Es mi niña consentida

Siempre me espera –como una alondra sin tiempo, como un sofisma sin preceptos, como un achuchón de ternura- en su domicilio de piedra ostionera, en su Catedral de Ladrillos Colorados, en su flama de media tarde, en su verso de tres por cuatro. Me espera ella como siempre quiso hacerlo: recostada al albor de la plata quieta, al albur de las olas como ondulaciones del alma. Esta muchacha me ofreció su complicidad allá cuando yo –quizá- renegaba de la verdad y de la beldad de todas las disyuntivas, de todas las encrucijadas, de todos los estupores y de todas las veneraciones. Abrió sus brazos de agua, extendió su cuerpo de fuego, dilató su vientre de arena. Aguarda mi llegada como el orto al ocaso. Se sabe mujer siendo –paradójicamente- tan niña. Estos días he vuelto a verla porque reclamaba –con pasodobles de papelillos- la presencia de su guayabo perdido. La guardo en mi seno como el abanico al verano. Posee unos australes ojos azules como los mares del infinito. Posee una voz entretejida de luces de seda. Posee el pañuelo sellado del amor eterno. Nunca Andalucía fue más Andalucía que en la ventura y en la aventura de esta ninfa de gracia piconera. He reaparecido bajo la férula de sus galeones marineros. Es mi niña consentida. Se llama Cádiz y acaba de cumplir tres mil y pico de años.

PROGRAMACIÓN CULTURAL

PROGRAMACIÓN CULTURAL