Cuando te escribo, me oigo

La niña de fuego. La sonrisa poliédrica. La dentadura libertaria. Acabo de presenciar una entrevista televisiva. No televisada pero sí, ya digo, televisiva. Jesús Quintero dialogando con Buika. La africana que entona –con gongorismos de garganta- la estela plateada de Rafael de León. Buika ha respondido con tanta redondez como sabiduría. Años de experiencia corren por sus sienes trenzadas. Las pupilas siempre acuosas. El deje amigable, la compañía dulce. Me ha enlazado a su filosofía existencial. De nadie espera nada para recibir la ganancia de lo imprevisible. Axioma positivista. Dimensión anticonvencional de la relación humana. La sangre a tiempo. Una hoguera de mediodía con deje andaluz. Ninfa negra de alma blanca. Mujer blanca de negra simpatía. La connivencia de las razas. El complot de las culturas.

Minutos después, ya arracimada la noche en los ramajes de la media luz, enciendo el ordenador. Las quince pulgadas se desperezan pugnando contra la duermevela. El trajín de los últimos meses ha desclavado todas sus articulaciones. Cada día recibe la metralla de un teclear impetuoso. Caricias que rebosan la resistencia técnica. Mi bandeja de entrada me depara sorpresas. Alguna singularmente agradabilísima. Ni vértigos ni multitud ni equívoco. Quisiera ser yo mi propio blog para reflejarme en tu cotidianidad. Quisiera ser yo soneto para transmutarme en una fértil provisión de palabras. Quisiera ser yo una conjunción de sueños. Algún intrépido –y verosímil- literato aconseja que los contenidos de nuestros dietarios han de cursarse a la entelequia figurada de unos oídos comunes, a la ancha destinataria de tu propia existencia (la tuya, la mía, las restantes), al oxígeno de todas las latitudes.

La vida clarea el horizonte de mis perspectivas. Subsiste una complicidad gravitatoria que flamea alrededor de tantas idas y venidas, de tanto estrechamiento de manos, de tanta sacralización de la actualidad. La amistad –bien lo sabes tú- no apaga jamás la chispa de su verticalidad, la dimensión de su raigambre, la inconsciencia de su sensatez, la demanda de su nostalgia. Sí: la demanda de su nostalgia.

Hoy –cuando la madrugada confunde el ayer con el mañana, cuando el barroquismo de lo onírico acecha como un fulgor de silencio- rememoro los fanales de una etapa cuajada de párrafos, de lectura mortal y rosa, aquel despertar de la metáfora naciente bajo los párpados de mi intrepidez. Busco por los últimos fondos de este blog incandescente. Y encuentro textos que todavía no están escritos, ideas que aún no han derivado en teorías, sentimientos que siquiera parieron sus primeros llantos.

El lirismo acampa, estaciona, se refugia a sus anchas. Mientras describo mi paralelismo, háblame de ti. Toda confesión antecede a la escritura ajena. Beberé de las fuentes de unos ojos imprecisos, de un aliento indeclinable, de una sugestión encontradiza. Mientras regresas –como una rima al verso-, mientras dibujas tu presente, danzaré sobre las teclas de mi alma máter, sobre esta tableta de letras cuadriculadas, sobre el corchete –resuelto, rectangular- del alfabeto del ordenador ahora atento al dictado de la conciencia. Hace rato la televisión me obsequiaba con un gajo cantado de la africana niña de fuego. Hace rato la televisión apagaba su reinado de rayos catódicos. Hace rato la cama me devolvía al sendero de la mano izquierda. Ahora, distorsionado el frío de espanto, sacudido el frenesí de la jornada, me reencuentro a solas, a tientas, a sorbos con los renglones de una intimidad que esboza, que descorcha, que desbroza los intestinos de la satisfacción. ¡Qué palabro, qué palabreja: satisfacción! Diario inconfeso, pulpa de mis visiones y de mis revisiones… Cuando me escribo, te oigo. Cuando te escribo, me oigo.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL