El violín gramatical de aquellos ilustres articulistas

Estimados oyentes de la Cadena COPE: A veces conviene –para el despertar de la conciencia, para la morfología del intelecto, para los exuberantes trechos de la inteligencia- el ejercicio de una bohemia desprovista de pasividad. No la bohemia parisina de los primeros años veinte. No la bohemia española de la deformación del Callejón del Gato. No la bohemia gris de las flores del mal o de la silábica congregación de los poetas muertos. Me refiero al despoje del trajín diario a favor de los mundos imaginarios del arte creativo, de la interpretación de la metrópolis idealista, de una panacea nunca eclipsada por la sociedad del confort.

Aludo concientemente a la charla, al parloteo, a las tertulias siempre al socaire de la literatura como sonsonete de fondo. Algo parecido practiqué esta misma semana en los aledaños de la céntrica plaza de la Asunción. Allí, bajo la férula de los erosionados pedruscos del templo de San Dionisio, me hice con las consonantes de un debate bienpensante.

En efecto: la otra tarde tomé café con el escritor Rafael Benítez Toledano. Mi contertulio redacta la utopía de un Jerez con atmósfera de leyenda maldita. Las calas y los moldes de una casta atiborrada de secretos sin voces. Hablamos del viejo periodismo –que en absoluto coincide con el periodismo viejo-, de los ilustres escritores del papel prensa de la época de Mari Castaña, de la calidad de prosa de quienes –periodistas a fuer de literatos- magnificaban el crujiente despertar de los lectores con una columna urgente de tecleo y sabrosa de metáfora.

Hoy brillan por su ausencia los columnistas impares. Hoy no lideran los articulistas. Hoy la noticia antecede al análisis. Estoy en edad de rebelarme contra la lineal escritura de nuestros opinantes. Demasiada técnica y escaso talento. Demasiada deferencia y escasa diferencia.

Recordamos Rafa Benítez y yo la enjundia, la conjura poética, el violín gramatical de firmas como las de César González Ruano o Julio Camba. El estilismo, el hallazgo, la mirada otra. Los patronos y patrones, los propietarios y rentistas de nuestros periódicos no deben pasar por alto –ni ocultarlo por lo bajinis- el siguiente precepto: la prensa escrita cobra entidad desde la aportación de sus columnistas, desde la metralla de sus verbos en filo, porque la noticia –ya hoy a medias instalada en las variables de la subjetividad- acontece idéntica para las mismas galeradas con diferentes cabeceras.

La columna, sí. Literatura de folio y medio. Literatura con sabor a mantequilla. Yo sigo creyendo que el artículo es el soneto del periodismo. Pura poesía de la realidad. Pura analogía de la irrealidad. Un flash, un visto y no visto, una confesión, un guiño. Una verdad.

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