Madura ella, mozuelo él

Estimados oyentes de la Cadena COPE: La tenemos colgada –como una brizna de cristal- en las carteleras de nuestros cines. En la pantalla luminosa de Yelmo (vulgo Área Sur) para ser más exactos. No se despidan a la francesa este fin de semana: acudan al sanctasantórum de la sala oscura, al eje de la vertiente fílmica, al calidoscopio de los fotogramas. Hablo –observándola de nuevo con la mandíbula batiente- de la película El lector. Créanme: pura narratividad sin cortes menguantes, pura sensibilidad sin desboques del argumento, pura fogosidad sin ñoñerías y sin veladuras.

El lector nos aproxima a la chispa de la vida. Y no me refiero a la Coca-Cola. Hago alusión a otro tipo de destellos vitales. A otros costillares de las emociones renovadas. A otras gozadas más incógnitas. Por ejemplo a la autocomplacencia de lo inadvertido, a la magia secreta siempre latente dentro de los bocetos de nuestra propia autobiografía, a la gama de seducciones de un amor que brota –inopinadamente, súbitamente, abruptamente- de la nada.

El lector es un desalojo de la apariencia, un engarce con la lealtad de aquellas relaciones humanas que superan el ápice, la trama, la trampa de lo socialmente establecido. Si usted apuesta por la autonomía de la libertad de sentimientos, acuda al recaudo de este metraje vivificante. Si usted se alinea en las rimas de la poesía interpersonal, reserve por adelantado su entrada. No se la pierdan –eso sí- en la fábrica de sueños de la gran pantalla.

El lector explica muchas teorías sin necesidad de justificarlas. El cómo y el porqué un hombre y una mujer –madura ella, mozuelo él- podrán encontrarse en cualquier intersticio del destino para no separarse –sentimentalmente hablando- nunca jamás. Años pasarán, ventoleras acudirán a los trallazos del futuro, inconvenientes de toda índole entre ambos dos: pero a pesar de la distancia geográfica, de las prebendas adversas, de los influjos antónimos, mantendrán el hilo del contacto a través de la letra escrita, de la lectura como ofrenda, de los libros como enmienda.

Ningún poder ultramundano distanciará a dos personas que se atraen de un modo más o menos inquebrantable. Indeleble. Imbatible. Invencible. Porque la finitud del mundo se contrapone a la infinitud de los cariños verdaderos. No olvidemos la cátedra del corazón. Ya lo entonaban -con su amenísimo juego de voces- Los Panchos cuando proclamaban aquello de… “dicen que la distancia es el olvido pero yo no concibo esa razón”.

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