Comentario editorial – Espacio cultural Café de París – Cadena COPE

Los Goya de Juan Palomo

Estimados oyentes de la Cadena COPE: El cine constituye la más ancestral –que no visceral- fábrica de sueños emanada del solaz y del regodeo y del deleite del ser humano. El séptimo arte cuenta con la mayoría absoluta del triunfo de los tiempos pretéritos y con el beneplácito de las calendas presentes: jamás sucumbió al poder omnímodo de la televisión y ni siquiera –hogaño- a los tentáculos de la red de redes. Léase el imperio virtual del así denominado ciberespacio.

El cine y su grandeza, el cine y su maleza. Imaginación, interpretación, captación. Sus métodos, sus arquitrabes artísticos, su puesta en escena y su puesta en serie coadyuvan a la recreación de aquellos mundos imaginarios latentes dentro de cada cabeza pensante, dentro de cada corazón arbotante.

Al cine se le presume –como la valentía al legionario- un grado de pluralidad rayana a la más pura democracia imaginativa. Una libertad que además parte del cotejo y del cortejo de la igualdad de condiciones: osease, en su diversidad estriban las equitativas porciones de justeza social y de justicia ideológica. Todas las tendencias, todas las posturas, todas las filosofías vitales. Al menos en teoría…

Sin embargo la Gala de los Premios Goya ha levantado de nuevo la picota del partidismo no tanto político como sí politizado. Uno escucha por acá y por acullá los comentarios críticos, los libelos prolíficos, las tertulias radiofónicas para desgajar la misma persistente conclusión: los Goya gravitan alrededor o en derredor de cierto infranqueable sectarismo. ¿Cuánto hay de cierto o de sambenito en los traspatios de la concesión de estos premios tan ibéricos y tan peninsulares? Y no pronuncio el término “patrio” por no desbarrar en el dolo, en la fullería, en el espejismo de lo políticamente incorrecto.

¿No debiera la Academia despejar cualquier sospecha partidista evidenciando una mayor multiplicidad al punto y hora de premiar determinadas temáticas y, por añadidura, determinados guiones? ¿Es el filme ‘Camino’ la fórmula propicia para consagrar la independencia moral de unos premios que ahora –mire usted por dónde- pone en tela de juicio al Opus Dei?

¿Están grapados los Goya a la etiqueta crepuscular de una falsa progresía nativa además de la tierra de Juan Palomo (Yo me los guiso, yo me los como)? La industria cinematográfica –como concepto, como noción creativa, como trazo poético- ha de situarse muy por encima de cualquier inclinación (subrepticia o furtivamente) interesada. La respuesta anida en el voto y en las botas –siempre puestas- de quienes mandan y comandan el coro o corrillo de nuestro cine español.

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