejecutora. Por derecho de autor, por reserva intelectual, por prescripción lógica y logística. Y porque llama mi atención el diagnóstico de esta literatura aborigen, vernácula, sorpresiva, estimulante. Pero no me negarán –lectoras y lectores- la intencionalidad de la sentencia. Pertenece a una mujer/niña. A una poetisa con redobles de arterias líricas. A la noble vocación de soñar sin parapetos. Ella se ha agenciado el páramo de una jerga barroca de pluma, solemne de traza. La calidad de letra ya no pertenece al estrecho censo de las firmas célebres. De los hacedores de bestsellers. Porque crece –a porrones- el número de escritoras con voz propia y –como diría mi compañero Álvaro Quintero- con señales propicias. La escritura saca a flote la sensibilidad de la mano que mece la cuna de la tinta china, de los renglones ávidos de compañía, de las hebras de la intemperie emocional. Juntar letras no resulta mal oficio si de veras unifica los soportes de la sinceridad.

Cuanto no transmitamos a toque de parafraseo, de renglones confidenciales, de llama viva de alfabeto, jamás existirá ante los ojos de nuestro prójimo. Para comunicarnos necesitas liberarte de las costras de tus prejuicios. La vida nos interpone su catálogo de trampas. Y escucharnos, relatarnos nuestras interioridades, coadyuvará a destruir todo género de fantasmas ocultos, de miedos tremulantes, de pánicos agazapados en las guaridas de los secretos que nos martillean como hipoteca de la propia libertad. Conozco a personas cuadradas y cuadriculadas: no salen, no saltan, no permutan, no escapan de su ambiente prefabricado, de su rectángulo de costumbres repetitivas, de su esteriotipado abanico de emociones. Sienten cuanto el día a día va ofreciendo a cuentagotas o con la irregularidad de los brincos de un apocado saltimbanqui. No fuerzan la aventura del descubrimiento, el hallazgo de nuevas fórmulas, la mezcla con otras personalidades, con otros seres, con la manducatoria de los sabores prohibidos.

Son, estos últimos exponentes, unos sosos enmascarados de carácter afable, falsamente divertidos, tronchados de engañosas posturas. Estirados por la manufactura de la apariencia. La letra escrita –como el algodón del mayordomo- no engaña. La prueba del delito, la huella dactilar, la sonrisa forajida. Parlan –sin conocimiento de causa, a vista de pájaro, a regañadientes, al ralentí y al buen tuntún- de la felicidad. Pero no la reconocen en los abismos de sus mismas entretelas. Porque amanecen, cada mañana, encorsetados de quimeras rotas. Maniatados de osadías posibles y plausibles. Macacos desprovistos de acusaciones particulares.

La felicidad ha de abrazarnos desnuda de ropajes, desabrigada de teorías de cartón piedra. Propensa a la escapada sin destino prefijado. La geometría de nuestro contento estriba en la indefinición de la geografía de nuestra evasión. Y, antes de coger carretera y manta para perdernos durante unos imprecisos días por estos mundos de Dios, escribamos sobre papel –en letras de molde- una misiva a las razones que nos alegran el corazón. Aunque el destinatario no la reciba jamás. Aunque guardemos sus folios en el cajón de sastre de las motivaciones que nos impulsan a la vital y vitalista andadura cotidiana. La escritura nos redime de todas las culpas siempre y cuando las culpas no nos redima de la misma escritura. Salgo a la palestra de la reflexión domeñada de calma, de domingo alborozado. Porque se me acumulan las vivencias dignas de relato narrativo, de elevación cibernética, de montículo de teclado portátil.

Tomo tierra, concretizo algunos capítulos recentísimos, desciendo a ras de suelo. Esta pasada semana he experimentado la ingente/potente percepción de la esperanza siempre abierta. O, traducido al sureño modo, al andaluz código: de la Esperanza virginal de nuestras dolorosas de Semana Santa. En la Hermandad de las Cinco Llagas, por ejemplo, capté y capturé el pasado jueves unos besos y abrazos con temblores de bienvenida. Los hermanos de estrenada incorporación de esta señera cofradía de la Madrugada Santa no cabían de satisfacción. Besaron la medalla de su iniciativa y juraron fidelidad a los estatutos de la cofradía. Sé a ciencia cierta el carrerón que protagonizó Verónica para su llegada puntual a la ceremonia religiosa. O los pensamientos sensitivos de Marta. O el entusiasmo desbordante de Miguel y de su hijo Sergio. O del bonísimo de Rafael. O de la mirada fija, celeste, inocente… de Ángela. O la entrega incondicional de Manuela, Alfonso Francisco, Manuel, José María, Enrique y el pequeñillo Juan Manuel. O la nostálgica ausencia, por fuerzas mayores, de Diego y Jaime.

Transmití al Hermano Mayor mi pálpito: aquí hay llama de calidad. Miguel es un ejemplo de sencillez humana y de estimulación cofradiera. La Esperanza, como medianera, como Virgen/Muchacha, como Torre de Marfil de nuestra aleluya infinita, siempre nos contagia la placidez, la contundencia, la afinidad y la alacridad de la Fe. Con viveza y con vivacidad.

Precisamente esperanza, expectación y confianza no me faltaron cuando, hace apenas un trimestre, me propuse coordinar, dirigir, regularizar, implantar, crear, fomentar los gabinetes de prensa y comunicación de determinadas empresas amigas, protectoras, pujantes. Esperanza, expectación y confianza como síntoma de arrojo, de temperatura de las propias posibilidades, de espíritu aventurero, de ánimo de cooperación, de entusiasmo desenfadado, de godeo bien medido. En su justa medida. Todo siempre en su justa medida. Fue Sciacca quien, en el delicioso libro La Iglesia y la civilización moderna, nos apunta que “es la comodidad la que nos ha dado la segunda interpretación del justo medio: una postura burguesa entre dos aguas, con la que nosotros fabricamos un comodín que nos resuelve todos los caprichos. Entre todas las virtudes nos hemos quedado con una y la hemos llamado falsamente prudencia: una virtud cómoda que nos alienta en todas las ocasiones a quedarnos a mitad de camino. Circunstancias hay en la vida que exigen del hombre una postura claramente definida; no se permiten los titubeos. Se es o no se es, sin términos medios”.

Entronco esta máxima con una velada animadísima que mantuvimos mis hermanos y yo ayer sábado. Cita ineludible, indeclinable, irremplazable. Reunión de la estirpe en casa de mi hermano Miguel Ángel. Comimos, reímos, parlamos, recordamos y debatimos sin límites de reloj ni prosas malsanas ni prisas acuciantes. Miguel Ángel apuesta por el jugo de la vivencia, por el apresamiento del presente, por la exaltación del ahora. La vida son tres días (y dos llueve). Carpe diem. Aprovecha el instante, no lo malgastes, no lo dilapides, no lo desbarates.

Quedémonos con la copla. Como señala un insustituible escritor cómplice: El arte de vivir es, en definitiva, una cuestión privada.

He de marcharme, camaradas. Es mi deseo reproduciros una serie de entrevistas que he publicado la semana pasada para los periódicos La Voz –La Voz de Cádiz y La Voz de Jerez-. Sus protagonistas: Manuel Fernández García-Figueras, Mauricio González Gordon, Faustino Rodríguez (el animoso propietario del bar Juanito) y el talentoso/prodigioso guitarrista Paco Cepero. Ya veré si las reproduzco al pie de la letra, las fragmento o apuesto por otros posts de inédito contenido. Por cierto, hablando de La Voz –periódico que me contrató a principios del pasado mes octubre y con el que compagino otros cometidos profesionales-, no pierdan la oportunidad de visitar la redacción de La Voz de Cádiz. Sus ventanales ofrecen una panorámica privilegiada de la Tacita de Plata. Horizontalmente abarcable toda su ancha postal de muchachita de tres mil años. En la redacción de La Voz de Cádiz he disfrutado de alguna tonificante jornada de tecleo al costadillo del ordenador y frente por frente a la salada blancura de la novia del mar. Palabras que, innegablemente, nos remiten al gran José María Pemán. ¿Verdad que sí, Meli?

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