Amelia y yo nos cruzamos en la gloria de Pemán

Una lectora, Amelia, me manda un e-mail luminoso. Mi blog –casualmente- ha resuelto una duda que la embargaba desde hacía cuarenta años. Transcribo literalmente el e-mail que me cursa esta buena señora y, seguidamente, mi pronta respuesta. Todo sea reflejado a mayor loor y memoria del lúcido legado literario de don José María Pemán.

El e-mail de Amelia dice así: “Querido Marco: Por una feliz casualidad, di con su post que da título al asunto de este mensaje. Llevo años, concretamente treinta, intentando averiguar quién fue el autor de esos versos, "tus manos artesanas de mis versos...." La historia viene porque en 1968, yo tenía entonces 17 años, recorté del Diario Pueblo un largo poema llamado "Testamento poético", y que empezaba: "Al volver cualquier esquina, puede ser hoy o mañana como pudo ser ayer...." con tan mala maña que no recorté la parte en la que figuraba su autor. Me gustaba, me deleitaba su ternura, su belleza y profundidad y con los años me inundó la curiosidad de averiguar quién lo escribió. Por su título, supuse que era un poeta muerto en dicho año, 1968. Pero mis pesquisas fueron inútiles. Escribí a mucha gente, cuando apareció Internet y yo tuve acceso a él, expuse mi pregunta en foros y han sido incansables horas en las que introducía los primeros versos en los buscadores. Y hoy me encuentro con su artículo. Don José María Pemán. Pero es que Pemán murió en 1981 y no en 1968. Entonces, ¿don José Mª escribió su testamento poético trece años antes de su muerte? Me gustaría saber dónde puedo encontrar impreso dicho poema, aunque ya le digo, conservo el texto completo que salió en el Diario Pueblo en el año que le he comentado y para mí es uno de mis más exclusivos (hasta hoy) tesoros. Supongo que Vd., también lo tiene, si no fuera así, para mí sería un honor compartirlo con Vd., y hasta abogo porque se le dé la máxima promoción, ya que merece la pena qua sea leído por quien quiera disfrutar con la poesía. Me gustaría algún comentario, si lo tiene a bien. Saludos: Amelia Ruiz.

Mi respuesta, también vía e-mail, para Amelia: Estimada Amelia: Un afectuosísimo abrazo de antemano. El romántico periodista sevillano Joaquín Romero Murube –que gloria haya junto a la majestuosa compañía ya inconsútil de su sevillana Virgen de la Soledad de San Lorenzo- alarmaba sobre la creciente pérdida de nuestro patrimonio inmaterial. Los cielos que perdimos de una Andalucía en permanente peligro de extinción. Su e-mail me ha provocado la duplicidad de los sentimientos encontrados. Por una parte el chorreante gozo de saberme útil frente al conglomerado de red de redes que representa Internet. Únicamente a través de sus tentáculos he podido llegar hasta la incógnita que usted acunó durante más de treinta años. De otra parte la tristeza derivada de la decreciente/menguante divulgación fustigadora de la obra del gran José María Pemán. España está cometiendo un acto de injusticia con este reinventor del artículo periodístico, con este histórico escritor de versos que ruedan y ruedan por los senderos del clavel único. Mi blog ha servido para reivindicarlo ante usted. Como por una serie de carambolas literarias, mi post “Unas manos para el Traspaso” canalizó su búsqueda y mi hallazgo. Por descontado, Amelia, que trascribo al pie de la letra el poema solicitado. Abajo lo tiene usted, textualmente, cuarenta años después de su primera lectura en el Diario Pueblo. Efectivamente fue escrito en 1968. Fecha en la que un servidor ni siquiera había nacido. Lo hice unos cuantos años más tarde. Pero aclaro su duda en un santiamén: José María Pemán escribió tan inconmensurable testamento poético trece años antes de su fallecimiento. Tal que así sucedió. Tenga usted en cuenta que estos sublimes versos fueron concebidos cuando Pemán contaba ya la edad de 71 años. Ignoraba –como lo hacemos todos: es ley e incertidumbre de nuestra existencia- la hora justa de su muerte. Por fortuna continuó escribiendo hasta 1981. Sepa usted que tanto su correo electrónico como mi respuesta serán colgados en la cuadratura de mi blog: no debemos menos a la necesaria publicidad de la obra del autor de Cádiz como Novia del mar. Reciba un fraternalísimo abrazo. A su disposición para cuanto necesite. Marco A. Velo. He aquí los versos que nos ocupan:


TESTAMENTO

Al volver cualquier esquina,
puede ser, puede no ser.
Puede ser hoy o mañana,
como pudo ser ayer.

De amor, de flor y de beso
conviene hacer las partijas
para aligerar el peso.

Para no dar que decir,
conviene llegar con poco:
a lo sencillo,
a lo humilde,
a lo loco.

A la esposa, mi beso:
A los hijos, mi hacienda.
Pero, ¿a quién le dejo
la Belleza?

Porque sé de un cuarto oscuro
amor, que nunca se abre.
En él está la Cautiva.
¿A quién le dejo la llave?

Se está acabando en el mundo
-que se acaba, que se acaba-
esta pista despistada
que va por la rosa, el lucero y el agua.

Los versos se van cargando
de alforjas de pensamientos.
La iracundia se ha montado
en los lomos de Platero.

Los burritos filosóficos,
los dulces burritos buenos,
que comen flor y retama
¿a quién se los dejo?

¿A quién le dejo el olvido?
¿A quién le dejo el deseo
que no se ha cumplido?
Este volver a ser blanca
cada día la azucena,
más blanca con la blancura
de cada mañana nueva;

este llevarle al Señor
la mano sobre las cosas
para que su mano las pinte de sol…
¿A quién se la dejo yo?

¿A quién le dejo el papel
donde quedó mal herido
y a medias, el verso aquel?

¿A quién le dejo esta pista
que se quedó despistada?
¿Y a quién aquel precursor,
verso-Bautista,
con la cabeza cortada?
¿A quién le dejo el dolor?
¿A quién le dejo la flecha,
el arco y el ruiseñor?

Sobre mi mesa de siempre
se me quedó una palabra…
¿Quién quiere, por puro amor,
acabarla?

¿A quien le dejo esta fe
de que hay a mi lado un Ángel
que sabe lo que no sé?

¿A quién le dejo el derroche
de las estrellas y el canto
del cuclillo por la noche?

¿Quién hereda esta sombrilla
que, partiendo cielo y tierra,
me envuelve en luz amarilla?

¿A quién le dejo la luz
frágil del atardecer:
cuando el solecito pinta
mis dudas de rosicler?

¿A quién le dejo el rocío?
No el que se queda temblando
en la retama del río:
sino el que me moja los hombros
como el llanto de un amigo.

Mis manos
artesanas de mis versos
caricias de lo que ha sido;
garras de malos momentos…
Mis manos,
¡a quién las quiera las dejo!:
que, con todas sus quimeras,
son, fingiéndose palomas,
manos de un hombre cualquiera.

¿A quién le dejo mi pluma?
¿A quién le dejo mi voz?
¿A quién le dejo el orgullo?
¿A quién le dejo el temor?

¿Quién me hereda este contento
de hacer que sea canción
lo que iba a ser pensamiento?

¿A quién le dejo la luz
que anunciaba mi tormenta?
¿Y a quién las cosas sin nombre
de las que perdí la cuenta?

La razón puedo dejarla,
y el pensamiento, y la idea,
pero –de ti para mí-
esa palabra que crea
y funda para uno solo
su personal primavera;
-esto de ti para mí-
¿a quién le dejo este gozo
de ver las cosas así?

Los cien nombres que di al viento.
Los mil que di a la esperanza.
¿a quién se las dejo?

Y el nombre definitivo
que le puse a boca llena
a cada mañana joven
y a cada tarde serena;

ese ser porque se ha dicho
y no decir porque sea;
¿Y a quién se lo dejo a tiempo
de que no se vuelva idea?

¿Y mi razón escondida?
Como pedirla es quererla
y ella quiere ser querida…
¡se la doy a quien la quiera y pida!

¿A quién dejo mi caballo?
Domador que lo sujete,
vaya con tiento,
que él conoce su jinete.

Entre lo que dejo atrás
y lo que espero delante,
hay que cazar mariposas
y coleccionar instantes.

Tengo un minuto guardado
¿a quién dejo los sobrantes?

Ese minuto tan mío:
Esa estrella del poeta,
tan quieta
como el lucero que brilla,

no cuenten con él: que intento
pasarlo de orilla a orilla.

Que es llevarlo a su lugar,
que hay minutos que son río
y minutos que son mar.

¿A quién le dejo la cruz
donde está para mí solo
muriendo otra vez Jesús?

Para todos es el río.
Pero si mojo la mano
-¡humedad del beso frío!-
siendo de todos, parece
que es sólo mío.

Poetas de Andalucía,
acabad lo que empecé.
Todo lo que dije mal,
decidlo vosotros bien.

Hay en el monte un camino
y en el camino un clavel.

Entrad por ese camino.
Parad en él.
Seguid luego sin cogerlo.
No lo piséis.

Como el camino es Amor,
del clavel en adelante
se empieza a entender a Dios.

José María Pemán (1968)

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