A propósito de la amistad

La amistad es un sentimiento que brota de la necesidad de hacer eterno lo que pudo ser pasajero. No obedece a ninguna ley de asociación, se elige en reciprocidad. Dos amigos siempre serán libres como palomas al viento o cautivos como eslabones que deciden aferrarse a la misma cadena sin aguardar el instante de la separación. La amistad, si es pura como la inocencia del niño, si es mortal y rosa como nuestra propia existencia, triunfará al tiempo, a los tiempos, porque quien mantiene encendida la llama del cariño no olvida y quien no olvida, pese a que le azote la ventolera de los años, recordará al otro tan cerca y presente como la voz secreta, sonante y magistral de la conciencia. Como el eco del mismo yo. La amistad es un guiño a destiempo y una sonrisa a cada tiempo. Un rebrote de complicidad en el llanto y una lágrima entre esperanzas.

La amistad es fusión de almas y confusión de palmas. Las que aplauden esa soledad que nunca existirá, que ya jamás nos clavará los iracundos cuchillos de su desconcierto. La amistad es el terciopelo del cariño mutuo, el tejido adamascado que envolverá los sinsabores venideros, la raíz que habita y nutre cualquier confianza a ciegas, la rosa del jardín improvisado, una corriente sin mar, cristal que no se rompe, pétreo corazón de arena, delicia bajo un cielo urgente, presentimientos que sienten y sentimientos que presienten, confidencias cuyos secretos fluyen naturalmente, brújula donde no existen puntos cardinales.

De la amistad no conocerás su espalda pues nunca te la ofrecerá. La amistad es un poeta que romancea memoriales del gozo. Un atravesar el puente de la lealtad. La amistad convive en los más suntuosos palacios, ricos en fraternidades anchurosas y afectos encendidos, allá donde no cabrían los fastos y famas del indiferentismo, la observación hacia dentro o el olvido.

La amistad es compenetración muda, entendimiento sordo, palabras que se gritan desde el silencio, abrazos advertidos en el aire. ¿Quién podría definirme a ciencia infusa o exacta la amistad? ¿Quién arrogarse al manto de su grandeza para esbozar, si quiera mínimamente, cuánta estela palpitante deja tras sí? Ni aun utilizando toda la expansiva fecundidad del lenguaje castellano alcanzaríamos alguna explicación. Posiblemente porque el vocabulario a veces riñe con las razones del corazón. Posiblemente porque la amistad, en su esencia más sublime, no sea sino eso, sólo eso: amor.

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